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Empecemos por una teoría no contrastada: si pesáramos en una balanza el alma de un país, si pudiéramos medir de algún modo su inteligencia, unos gramos de su quintaesencia pertenecerían al diseño. No hay lámparas, ni mesas, ni carteles, ni automóviles 'de diseño'. Existen lámparas, mesas y carteles y automóviles. Sin más. La mejor expresión y halago para el diseño consiste en que pase inobservado, que sólo prevalezca el producto de su invención. Todo es diseño. De este modo nace uno de los mejores avales para esta profesión que trabaja para el reconocimiento público: Coca-Cola es sinónimo de Estados Unidos y Lufthansa de Alemania. Eso es diseño, diseño que ha perdurado en el tiempo, que ha demostrado su valor con el paso del tiempo. Algo que facilita el entendimiento, la comunicación, la interacción en un mundo vertiginoso y funcional. Que dura y que funciona. Que da energía y salud al intercambio de signos. Que está en la raíz de cualquier mercancía en la sociedad industrial, de cualquier mensaje que circula por las vías de comunicación que la recorren. Lo demás es despilfarro. O ruido. Pero no diseño.

Cuando surgió la idea de realizar esta exposición no tuvimos duda de que había que empezar de nuevo por el Abecedario de esta profesión: reivindicando los genes de su identidad, evidenciando la función pública determinante de sus trabajos: existimos para ser útiles a las empresas, a la economía, al intercambio comercial.

Todo es diseño. Investigación +Desarrollo+ Innovación+ Diseño. Atención a esta fórmula: I+D+I+D, la primera pareja estaría huérfana sin la segunda, y la segunda pareja de baile tampoco existiría sin la primera. También aquí hay que limpiar de telarañas el concepto: no es una plusvalía el diseño, es una función que simplifica; no es un lujo, sino una necesidad que interviene tanto en la creación como en la producción y en la comunicación, un triángulo sobre el que despliega su verdadero potencial.

Por eso mismo ésta no es una exposición más sobre el diseño y sus autores sino sobre el papel social del diseño, acerca de su estricta y más primigenia función. Y también una reivindicación de sus profesionales, porque tenemos que cuidar a los responsables de la creación de nuestros símbolos, dignificar la gente capaz de vender nuestras marcas. Porque si bien los diseñadores gráficos son las personas que hacen las marcas, el liderazgo gráfico es el que maneja los símbolos del poder. Estamos hablando de una cultura simbólica y en ella el diseño gráfico equivale a la heráldica moderna.

En esta exposición hay cuarenta demostraciones de lo dicho anteriormente, cuarenta teoremas útiles de otros tantos diseñadores consagrados sin discusión alguna dentro del oficio. La convivencia con los grandes maestros del diseño europeo resalta más si cabe la perspectiva y el protagonismo del diseño español presente en la muestra. Sólo insistir en un dato más que obvio: las procedencias abundan en la mayor cultura industrial de sus intérpretes, es decir que Inglaterra, Alemania, o las zonas tradicionalmente de mayor peso industrial en el tejido productivo español, por poner unas denominaciones de origen en el mapa global, gozan de mayor representación en este 'parlamento' con el espectador.

Desde luego que esta exposición no ofrece un panorama completo ni mucho menos. Su vocación es la de ser un germen, un punto de partida que mostrará en próximas entregas tanto la producción de profesionales más jóvenes y emergentes como también focalizará su atención sobre otros sectores que han revolucionado fuertemente su paisaje como la gráfica en Internet.

Por lo demás, señalar que nos hemos permitido un homenaje a tres diseñadores españoles ya desaparecidos (Diego Lara, Miguel Gil y Paco Bascuñán) dado que sus trabajos siguen más vigentes que nunca y forman parte de la historia reciente de este oficio. Pese a ello, no deseamos bajo ningún concepto que esta oportunidad se convierta en una nueva 'función de autor' sino que ponga en escena más que nunca su responsabilidad social. Hablan los productos, los símbolos, no sus creadores. El día que en España entendamos esto habremos dado un gran paso hacia la definitiva modernización del país. No lo conseguiremos si seguimos considerando al diseño o a los diseñadores como 'figurantes' de la gran obra de la civilización industrial. Esta es una iniciativa para reivindicar el 'buen nombre' de un oficio esencial. Vaya mi agradecimiento y respeto para todos los profesionales que han contribuido con sus trabajos y para las personas que, de una forma u otra, han colaborado en este proyecto.