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No es muy habitual poder contemplar un cuadro de estas dimensiones de Aurelio Arteta fuera de un museo o de un lugar donde realizó un encargo, por ejemplo La Sociedad Bilbaína o el Banco de Bilbao en Madrid.

Es un cuadro interesante para poder observar el paso de un Arteta ligado al juego de la línea, colores planos y temas un tanto anecdóticos, a un autor interesado por los aspectos plásticos de la pintura y a unos temas más transcendentales y graves que los tratados en la etapa anterior.

El tamaño le permite construir unas figuras humanas imponentes que se presentan ante el espectador en una situación humilde y recogida que recuerda a las posturas del Angelus del pintor realista francés J.F. Millet, pero traspasado a un contexto vasco, en el momento en que los layadores, después de una dura jornada de trabajo, se agrupan para la oración.

El tema, por lo tanto deja de ser anecdótico para convertirse en una representación de la vida rural vasca. Como en otros cuadros de esta misma época, Arteta busca en lo popular unos valores esenciales que guíen a la nueva sociedad moderna que ha surgido en torno a la ciudad de Bilbao.

Cuadro cercano en el tema a De Promesa pintado por Adolfo Guiard en la generación anterior, Arteta anula sus aspectos más anecdóticos, para centrarse en esa búsqueda de valores anteriormente mencionados, como lo hará en otro cuadro conocido pintado para la Sociedad Bilbaína titulado Eva Arratiana (1913) y del que quizá esté cerca, tanto en tema como en realización.

Esto se conjuga con unos elementos plásticos deudores de la modernidad francesa, sobre todo del postimpresionismo, que podemos observar en este cuadro tanto en el color, como en la manera misma de pintar. La atención a los volúmenes, centrados en el interés continuo de Arteta por la anatomía de la figura humana, da protagonismo a los cuatro personajes de una familia trabajadora, que a pesar de su fatiga, no descuidan sus necesidades espirituales.

El fondo es un típico telón construido por líneas onduladas suaves, como en tantos otros cuadros del pintor, donde el color pasa de los verdes de los montes a los morados de las rocas y las nubes del fondo, para construir una composición armoniosa, medida y clásica muy característica de los cuadros del pintor a partir de este momento.

La pincelada suelta de algunos de las partes del cuadro, como los verdes entre las piernas de los personajes y la extrema sintetización de los contornos que delimitan las figuras humanas, son típicos de los cuadros de Arteta del momento y claves para entender su futura evolución, en base al volumen y a una pincelada seca pero reverberante.

Añade importancia al cuadro el haber pertenecido a la colección del escultor Quintín de Torre, amigo del pintor y artista que coincide con Arteta en la construcción de una modernidad novecentista vasca que conjugara tradición y modernidad.

Por todo ello el cuadro Layadores, junto con el antes mencionado Eva Arratiana y La Galerna del Museo de Bellas Artes de Bilbao, puede ser uno de los ejemplos más interesantes para apreciar una etapa del pintor que dejará atrás temas anecdóticos y una técnica ligada a la gráfica y una nueva etapa donde conseguirá un estilo personal, asimilando plenamente las experiencias plásticas de la pintura moderna francesa de finales del siglo XIX a unos temas vascos cada vez más representativos de un país y unos valores ligados a éstos.

Ismael Manterola Ispizua

Profesor de Historia del Arte UPV/EHU