Exposición en Zaragoza, España

Vistas de Zaragoza: pinturas de la modernidad

Dónde:
Centro de Historias de Zaragoza / Plaza San Agustín, 2 / Zaragoza, España
Cuándo:
17 dic de 2008 - 22 feb de 2009
Comisariada por:
Descripción de la Exposición
Artistas: Rafael Aguado Arnal, Virgilio Albiac, Eugenio Ampudia Soria, José Ignacio Aranda Miruri, Ángel Aransay, Juan Baldellou, Carlos Baudilio Morales, Luis Berdejo Elipe, Julián Borreguero, Fidel José Bueno Aparicio, María Pilar Burges, Ceferino Cabañas, Guillermo Cabal Jover, José Luis Cano, Miguel Ángel Caro Rebollo, Carlos Castillo Seas, Pepe Cerdá, Ángel Civera, Alberto Duce Baquero, Ramón Martín Durbán Bielsa, José Esparcia Alquézar, Luis Esteban Ramón, Carmen Faci González, Alfonso Forcellino, Ignacio Fortún, Juan José Gárate, Julio García Iglesias, Jorge Gay, Julio Gómez Mena, Jesús Gómez Villanueva, José González Más, Eduardo Laborda, Santiago Lagunas, Miguel Ángel Lahoz Nieto, Ricardo Lamenca Espallargas, Iris Lázaro, Eduardo Lozano, Francisco Marín Bagüés, Fernando Martín Godoy, Salvador Martínez Blasco, Ignacio Mayayo, Eliseo Meifrén, Daniel Merino, Gregorio Millás Ponce, Manuel Monterde Hernández, Antonio Montero, María Pilar More, Mariano Oliver, Joaquín Pallarés, Ángel Pascual Rodrigo, Vicente Pascual Rodrigo, Francisco Pellicer, Alberto Pérez Piqueras, Carmen Pérez Ramírez, Javier Riaño, Gemma ... Riba Roca, Alfonso Rodríguez Arauzo, Iñaki Rodríguez Ruíz, Martín Ruíz Anglada, Ambrosio Ruste Alonso, Carmen Salarrullana, Eduardo Salavera, César Sánchez Vázquez, Susana Sancho Beltrán, Ricardo Santamaría, Jesús Sus Montañés, Marcelino De Unceta, José Uriszar De Azdaca, Alfonso Val Ortego, María Eugenia Vall, Javier Velilla, Mariano Viejo, Gregorio Villarig, Vicente Villarrocha, Emilia Villarroy, Manuel Villegas, Joaquina Zamora y Juan Zurita. Comisario: Jesús Pedro Lorente

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La identidad de una ciudad no sólo la definen sus habitantes, sus calles y edificios, sino también la forma cómo la (re)presentan los relatos históricos o literarios, los tópicos folklóricos y, entre otras muchas cosas, la mirada de los artistas.

 

Ese es el tema principal de esta exposición, en la que se ha renunciado a pre­sentar el testimonio 'documental' de grabados, carteles, fotografías o pelícu­las para centrarnos en las pinturas. En ellas, su cualidad de imágenes artísticas subjetivas fue instituida de una vez por todas como principio fundador del arte moderno a partir del último tercio del siglo XIX. Pero, aunque el periodo cro­nológico aquí abarcado comience precisamente entonces, no se ha escogido exclusivamente cuadros asociados a los ismos del Movimiento Moderno, sino que se presenta un amplio abanico de autores y estilos.

 

Por eso, se trata más bien de una exposición postmoderna; incluso también en su estructura, que no avanza por periodos cronológicos, sino que coteja obras de diferente datación en función de las cuatro divisiones temáticas.

