Exposición en Santander, Cantabria, España

María Blanchard (1881-1932)

Dónde:
Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria (MAS) / Rubio, 6 / Santander, Cantabria, España
Cuándo:
04 jul de 2008 - 20 sep de 2008
Comisariada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
Producida y organizada por el Museo de Bellas Artes de Santander y la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte, bajo la dirección técnica y artística del Museo de Bellas Artes de Santander, con el comisariado de Salvador Carretero, el proyecto fue presentado en la pinacoteca santanderina. La muestra la componen más de una veintena de pinturas procedentes de colecciones públicas y privadas fundamentalmente del norte de España. El contenido de la exposición permite disfrutar de una completa e intensa trayectoria artística de María Blanchard, intensa revisión artística a través de emblemáticas y fundamentales obras de la artista cántabra, bien por su historicidad, bien por su calidad. Parte de alguna obra de su juventud, destacando Ninfas encadenando a Sileno, pintura histórica de engarce. Muy importante es la recuperación patrimonial de La comuniente, de la histórica segunda versión –la primera pertenece al Reina Sofía- ahora recuperada para la ocasión así como restaurada ... en el Museo de Bellas Artes. Destaca sin duda el formidable conjunto de obras de su etapa cubista que se muestran en la exposición, fruto de su concepto moderno y vanguardista que la artista santanderina vivió in situ en París. Completa la exposición otro conjunto de obras de su último periodo, todas ellas magníficas, destacando una extraordinaria Maternidad, así como Niño en la escalera, Vendedor de periódicos o Niña peinándose, entre otras.

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El rápido del suroeste se detuvo en la estación de Austerlitz. Un coche de alquiler conducía a los pasajeros que habían descendido del tren. Subiendo por la ribera izquierda del Sena enfilaba hacia el lejano barrio de Montparnasse. Bajo la capota que las protegía del viento frío dos mujeres frotaban sus ojos que el polvo del carbón había irritado a lo lago del viaje. Vestían de manera sencilla y práctica ignorando la moda complicada de la belle-époque. Se veían cansadas y su ropa, arrugada por todas partes, estaba cubierta de numerosos rastros de hollín negro. Reían de buena gana felices de haber llegado al fin e, inclinadas sobre la portezuela, miraban la ciudad. El tránsito de calesas, tranvías y automóviles agitaba tanto las calles de París, incluso ahora que comenzaba el invierno, como las de Madrid en pleno verano…”. (…) el relato no es mío: es de Olivier Debroise (…). La identidad de esas dos mujeres que acababan de llegar a la capital francesa eran Angelina Petrovna Belova y María Gutiérrez Blanchard. / La escena que “representa” Debroise -dos mujeres llegan juntas en el tren desde Madrid a París: Angelina Belova, o Bellof, y María Blanchard- me parece, por lo que he podido indagar, bastante improbable (…).

(…) Según toda la historiografía española, la pintora de Santander, cuando se traslada de su ciudad a Madrid, en 1903, estudiará dibujo y pintura con los profesores Emilio Sala, Fernando Álvarez de Sotomayor y Manuel Benedito. (…) Es el de Madrid un primer período de formación.

