Tradición sevillana y corte clásico en un artista cuya obra transmite tranquilidad, calma, melancolía. A través de una veintena de óleos de diferentes formatos, convivirán naturalezas muertas y paisajes naturales. Exquisitos paisajes como resultado de una controlada vorágine de manchas surgidas de una reducida y contraria paleta de color: una templada, a base de amarillos y marrones, favorecedora del recuerdo estival, frente a una fría, a base de azul y gris plomizo que, en convivencia con la sempiterna mancha verde, parece vaticinar una tormenta o presagiar un frío invierno. Junto a estos paisajes y en contraposición, conviven otros en los que la nostalgia o la melancolía generada por los tonos plomizos han dado paso al regocijo que nos transmiten los días claros y soleados. Son las obras realizadas por Manolo Sánchez después de su traslado a Sanlúcar de Barrameda. Influenciado por la luz del sur y por las ... constantes vistas al mar, Manolo Sánchez va a incorporar a sus obras el azul turquesa. La incorporación de este color y el excelente tratamiento de la luz confieren a estas obras gran luminosidad y transparencia, generando en el espectador una visión cristalina del paisaje.

Todas las obras de Manolo Sánchez requieren una lenta mirada. Nos exige detenernos una a una, mientras que sin darnos cuenta, se nos activan todos los sentidos. Desde sentir el aire de tormenta o la humedad del mar, a la calidez y la melancolía que nos transmiten sus naturalezas muertas. Retratista de objetos cotidianos, (berenjenas, calabazas...) el pintor lleva a cabo un estudio de ellos desde diferentes encuadres, lo cual pone de manifiesto no solo el gusto del artista por la naturaleza, sino el conocimiento que de ella tiene. En sus obras, los objetos se ven ennoblecidos no solo por la manera de presentarlos, sino por las templadas gamas de color y la cálida luz que los envuelve.

Manolo Sánchez (Sevilla, 1964) es Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sant Jordi de Barcelona. Su obra ha podido verse de manera individual y colectiva en numerosas galerías nacionales y se encuentra representada tanto en colecciones públicas como privadas.

TIEMPO DENSO / MIRAR LENTO

DE Manolo Sánchez

Manolo Sánchez de unos años a esta parte ha venido cultivando una pintura de superficies atractivas, densas y rizadas, con empastes cuajados de valores pictóricos, voluntariamente insertada en esa genérica concepción del 'Arte por el Arte' y dentro de una cierta tradición sevillana, que en él continúa en uno de sus más lúcidos epígonos. En esa larga y dilatada tradición, renovada por otras generaciones anteriores a él, M.S. ha venido realizando una pintura muy atenta a la descripción íntima de objetos, entendidos como elementos cercanos y cosas peculiares, casi siempre en disposiciones muy sedimentadas. Objetos silenciosos, visualmente muy táctiles, decantados en su propia soledad y aislamiento. Humanamente descritas en su temblor de cercanía con el natural.

El planteamiento de M.S. consistía entonces en toda una empresa pictórica enfrentándose una y otra vez, para por parte del pintor entender pictóricamente determinados objetos; casi talismanes o totems, en los que sin mucha trascendencia e implicación, de una manera discreta el autor se confirmaba en sus propios secretos, al presentarlos y re-presentarlos una y otra vez, acercándose a ellos y posando su imantada mirada con distintos encuadres y composiciones. Se trataba de una decidida voluntad de elección, a la vez que identificación, hacia un corto pero intenso repertorio de 'Cosas del mundo', la cuales con su misma presencia, sintética y aislada, parecían hablar de si, y así mismos se tenían como autorreferente.

Objetos, en definitiva, que más que contar historias parecían visualmente murmullos pictóricos; y que desde su misma trascripción pictórica solicitaban un posarse lento de la misma mirada; y una lectura reposada y calma. Pero donde también, un tiempo espeso, transcrito por un repertorio de colores templados y sordos, los hacía muy cercanos: pipas de fumar, laúdes, calabazas, berenjenas...Toda una sensualidad distante en su propia melancolía de bodegones, pero que entendía lo pictórico como orden de espacios y plenitudes de la pintura. Rigor lógico, color y superficies a pintar; y ese, a parte de un mundo de silencios y latencias, parecía ser su único argumento. Aquello parecía satisfacer la sensibilidad pictórica de M.S.

Era aquel un mundo de pinturas de barrido estriado y pintura carnosa, de tradición mediterránea que hacía recordar a aquella otra tradición de opaca vanguardia, que ciertamente aludía a algunos de los fenómenos discretos de la modernidad: a la pintura de los años veinte y treinta de Derain, los italianos de 'Valori Plastici', los postmetafísicos y Morandi; al mundo de Pisis,... junto a los estados de ánimos de la psicológica contenida en ciertos realismos de las entreguerras del pasado siglo. Toda una interpretación que, ahora aquí, bien pudiera enlazar con la estética de M. S. Quizás en esta última entrega, tal vez más despojada y tal vez más barroca en su posible carnalidad de la misma pintura; pero en la misma continuidad de atmósferas sordas y tendentes a lo neutro, un tanto impregnadas de una melancolía existencial, desde la contemplación de los objetos mismos. Quizás lo más novedoso ahora sea la nueva presencia del paisaje en su pintura.

Desde que el pintor se trasladó a Sanlúcar de Barrameda, aquella carnalidad de su pintura anterior parece haber cedido a una mayor transparencia y limpieza. Tal vez la presencia permanente del mar y la plenitud espacial del estuario en Sanlúcar haya sido la causa. Pero en él ha persistido el silencio y lo opaco, lo sordo del color, tal vez ahora algo más frío y despojado, incluso más elegante. En estas visiones encontradas ahora en Sanlúcar el espacio pictórico se ha aclarado dentro de la gama de grises tan peculiares al autor, aportando atmósferas reflexivas. Paisajes de una sensibilidad atlántica e invernal, más que mediterránea y luminísta; que hacen que ahora los cuadros se vacíen en superficies planas y sintéticas, en tonos platas y sutiles azulados con apenas alteraciones pictóricas de signos o arabescos. Visiones del Coto, El Coto entre ramas, simplicidades espaciales, quiebros del espacio, verdes vejigas, verdes cromo, la masa densa de los pinos sombríos, el color ceniza de la arena de las mareas, olor a algas y cieno; el lento discurrir de las miradas... en las Piletas y Montijo, hacia la Punta de Malandar.

En esta nueva entrega, una humedad, que no quiere dejar de ser cálida, contagia la mirada que discurre lenta por planos de mar, celajes monocromos y líneas de horizonte. A medio camino entre el Paisaje de símbolos y el Paisaje de hechos, cercanos al arte concreto. Elementos y superficies que dan todo de sí, para ser, los únicos y minimalistas factores que organizan las composiciones, un tanto vacías, si también tenemos en cuenta los planos laterales de ventanas: desde cuyo interior el artista divisa y ofrece estos paisajes. O bien, de los planos de mesa ahora casi invisibles, donde aparecen conviviendo en un silencioso diálogo los bodegones de melones y sandias abiertas, granadas y cebolletas: simplicidad esencial y elementos dialogantes en su humilde fecundidad opaca y discreta; en su temblor humano con que estos objetos-símbolos están descritos, como un sutil y liviano - como la pintura ahora - alimento terrestre para el espectador.

Juan Fernández Lacomba