 

La muestra comienza con 'El tópico del Ebro y el Pilar', que es la iconografía más archiconocida de nuestra ciudad, y por eso mismo un reto para los pin­tores que se han propuesto reinterpretarla. La segunda sala está dedicada a 'El casco histórico, pintoresco y monumental', para investigar la continuidad/ruptura con la cultura visual romántica. La sala tercera, 'Beautiful & Modern: plazas y avenidas del Ensanche u otras zonas guapas' nos presenta la mate­rialización en pleno siglo XX de una anhelada modernización urbanística, cele­brada por muchos pintores. Pero también ha habido otros más recientes que se han interesado por 'Los barrios y suburbios; el limes campo/ciudad', que es el tema de la sala cuatro, donde se atiende primero a los cinturones obre­ros e industriales y luego al hinterland de los alrededores, bien para seguir las pistas de la expansión urbana o para volvernos a mirar la ciudad desde lejos.

 

DETALLE DE LA EXPOSICIÓN

 

1// EL TÓPICO DEL PILAR Y EL EBRO

 

Lo mismo que hay actores con un perfil favorito, cuidadosamente escogido en casi todos sus retratos, también algunas ciudades suelen ser conocidas preeminentemente por un determinado punto de vista. De tantas veces re­producido, el panorama del Pilar junto al Ebro se nos ha convertido en trivial cliché, sobrecargado además de un aura de 'souvenir' turístico-religioso. Pero una y otra vez las pinturas sobre la Zaragoza moderna han intentado conjurar ese convencionalismo dándole la vuelta con originales interpretaciones per­sonales, probando distintos puntos de vista o evitando recargar este tópico con otros como los baturros, las procesiones u otros figurantes habituales del pintoresquismo decimonónico.

 

Una forma original de abordar de frente este cliché del Ebro y el Pilar han sido las reinterpretaciones de la famosa y tantas veces reproducida Vista de Zara­goza por Juan Bautista Martínez del Mazo, conservada en el Museo del Prado. En aquel célebre paisaje figuraban una multitud de personajes, pero los ejem­plos modernos que lo remedan, suelen carecer de presencia humana alguna. Es el caso de Julián Borreguero, quien imitó incluso el color sepia de las fotos y grabados antiguos, cuando en 1970 pintó en grisalla El Pilar desde la orilla del Ebro, superando en barroquismo al célebre cuadro del siglo XVII, gracias al trazo arremolinado tan típico de este artista.

 

Muleros, vaqueros y barqueros frente el Pilar y el Ebro.

 

Al comienzo del siglo XX, marcado por los contrastes entre los adelantos téc­nicos y la 'España eterna', los artistas de la generación del 98 como Darío de Regoyos plasman en imágenes pictóricas la bipolaridad tradición/modernidad. ¿Podría rastrearse en cuadros de Eliseo Meifrén o Félix Gazo dedicados al Pilar y el Ebro? En lugar de los personajes pintorescos del romanticismo, aparecen muleros o vaqueros guiando a sus animales, o un fornido barquero remando en pie sobre un esquife, en medio de una escena donde todo lo demás es calma, ocio y pasividad.

 

Dejar el tópico pilarista a un lado, que casi no se vea

 

A veces los pintores no sólo contrastan la actividad profana en el primer tér­mino frente al icono estático del Ebro y el Pilar, sino que además lo sitúan en posición marginal, como muestran En el ferial de Zaragoza de Unceta o Debajo del Puente de Piedra de Francisco Marín Bagüés; esta última tiene un punto de vista bajo para mejor observar al remero y ensalzar con mirada venerante el mérito ingenieril de los puente. Un siglo más tarde, Ignacio Mayayo, en dos grandes cuadros titulados Puente de Piedra. Club Náutico repitió esta misma temática pintando las piraguas y el puente desde las gradas más bajas de la orilla derecha, justo delante del Pilar.

 

Por otra parte, muchas pinturas de Rafael Aguado Arnal presentan un atrevido encuadre desde la arboleda de Macananz melancólicamente centrado no en la basílica pilarista o el Puente de Piedra, sino en las aguas espejeantes del Ebro. Casi la misma perspectiva escogió Luis Berdejo Elipe para su Puesta de sol en el Ebro, e igualmente deshabitado y melancólico aparece el mismo escenario en muchos cuadros de otros artistas posteriores. Un caso reciente muy señalado es Eduardo Salavera, que usa casi siempre brillantes colores fauvistas, pero construyendo con despaciosos toques cezannianos imágenes muy clasicistas en las que a veces se reconoce un árbol solitario, otras una figura humana ensimismada, un puente que se mira en las aguas, etc.