En París, María acude a la Academia Vitti, de la que era profesor el español Hermen Anglada Camarasa (…). En este tiempo, “llegado el verano”, se produce el viaje de Beloff y Blanchard de París a Brujas para pintar en esta ciudad. (…) <Allí se toparon con Rivera:> del encuentro de Brujas surgió el enamoramiento de Diego y Angelina, que con el tiempo acabaría en matrimonio (…)….y de nuevo a París: ella (…) tenía que enviar cuadros a España para justificar su beca. (…). Así que presenta a la Exposición Nacional de 1910 la pintura Ninfas encadenando a Sileno, con la que obtiene una segunda medalla. (…) El cuadro -por el tema, por la composición: dar sentido en el plano a varias figuras- puede significar un cierto cambio de actitud, una mayor ambición por parte de su autora (…). /…contemplaremos a María de nuevo en Paris, en una segunda estancia que habría de durar en torno a dos años; tiempo en el que continúa y afianza la mistad con los Rivera, en cuyo estudio habita en ocasiones, y muy a menudo se traslada a él para pintar, y conoce a artistas como Jacques Lipchitz, Modigliani, Juan Gris, y visita los museos y exposiciones, y charla (…). / Con los primeros bombazos de la guerra del 14 pisándole los talones, la trouppe es empujada a Baleares, camino de la península. ¿La trouppe?. Diego, Angelina, Lipchitz, otros amigos, todos menos Maria, que se había ido directamente –en contra de lo que se ha escrito- de París a casa de su familia en Madrid (…). / Por estas fechas -1914-15- todos están en Madrid: los Rivera, Marie Laurencin, el escritor Alfonso Reyes, quiero pensar que también Lipchitz, María Blanchard… También Ramón Gómez de la Serna está en Madrid. Y es el animador de la tertulia del Café Pombo quien, aprovechando la presencia de estos contertulios, organiza -1915 - una exposición que titula Los pintores íntegros y que tiene como marco el Salón Arte Moderno, que está en el número 13 de la Calle del Carmen. Participan, con sus obras, los artistas Agustín-Choco, Bagaría, Gutiérrez (no otra que Blanchard) y Rivera. / Escribe Gómez de la Serna en el catálogo: “Ante todo, al tener que clasificar a estos pintores no los he llamado ni cubistas ni futuristas ni ningún otro ista por el estilo, porque no son nada de eso. Son, ya que hay que envolverles en una sola palabra, los pintores íntegros… Sin embargo, la muchedumbre les llamará cubistas, queriéndoles esclavizar, por lo menos, en esa fórmula por la que pasaron, ya que ella está esclavizada por tantas cosas…” A cada uno de los cuatro artistas pondera el escritor por igual: de ella comienza diciendo: “María Gutiérrez es un ser tan lleno de cosas, tan reservado, tan pleno de ahorros, que nos tiene sobrecogidos. Ella no es femenina, sino varonilmente maligna, asombrosa y maravillosamente maligna, quimérica y secreta, nigromántica, ingenua como la voz de una niña, y embaraza como viajera que acaba de llegar de vuelta del país de las obscuras cavernas y del país de las cumbres radiantes…”. Y concluye su recomendable texto Ramón: “¿Cómo verán los críticos esta exposición?. Los críticos de arte suelen ser ciegos, sordo-mudos y mancos. ¿Cómo la vera el publico?. El publico verá más que los críticos, aunque el publico es tuerto. ¿Y los escogidos?. Los mismos escogidos son o bizcos, o tienen algún estrabismo, por más que no usen lentes por coquetería…” (…).

Con la ácida experiencia acerca de cómo se gastaban los cuartos -es una manera de hablar; ¿ha cambiado, de hecho, el panorama?- sus paisanos españoles en materia de aceptación del arte nuevo, de sensibilidad, María, lejos de “escarmentarse”, manifestó deseos de querer quedarse en España, y opositó a una cátedra, y la obtuvo, de dibujo, siendo destinada a la Escuela Normal de Salamanca <trabajo que poco más tarde abandonará> (…).

Corre el año 1916. María Blanchard llega a París, donde residirá por siempre, hasta su muerte. Del momento de su llegada queda aproximada constancia en una carta que Diego Rivera le escribe a Alfonso Reyes, y que lleva fecha de 25 de Julio de 1916, en la que, entre diversos asuntos personales, le comunica: “María Gutiérrez, aquí y claro, trabajando ya”. No es difícil imaginar que trabajando ya, por ejemplo, en pleno territorio del cubismo, y en una pintura que significa el estreno de María en el citado movimiento (…). María realizó varias obras -naturalezas muertas, composiciones- en 1916, pero si destaco las “Dames à l?eventail” <del Reina Sofía> es por su ambición, por los problemas pictóricos que plantea, y resuelve, ciertamente siguiendo los dictados del cubismo analítico, en suma: por la categoría (…).

