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Los cuadros de esta exposición de Francisco Torres Oliver conforman una galería de retratos con el genuino sello de lo fantástico y de lo terrorífico. Nos hallamos ante una colección de personajes que parecen provenir de otro mundo, rostros alucinados y a menudo hieráticos, inscritos en atmósferas y escenarios decididamente intempestivos. Muchas de estas figuras y situaciones nos sugieren un medioevo imaginario y otras nos ubican en ámbitos relacionados con los ritos y los tránsitos de la muerte. A veces los engendros de Torres Oliver tienen la apariencia de fieles fanáticos de cultos desaparecidos, que aguardan aterrados la irrupción inminente e algo terrible y fatal. Otras veces deambulan como dominados por un trance iniciático o se dedican a extraños cometidos en los que cargan con objetos de vetusto simbolismo. En algunas ocasiones pueden resultar amables en su pétrea fealdad y en otras se advierte incluso la emergencia de una suerte de comunidad entre ellos, como si se reunieran en pequeños grupos para sobrellevar mejor el sobresalto que sufren ante los invisibles misterios que les son revelados.