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No existen muchos originales de las obras de los primeros geométricos, aquellos que revolucionaron en el arte en los ´40 o lo continuaron a partir de los años 50. Por suerte, muchos de estos artistas llevaron un riguroso control de lo que producían a través de diarios, cuadernos o bocetos. Este es el caso de Manuel Alvarez, quien mantuvo un cuidadoso archivo de todas las obras que fue realizando.

Nacido en 1923, de sus primeros años en el arte los bocetos reflejan naturalezas muertas, retratos, paisajes urbanos, fechados a partir de 1946. Fue a partir de un encuentro casual con el pintor Marcos Tiglio, que comenzó a concurrir a su taller, desde donde salía a pintar paisajes de la Boca o la isla Maciel.

En esos años, imposibilitado de continuar sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA se inscribe en los cursos de Jorge Romero Brest. Posteriormente y gracias al estudio de Andre Lothe, indaga en la proporción áurea que desde el Renacimiento determina la armonía y la belleza de la simetría perfecta.

A partir de 1951, las figuras dibujadas en sus bocetos comienzan a tener más peso, a hacerse más esquemáticas hasta que da un sorpresivo salto a una geometría libre, que denota más que nada la búsqueda y la investigación que lo uniría con esta tendencia.

Tres años después sus obras se sumergen en una geometría 'pura' sobre la base de la proporción áurea, que queda en evidencia a partir de los estudios matemáticos y geométricos que aparecen en sus bocetos, con ángulos y líneas que van conformando las figuras.

En 1954 obtiene una beca para viajar a Paris, ciudad a la que todos los artistas de la época deseaban llegar. Allí se contacta con Pettoruti con quien inicia una relación de amistad, visitándolo en su departamento de la rue Lauriston, donde conversaban sobre las tendencias y exposiciones del momento.

Indefectiblemente concurre a las inauguraciones de la Galeria Denise René, que tenía el apoyo del artista Víctor Vasarely, pero salvo excepciones no encontró allí propuestas en las que referenciarse, por lo que decide seguir su propio camino creativo.

A mediados de 1955 un problema familiar lo obliga a retornar a Buenos Aires. Queda atrás el sueño de París, pero al llegar conoce a Carmelo Arden Quin, uno de los fundadores del Movimiento MADI, quien ya estaba organizando la Asociación de Arte Nuevo, con el objetivo de presentar un salón, similar al Salon des Réalités Nouvelles que se venía realizando en Francia.

La primera reunión estuvo conformada por Virgilio Villalba, Gregorio Vardánega, Arden Quin y Alvarez quienes se reunían en el café Chamberlain de Buenos Aires y al que luego se le unieron Martín Blazko, Ana Sacerdote, Luis Tomasello y Towas (Tomás Monteleone).

Además del salón, la Asociación imprimía un boletín, con actualidad del arte abstracto y geométrico mundial, donde Alvarez publicó una traducción de un ensayo de Paul Klee además de prestar la dirección de su casa (Laprida 1598, 1° izq) para que figure en la contratapa, como referencia de la institución..

La década del 60 trajo un cambio en su obra, a partir de un problema de salud que lo tuvo tres años sin trabajar. Al volver a pintar mezcló una geometría libre, con cierta figuración abstracta que lo llevó a desarrollar una nueva serie, donde aparecían ciudades y personajes.

Pero esta exploración no duraría mucho. Ocho años después volvería la intención geométrica que no lo abandonaría nunca. Sus círculos de los ´70, son el mejor ejemplo de su concepto del tiempo detenido. En sus años de estudio de filosofía, ya había indagado en el tiempo según San Agustín, para continuar luego a Henri Bergson.

Para Bergson el tiempo de las ciencias físicas, el tiempo espacializado, no es el real. En nuestra percepción existe la 'dureé, una síntesis mental, un proceso psíquico y en consecuencia inextenso', que abarca la suma de los momentos que la mente tiene que disponer mientras dura el paso de un móvil por el espacio. El movimiento sería una percepción subjetiva, íntima de esa dureé.

Posteriormente, a partir de una visita al Musée de arts asiatique Guimet de París, incluiría en sus estudios el concepto del tiempo desde la perspectiva del budismo Zen, aprendizaje que continúa hasta el día de hoy.

Son 462 los bocetos donados al MACLA por Manuel Alvarez y constituyen en si mismos la historia en presente de su recorrido artístico. Nos permiten un análisis continuo de su trabajo a la vez que son obras en si mismas, en su belleza, aunque no tal vez en su intención.

Todos estos estudios, volcados al papel, rigurosamente fechados, nos permiten seguir una continuidad lineal. Podemos ir hacia delante y volver al pasado. Mientras que el tiempo en sus obras se nos aparece detenido, suspendido, respira en nosotros y al percibirlo, crece en todas direcciones.