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En 1900 el Ministro de Industria francés inauguraba la Exposición Universal de París con la frase la máquina se convierte en reina del mundo. Nos encontramos en plena expansión de la Revolución Industrial, que supuso la transformación radical del mundo conocido, en todos sus ámbitos y con su correspondiente coste social. Los diferentes manifiestos de las vanguardias históricas ponen el acento en esta ruptura.
Establecen sus objetivos en la absoluta libertad individual como reacción al academicismo y en la experimentación como base de creación. La representación de la realidad pictórica o escultórica bajo un
... canon - perspectiva visual es destruida frente al avance provocativo, muchas veces anárquico, de las jóvenes corrientes: futurismo, expresionismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo... El movimiento, el color, la abstracción y la tridimensionalidad se convierten en objetos de representación, mientras la fotografía y, sobre todo, el cinematógrafo luchan contra un Arte elitista pensado para ser colgado o apoyado. Un arte de marco y peana.
Casi medio siglo después, en 1952 Munari y su Manifesto del macchinismo vuelven a llamar la atención sobre la máquina, pero después de dos guerras mundiales, el optimismo victoriano-germano por el progreso y la civilización dejan paso al desencanto y a una dura crítica contra un sistema estético, que una vez más, se muestra obsoleto. 'Il mondo, oggi, è delle macchine. [...] Non più colori a olio ma fiamma ossidrica. La macchina di oggi è un mostro! La macchina deve diventare un'opera d'arte!.' Paralelamente, Gustav Metzger inicia su Auto-Destructive Art, mientras la corriente Fluxus asalta violentamente los dos iconos totémicos representantes del concepto universal de tiempo-espacio y de la idea, casi recién nacida, de 'comunicación': El automóvil y la televisión. Vostell destruye y encierra en armazones de cemento armado el objeto de la velocidad o entierra y destroza televisiones encendidas; Paik modifica las señales audiovisuales desde cualquier otro dispositivo o construye escenas, conciertos performáticos de circuito cerrado.
Desde hace aproximadamente tres décadas asistimos a la transformación vertiginosa de una sociedad mecánica (newtoniana) -en sus diferentes ámbitos comercial, industrial, social y, por supuesto, artístico- en una sociedad tecnológica. Tras los eslogans 'el medio es el mensaje' y 'obra abierta' las piezas artísticas han evolucionado, eliminando cualquier tipo de limitación física, intelectual o estética. El papel de creador iluminado ha desaparecido y el espectador debe establecer un lenguaje dialogado con la obra y el espacio para su compresión.
Las diferentes instalaciones presentadas por Néstor Lizalde se inscriben en la ruptura crítica de formalismos audiovisuales. Elementos aleatorios, casi emergentes permiten lecturas individualizadas e interiorizadas por los usuarios, que como en la paradoja del gato de Schrödinger, si no interactúa, no puede descubrir el estado oculto de las creaciones.
Puede ser y puede no ser. El artista trabaja sobre el concepto de fragmentación y desfragmentación, para elaborar otras perspectivas estéticas, casi en conjunción con sistemas sinestésicos, donde el sonido, el tacto o la presencia modulan la imagen. En las piezas Velvet-Transcode y Cinema-Trascode, nos enfrentamos con dispositivos de interfaz 'amigable'. Pensadas bajo los paramentos de WYSIWYG (What You See Is What You Get > lo que ves es lo que obtienes) y de contacto natural entre dispositivos y usuarios, permiten una comprensión intuitiva de su funcionamiento.
Sencillos botones primarios, como palancas de encendido-apagado, abren posibilidades no narrativas de entendimiento con los dispositivos mecánicos, indisolubles del propio concepto. Como indica el artista 'Me interesa la capacidad contemporánea de crear obras audiovisuales donde tanto el soporte (hardware) como el propio sistema que lo ejecuta (software) se creen para dar forma a la obra, sacando a la imagen de sus soportes tradicionales, generando un cuerpo moldeable como una escultura'. No se busca establecer fronteras tecnológicas e incomprensibles que sumerjan las piezas en una curva de aprendizaje insalvable para el visitante. Aparecen como una respuesta a la queja de Munari, es necesario que la máquina se trasforme en obra de arte.
La reactualización y reutilización de formatos que en su momento supusieron una ruptura o una innovación estructural en su propia tecnología como el theremin (uno de los primeros instrumentos musicales electrónicos de comienzos del s.XIX) o las grabaciones del director Segundo de Chomón para la pieza Buceador Fantástico, van mas allá del mero recuerdo o del homenaje sentido. Se muestran como metametáfora de nuevas fragmentaciones, de nuevas reproducciones, de nuevos metrajes, de nuevos significados que pueden remitir a realidades vividas, alojadas fuera del campo artístico - extrartísticas- pero presentes en la cotidianidad de un mismo colectivo social o generacional.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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