Vicente Macías nació al final de un tiempo, cuando el paisaje envolvía al hombre y éste mantenía el ritmo lento de los encinares. La batalla de las máquinas no había comenzado. Desde su juventud se acostumbró a mirar el horizonte de las tierras extremas y descubrió en la meseta austera el multicolor de la planicie asaeteada por la luz; miró con los ojos del alma el rostro dolorido de los hombres en el trajín de las labores, escuchó la alegría de las cosechas y sintió el viento encerrado en las esquinas petrificando la belleza en soledad silenciosa, se sosegó con la humildad radiante de la pobreza y quiso cantar a lo que se pierde, porque Vicente cree que todo arte es una recuperación emocional de un tiempo que no nos pertenece y que queremos preservarlo nombrándolo con la pureza de los colores; y es en ese mismo hecho ... de nombrar lo que no fuimos donde ganamos nuestra identidad. La realidad sólo es un pretexto para dar rienda a nuestras fantasías, para desenterrar lo que nunca existió, para tener memoria de lo no vivido y siempre soñado, para que el arte rivalice con el alba, mitifique las sombras del medio día y se rinda con las luces de la noche. La realidad sólo tiene sentido en la utilidad, el negocio, o la ciencia experimental. El arte por el contrario es trabajo de amor perdido, un grito en la oscuridad que, sin ser luz, visiona la lejanía de los muros que nos cercan, es un amigo que calla cuando todos hablan, y habla en el silencio del olvido, es la compañía amable en el desencanto de la vida, es la alegría en la luz, el agua fresca en la siesta, la idea en el día a día.

Macías tiene los años de la distancia y nos muestra en esta exposición: banderas de paisajes que recorren las primaveras extremeñas, matemáticas ocultas que se encienden con el bosque en las tardes de estío, alfombras mullidas que cubren el suelo de las cuevas otoñales, montañas nevadas, troncos cortados, mujeres dormidas al calor de los colores invernales. Ha ido alambicando durante décadas los escasos colores de la tierra, para mostrarnos la riqueza y fortaleza de su color como artista que nos transporta a la geografía de sus maestros, a las cercanías de la Escuela de Vallecas, al color puro y desgarrado de los neo-expresionistas. Sus trabajo plantea esa contraposición que se produce cuando el pasado no ha terminado de marcharse y el futuro no acaba de llegar, cuando a la realidad aún le queda belleza y la geometría es tímida y a penas si puede mostrarse, cuando uno quiere ser contemporáneo y a la vez local, cuando la mancha suelta es tan hermosa como el retrato, cuando el artista duda entre seguir adelante o abandonar. Límites que Vicente trabaja pacientemente, inclinándose como 'la avena loca', unas veces al caos y otras al canon tradicional, para dejarnos en todos los casos una serie cuadros sinceros, depurados y hermosos, que nombran maravillosamente una Extremadura de las muchas que nos toca habitar.