No sin ciertas cautelas estéticas hay que situar la proximidad de la pintura cubista de María Blanchard -que durará en el tiempo en torno a cuatro años: de 1916 hasta 1920- a la de Juan Gris, para que tal acercamiento no redunde en menoscabo del particular, incomparable estilo de la artista santanderina. Que estuvo cerca de Gris en los presupuestos estéticos, se entiende: para empezar, si nos damos cuenta de que María se inicia, de hecho, en la corriente cubista “atrapada” por la última variable “sintética” -en la que deriva el cubismo “analítico” o “hermético”, el “científico”- que es impuesta, y desarrollada mejor que ningún otro pintor, por Juan Gris (…).

Sabemos que María era muy amiga de los pintores: de Diego Rivera, ni se diga, pero también, y de manera muy particular, de André Lhote -y éste muy amigo de María, fiel a su obra hasta la muerte-, y cómo no, de Juan Gris, que la acogió en su casa y la cuidó, estando enferma, en ocasiones, de Jacques Lipchitz, de Jean Metzinger. Con los tres últimos participó en un encuentro de trabajo en Beaulie que le estimuló en su consideración de lo cubista. Con sus muy personales ideas, poco “teorizadas” y solo problematizadas en lo justo. Así como Gris era bastante teórico, María no, sólo lo justo, y casi siempre para conseguir la máxima eficacia expresiva con los mínimos aparentes medios “de oficio” -y he ahí uno de los sólidos fundamentos de la sabiduría-.

Todas las grandes pinturas cubistas de María Blanchard -y son grandes todas; grandeza no referida a formato- están regidas por el principio de la sencillez, de la no complejidad. Nature morte en relief, L?enfant au cerceau (Niño con aro), Le pianiste, Le saxophoniste, Le guitariste, Le joueur de luth, Nature morte à la guitare, Femme qui se peigne, Nature morte au compotier à la lampe, Nature morte au piano et aux echecs, Nature morte à la boite d?allumettes”… Grandeza pictórica -cubista- de las cosas normales y corrientes. Se me ocurre pensar, para aplicarlo a la contemplación del inmenso común universo de María en el título de un libro de una escritora enorme, Natalia Ginzburg: Las pequeñas virtudes, que sería definitorio también de esta pintora: las pequeñas hermosas inmensurables virtudes (…).

Hemos alcanzado -pongamos una fecha- el año 1920. María presenta en el Salón de los Independientes, de París, La Communiante, obra que pintara seis años antes en Madrid. ¡Un autentico suceso!. En los medios artísticos de la capital de Francia no se habla de otra cosa más que de La Communiante. Naturalmente, se habla a favor. Se la disputan -a la obra y a la pintora- los marchantes. Leonce Rosenberg es el caso, que le ofrece un contrato y le compra el célebre cuadro. Una asociación belga integrada por tres amigos amantes del arte, J. Delgouffre, F.P. Flausch y F. Hellens, “Ceux de Demain”-“Los de mañana”- invitan, por recomendación de André Lhote, a María Blanchard a que presente su obra en la “Galerie de Centaure”, de Bruselas. La exposición se celebra en abril de 1923, comprende veintitrés obras y André Lhote escribe en el catálogo. María, que ahora tiene una casa-taller estable en la Rue Boulard, de París -donde residirá ya hasta el final de sus días-, volverá a exponer con “Ceux de Demain” en 1926, siendo el prologuista del catálogo en esta ocasión Waldemar George. Un año después, en 1927, muere Juan Gris. Su desaparición es un golpe muy fuerte para su estado de ánimo, ¡tanta ilusión compartida, y tanta común entrega a la pintura!. La salud de María Blanchard da las primeras señales de que va a entrar en quiebra. Lo que proviene es una honda crisis religiosa -la artista pretende incluso ingresar en un convento- de la que saldrá con la ayuda de un sacerdote, que le recomendará, para remontar esa crisis, la ayuda de Dios y la de su pintura. También la compañía de Isabelle Riviere, amiga y discípula, significará una terapia que obtiene unos muy positivos resultados. María no para de pintar. Mejor que nunca. Ido Rosenberg, otros marchantes -Max Berger, de la galería Vavin, de París, por ejemplo- la incorporan a su staff de artistas. Y si hace poco era el rey Gustavo de Suecia uno de sus clientes más rendidos, nuevos coleccionistas, como el doctor Girardin, se disputan sus cuadros. La pintora está en el punto más alto, en el cenit de su carrera. Recibe a su hermana Carmen y a los hijos de ésta, que pasan malos tiempos en España, y los aloja con ella en la minúscula casa de Boulard. María pinta y pinta: maternidades, niños, “camelots”, convalecientes, orantes, echadoras de cartas, cesteros, mujeres ante el espejo. “No trato de vivir sino para pintar”, dice. La pintura es su fortaleza minada por la salud. ¿Logrará al final abatirla?. Las cosas van pasando. Todas las cosas pasan, ciertamente (…).