 

Consideración aparte merecen las iconografías que nos muestran sólo indi­rectamente la silueta del Pilar a través del reflejo en las solitarias aguas del río, como hicieron los hermanos Ángel y Vicente Pascual Rodrigo, cuando forma­ban la denominada 'Hermandad Pictórica Aragonesa' o, más recientemente, el riojano José Uríszar.

 

La opción más moderna: mirar a la orilla izquierda

 

El deseo de evitar el cliché tradicional del Ebro y el Pilar ha sido llevado a sus últimas consecuencias por los artistas más vanguardistas que, dándole un giro de 180º, se han colocado de espaldas a él, mirando hacia la orilla izquierda. Los placeres del Ebro, pintado entre los veranos de 1934 y 1938 por Francisco Marín Bagüés sería el cuadro más paradigmático en este sentido. Tanto, que ha sido objeto de repetidos homenajes por parte de declarados admiradores, como Jorge Gay, Ignacio Mayayo, o Eduardo Laborda.

 

Un hito de renovación iconográfica fue el concurso de pintura rápida de las fiestas del Pilar en 1966, que ganaron José Esparcia Alquézar, María Pilar More Almenara, y Manuel Monterde Hernández con lienzos dedicados al Puente de Piedra, pero en los que sólo se ven al otro lado del río sotos y modestos edifi­cios de viviendas...

 

Han continuado esta opción estética algunos artistas del Colectivo de Pinto­res de la Margen Izquierda, como Lourdes Barril. Por su parte, Carmen Pérez Ramírez, Pepe Cerdá, Javier Riaño, Guillermo Cabal e Ignacio Fortún han pre­sentado algunas grandes panorámicas mirando hacia la reciente expansión urbana jalonada por nuevos puentes sobre el Ebro, flamantes enseñas de mo­dernidad que llaman nuestras miradas en orientación centrífuga, cada vez más lejos del Pilar.

 

2// EL CASCO HISTÓRICO, PINTORESCO Y MONUMENTAL

 

La modernidad ha sido demasiadas veces concebida como una ruptura frente al pasado histórico; pero sólo se es innovador en la medida en que se tiene un punto de referencia anterior frente al cual destaca mejor algo nuevo. Un fla­mante coche o un joven vestido a la última moda, aún resultan más modernos ante el fondo de un monumento histórico o una calle del casco antiguo. Por otro lado, cuanto más crece y se moderniza una ciudad, más nostalgia retros­pectiva tienen sus habitantes de su legado patrimonial. En Zaragoza el boom poblacional y urbanístico apenas tiene medio siglo, y no es casual que de este periodo sean la mayor parte de las pinturas aquí presentadas.

 

A lo largo del siglo XX muchos protagonistas de la bohemia zaragozana tuvie­ron sus talleres, sus espacios expositivos, sus tertulias y sus bares favoritos en el Casco Viejo, cuya reivindicación han liderado algunos artistas a través de movimientos vecinales, con sus escritos o con sus pinceles. Justo es re­conocer también en ello el papel del Ayuntamiento de Zaragoza pues, como en todas las casas, siempre se ha prestado especial interés a decorar la Casa Consistorial u otras sedes de servicios municipales sitos en el casco histórico, con cuadros de motivos urbanos vecinos.

 

La Ciudad de las Mil Torres, y de sus respectivas plazuelas

 

La demolición en 1892 de la Torre Nueva, que era uno de los iconos visuales de la Zaragoza antigua, creó un complejo de culpa que acentuó más que nunca en nuestra modernidad la exaltación de las demás torres que erizan el skyline za­ragozano. Desde entonces, no han faltado entre nuestros artistas los rapsodas del encanto provinciano o, como dirían los italianos, campanilista; un término que viene muy a propósito para la construcción de la imagen artística moderna y postmoderna de nuestro casco histórico, que ha inspirado muchos cuadros dedicados a plazas dominadas por la silueta del campanario de alguna iglesia. Para subrayar su protagonismo, a menudo la composición aparece cortada a ras de suelo o la calle está despoblada, como si no hubiera vida animada en este melancólico decorado antiguo.

