Lo inmediato que salta a los ojos al contemplar la nueva obra de Marga Dirube es la fuerza primitiva de lo telúrico, nacida del trabajo incesante sobre unos materiales tratados y re-tratados una y mil veces, para obtener una realidad transformada, nueva, creada, suya, más allá de las calidades originales de las que partió.

Y en esa realidad material nueva irrumpe la evolución del color. Al lado de sus ocres tradicionales y de sus verdes tímidos, siempre presentes, aparece un desarrollo fulminante de un azul personalísimo junto a otros hallazgos, como ese rojo de calidades prehistórica tan coherente con los materiales que utiliza.

Y también progresa su lenguaje formal: sus curvas como capillas, sus roturas como desgarros dolorosos, sus cordeles inesperados, sus paralelas infinitas, monótonas como la vida, inundan, acotan, delimitan el espacio cada vez con más autoridad.

Materiales, colores y formas forman una trinidad que, como un misterio, es una única creación, ... una única pintura verdadera.

Estamos frente a una autora que visceralmente sigue su camino, que no quiere imitar a nadie, que no puede dejar de pintar, que crea, como no puede ser de otra manera, con lo inefable de su alma, con sus sentidos en carne viva, con lo espontáneo de su sudor.

Sin ideas preconcebidas y sin proponérselo, única forma para ser de verdad uno mismo, sabe lo que hace y adónde quiere ir.