La charrette a la glace, L’enfant au collier, La gourmandise, Enfant au ballon”, La toilette, Camelot du roi, Le vannier, Jeune paysanne… ¿De qué espacio del conocimiento extrajo María Blanchard el criterio y la determinación para pintar esas obras realmente maestras?. Vuelvo a lo ya dicho: del cubismo. Del espacio del cubismo y del espacio de la realidad -o irrealidad- de La Communiante, convendría no olvidarlo, pues es el espacio del origen. Hay que remontarse al origen: ahí está la explicación de todo lo que habría de suceder. No en vano La Communiante aparece reproducida con el número uno de las obras -que acabo de citar- en el libro-catalogo de Waldemar George de la exposición de “Ceux de Demain”.

Maria Blanchard es el origen directo, en espacio y tiempo pictóricos, de María Blanchard. Primero pintó La Communiante -1914-, tuvo la obra sigilosamente guardada durante los seis años de su etapa cubista, y -1920- la hizo pública, la presentó en el Salón de los Independientes al todo París del arte. ¡Si sabría ella por qué lo hacía!. Si el cubismo es lo que se responde en las encuestas o lo que proclaman, de más a menos, Apollinaire y Gleizes, o lo que sentencia Picasso, o Braque -que ama la regla que corrige la emoción-, o lo que imparte Juan Gris desde la cátedra de La Sorbona, si el cubismo es eso a lo mejor eso no es La Communiante. Pero si el cubismo es lo “a pesar de” o lo “además de” eso, entonces lo cubista también estará en La Communiante. ¡Quién lo diría!. Y desde luego está todo lo que pictóricamente realizará María Blanchard en su formidable etapa posterior. De La charrette a la glace al Enfant au ballon. Y estará, como un increíble corolario, ese entendimiento de la representación de la figura que únicamente ella sabe pintar así: la figura “cúbica”, iluminada, pintada desde dentro, poliédrica, tallada faceta a faceta, resplandeciente como una piedra preciosa.

GOZO Y TORMENTO DEL ARTE: La creación precisa de una y otra facultad. Sólo el tormento conduce a la melancolía, pero el gozo por el gozo a la autocomplacencia, a la esterilidad. Las dos magnitudes se necesitan -¿en qué medida?, ¿con que proporción?- en orden a la eficacia mejor del resultado. La belleza es una compleja mixtura de cosas de signo distinto, incluso contrario, y se hace por disolución: mejor dicho, por agregación y disgregación, por añadido y eliminación. ¡Cuánto padeció María Blanchard! ¡Cuánto le hicieron sufrir la sociedad, la incomprensión y la vulnerable salud! ¿Quién hubiera podido asegurar que su sentimiento de la pintura, proyección del sentimiento de tan dolorosos factores, no le iba a conducir a la rabia o al aturdimiento de lo defectuoso, de lo mal hecho? No fue así: un poder remoto, ¿escondido?, germinó en la hermosura. El talento, aunque lo atormenten, “goza” siempre de buena salud. He aquí el penetrado ejemplo de esta colosal artista. (Miguel Logroño: extracto del texto del catálogo).

 

 
Imágenes de la Exposición

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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