 

La plaza del Pilar, las fachadas de la Seo

 

Sorprendentemente, son relativamente pocos los cuadros dedicados a la plaza del Pilar, epicentro turístico tantas veces filmado y fotografiado. ¿Quizá preci­samente porque está siempre animada por la presencia de abundantes gentes y palomas, lo cual contradice el exitoso estereotipo de tranquilidad provinciana representado en las demás plazas? Muchos más pintores han retratado la pla­za de la Seo, que sí es un lugar tranquilo y recoleto, así como su entorno mo­numental: el muro mudéjar de la Parroquieta, la cabecera y cimborrio, o el Arco del Deán. Este último, es un caso iconográfico muy especial, donde podríamos seguir la pervivencia del casticismo noventayochista en Ramón Martín Durbán o Santiago Lagunas, hasta desembocar en tendencias como el realismo de Pérez Piqueras y la abstracción lírica de José Luis Lasala.

 

Otras plazas y otras visiones de una ciudad histórica 'encantad(or)a'

 

No todas las plazas de nuestro Casco Viejo están presididas por monumentos históricos religiosos. Los porches de la Plaza del Mercado o de Lanuza, cerca de las murallas romanas, inspiraron a muchos artistas de finales del siglo XIX, como Joaquín Pallarés que triunfó en la Exposición de Bellas Artes de Barce­lona en 1896 con una escena costumbrista allí localizada, o Juan José Gárate, que plasmó en un delicioso cuadrito luminista esos mismos soportales, luego retratados con nostalgia por Iñaki y otros artistas del siglo XX, cuando apenas quedaban en activo algunos comercios antiguos. Desde la construcción en frente del nuevo Mercado Central en 1903, la mayor parte de los comestibles se venden en su interior, aunque también su entorno ha sido pintado por mu­chos artistas, empezando por los del Estudio Goya, que tenían su sede justo en frente, o los concursantes del concurso de pintura al aire libre de la Junta Municipal del Casco Histórico.

 

Otra placita predilecta de muchos pintores ha sido la de Santa Cruz, que en los años setenta se convirtió en foco de la bohemia artística, porque algunos establecieron sus estudios en el desvencijado Palacio del Prior Ortal y al poco empezaron a vender sus obras en un comercio al aire libre que todavía sigue celebrándose los domingos. En cambio, pocos se han hecho eco del bullicio de los cafés y tascas del Tubo, con sus calles estrechas y oscuras. Mayor atractivo han tenido más amplias calles abundantes en tiendas, bancos y loca­les de ocio, como el Coso y la calle Alfonso, donde los pintores han reflejado animados contrastes entre el tejido histórico y la vida urbana contemporánea.

 

3// BEAUTIFUL & MODERN:

 

PLAZAS Y AVENIDAS DEL ENSANCHE U OTRAS ZONAS GUAPAS.

 

A lo largo del siglo XIX y sobre todo en el XX Zaragoza creció con una red de calles en damero en torno a amplias avenidas arboladas y con abundantes pla­zas y zonas verdes. Dicha expansión se dirigió hacia el sur, a partir de la urba­nización del Paseo Independencia, bifurcándose en dos ramales por el Paseo Sagasta hasta Torrero y por la Gran Vía hacia el Parque Miguel Primo de Rivera. En muchos sentidos, podría considerarse esta zona la columna vertebral de la Zaragoza moderna. También es el epicentro temático de esta exposición, pues prácticamente cualquier retrato de esta parte de la ciudad, sea panorámico o detallista, muy académico o vanguardista, es una imagen de modernidad.

 

Pero Zaragoza, que tantos atractivos había tenido para el pintoresquismo y el casticismo pictórico, apenas inspiró a los pintores vanguardistas de la primera mitad del siglo XX más interesados en cantar el ajetreo moderno en grandes arterias urbanas, como las de Barcelona o Madrid. Esto empezó a cambiar gracias a los concursos de pintura rápida convocados a partir de 1963 con motivo de las fiestas del Pilar, muchos de cuyos participantes retrataron estos bucólicos espacios arbolados. Y en el cambio de milenio, nuevas generacio­nes de pintores urbanos han convertido en motivo recurrente de sus cuadros el tráfico en las grandes avenidas.

 

La plaza de España, el Paseo Independencia, la plaza de Aragón.

 

Si hay en nuestra ciudad un espacio equivalente, por su función de lugar de encuentro, al que tenía el ágora en la antigua Grecia, es éste entre el monu­mento a los Mártires y el dedicado al Justicia, con sus edificios señoriales porticados. Es raro verlo desierto de coches y viandantes, como curiosamente lo han representado Borreguero y algunos pintores posteriores que optan por una estética de realismo metafísico, como la que con tanto éxito ha cultivado Antonio López en sus grandes panorámicas madrileñas. Más habitual es que esta parte de la ciudad destaque por su dinamismo, que también han sabido captar no pocos pintores: Ángel Aransay o Eduardo Lozano han reflejado el movimiento de los paseantes, a Javier Riaño le interesa más el fluir del tráfico, y Eugenio Ampudia Soria hizo un divertido retrato de los rótulos luminosos que se apagaban y encendían.

 

La plaza de los Sitios y otros verdes ensanches del Ensanche

 

Muchos artistas frecuentan la Escuela de Artes y el Museo de Zaragoza, en cuyo vecindario se han organizado abundantes concursos municipales de pin­tura rápida, así que no es de extrañar el gran número de cuadros protagoni­zados por el magnífico monumento a los Sitios de Querol y la frondosa plaza donde se celebró la Exposición Hispano-Francesa de 1908. Algunas de estas pinturas tienen atrevidos encuadres, otras destacan por su colorido. En gene­ral, son visiones poéticas, muy sumarias y despejadas, que rezuman tranqui­lidad, como también las que ha inspirado el vecino Paseo de la Constitución, igualmente abundante en vegetación y monumentos.

 

El bucólico atractivo de otras grandes arterias, el Parque Grande y los 'parques residenciales'

 

El arbolado entreverado con monumentos o arquitecturas señoriales todavía sigue siendo una característica de la Gran Vía o Sagasta, donde aún se con­serva el paseo en la vía central con sus zonas de juegos infantiles y terrazas de bares. En la Plaza de San Francisco incluso vuelven a aparecer los porches, similares a los de Independencia, mientras que las demás grandes arterias modernas destacan por su gran número de carriles para el tráfico rodado. Los coches, semáforos y señales de tráfico protagonizan muchos de las retratos pictóricos más emblemáticos de nuestra modernidad urbana; pero mientras algunos como Francisco Antonio Casedas o Susana Sancho Beltrán pueblan de gente sus composiciones, otros como Alfonso Forcellino, Pepe Cerdá o Fernando Martín Godoy representan panoramas sin personajes, quizá para expresar la deshumanización de la gran ciudad. Diferentes disyuntivas plantea el Parque Miguel Primo de Rivera, tantas veces inmortalizado por nuestros literatos y pintores: a veces como lugar de bucólicos encuentros para parejas, familias o amigos que disfrutan socializando sobre la hierba, en los veladores o de paseo; más a menudo como un sitio lleno de silenciosos rincones apacibles donde evadirse por un instante de la ciudad para disfrutar de la naturaleza.

 

4// EL CINTURÓN INDUSTRIAL Y LA PERIFERIA URBANA

 

Los barrios del desarrollismo y suburbios industriales

 

A diferencia de otras grandes ciudades, en Zaragoza no se pintaron cuadros en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX sobre las estaciones y vías del ferrocarril, donde se fueron localizando grandes fábricas de harinas, azucareras, alcoholeras, químicas, o metalúrgicas. Tampoco inspiraron a mu­chos artistas contemporáneos los barrios obreros del tardofranquismo, salvo excepciones como el cuadrito que Eduardo Laborda pintó en 1969 sobre la calle Santander y la calle Tarragona, o una imagen muy Pop que en 1975 Ángel Pascual Rodrigo representó desde su piso-estudio en San José de la expla­nada donde entonces se instalaban las ferias y circos, con el Camino de las Torres al fondo.

 

Pero en los últimos decenios sí se han convertido las barriadas proletarias y los suburbios industriales en motivo favorito para pinturas por lo general de entonación gris y composiciones muy geométricas. Más bien constructivistas en el caso de Jesús Sus o Carmen Pérez Ramírez, de filiación algo surrealista en Laborda, Ignacio Fortún, o Guillermo Cabal Jover. Todas tienen en común la ausencia de personajes, como si una bomba de neutrones hubiera respetado los coches, el mobiliario urbano y los edificios, pero dejándolos exentos de habitantes. Quizá sea una forma de hacernos reflexionar sobre la importancia de la gente, que da vida e identidad a estos distritos planificados en serie: las industrias y las casas de los trabajadores son idénticas en cualquier barrio de Zaragoza o de otras ciudades.

 

El limes campo/ciudad y las vistas hacia Zaragoza desde su hinterland.

 

Tradicionalmente no existía una delimitación clara entre la naturaleza y la ciu­dad, pues en torno a ella estaban los monasterios, cementerios, industrias, quintas suburbanas, u otras formas de suave transición en el uso humano intensivo del territorio. En Zaragoza, un escenario de esta suave intersección se localizaba por ejemplo en la Quinta Julieta y el Canal Imperial de Aragón; pero desde hace cuarenta años Gregorio Villarig ha ido pintando sobre este paraje cuadros que atestiguan poéticamente el proceso de urbanización de la zona. Y también Iris Lázaro, que desde los años ochenta ha convertido en uno de sus temas favoritos la nostalgia de los bancos decorados con cerámicas publicitarias que adornaban sus orillas. Por su parte, los artistas más apasio­nados por el cinturón industrial y obrero también nos señalan a menudo cuan radicalmente se alzan fábricas o altos bloques de viviendas al borde mismo de campos todavía cultivados o a ambos lados de un puente; por ejemplo el del Gállego, en la Avenida de Cataluña. A partir de estas trincheras que demarcan la vanguardia urbana en avance permanente, conviene volver la vista atrás para reflexionar de lejos sobre el crecimiento de Zaragoza.

 

Muchos cuadros han retratado panorámicas de Zaragoza y su vega. Frente a las tradicionales vistas desde el otro lado del Ebro, los artistas más modernos prefirieron volverse a mirarla desde algún altozano meridional, ya que hacia el sur se dirigía preferentemente su expansión urbana. Uno de los primeros es el óleo que en 1877 ejecutó Antonio Montero Rabiza desde el cementerio de To­rrero; pero la opción iconográfica más repetida sería pintarla desde el Cabezo Cortado. Allí ejecutó Ceferino Cabañas en 1904 su bellísima Vista de Zaragoza, donde junto a las torres de los campanarios coprotagonizan la composición las humeantes chimeneas de las industrias. Es el mismo paraje que Juan José Gárate pintó en su famoso retrato de los prohombres organizadores de la Ex­posición Hispano-Francesa de 1908 ante un panorama de la ciudad, imitando el exitoso esquema zuloaguesco de figuras ante un paisaje, que repitió con unos joteros en el titulado Copla heroica.

 

En el último cuarto de siglo, la mayoría de las vistas panorámicas han sido concebidas en localizaciones septentrionales. Por ejemplo, las que Ruizan­glada pintó al acrílico en 1995 desde la MAZ, donde se ven las huertas del vecindario y al fondo se adivinan las torres del Pilar en un horizonte totalmente repleto de edificios. Más al noreste, desde Villamayor, Pepe Cerdá ha presen­tado con cierto distanciamiento las luces de la ciudad, pequeñitas en medio de la inmensidad del cielo y los montes oscuros. También desde el septentrión, pero mucho más al oeste, está imaginada La ciudad desde Juslibol de Ignacio Fortún pintada en 2008 como un testimonio de este año tan señalado, con la Torre del Agua sirviendo de contrapunto a las del Pilar y la Seo que enmarcan la composición a cada lado.

 

 

 

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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