Exposición en Zamora, España

Mi lugar de nacimiento

Dónde:
Museo Provincial de Zamora - Palacio del Cordón / Plaza de Santa Lucía, 2 / Zamora, España
Cuándo:
12 sep de 2007 - 28 oct de 2007
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición

En todo el quehacer artístico de Carlos de Gredos, hay unas constantes relacionadas con la espacialidad, en la que se privilegia y se opta por todo lo que tiene que ver con una naturaleza sentida como próxima y como propia; también con los juegos lingüísticos, en busca de forzar significaciones encontradas, a partir de vinculaciones y de asociaciones de letras, de sílabas y de palabras, abriendo a través esta práctica una suerte de vía metafísica que nos expresa un itinerario sentido como personal; y asimismo con la utilización de elementos simbólicos, muy queridos por el artista, que se convierten en huellas significativas e identificadoras de su labor creadora, y que se impregnan de significaciones en las que dialogan las obsesiones personales con los vectores marcados por la universalidad, diálogo, por otra parte, característico de todo símbolo, en la medida en que es utilizado por un ser humano en su labor ... de creación.

Y estas tres vías, estos tres ejes que acabamos de apuntar –espacialidad, juegos lingüísticos, elementos simbólicos-, son los que dialogan en la presente propuesta de Carlos de Gredos, titulada Mi lugar de nacimiento.

El azar cazado

El punto de partida tiene que ver con la espacialidad. El artista interviene en un territorio convencional y conceptual a la vez, en un topos, en un mapa elegido, que contiene el espacio del origen: Castilla y León. Asume la vieja división territorial de las provincias para actuar azarosamente sobre ella. Estamos ante un espacio que, si por una parte es administrativo, también es vivencial para el artista. Y aquí ya aparece y comienza a actuar el elemento simbólico. Si hay nueve provincias, el creador prepara nueve dardos, uno para cada una de ellas. Se trata de, a ciegas y de modo totalmente azaroso, disparar hacia el mapa y elegir un lugar dentro de cada una, el que sea, el elegido por ese impulso ciego de la pulsión humana y de la trayectoria espacial, para continuar con la secuencia creativa.

Es el viejo y bien conocido universal de la flecha y del blanco, del que apunta y lanza y de lo apuntado. Dos elementos siempre que se necesitan, en una complementariedad que les da sentido. Es la complementariedad del ser y del espacio, marcado el primero por la pulsión y el dinamismo y el segundo por la pasividad, por la quietud. Porque el dinamismo y la quietud también se necesitan, de ahí que se vinculen a través de formas simbólicas como el dardo (la flecha) y el mapa (el blanco).

Y estaríamos ya en el siguiente paso. Contamos ya con nueve lugares, con nueve topónimos, con nueve espacios para la intervención, para la acción artística. Nueve lugares azarosos en los que buscar nuevos significados, a partir de planteamientos muy pensados y muy estructurados por el artista.

Los lugares como reinos: hacia una ética de la espacialidad ¿Elegimos los lugares o nos eligen a nosotros? Aquí el artista los ha elegido sin prejuicio alguno, sin utilizar otra categoría que no haya sido la del azar, apoyado sólo en el viejo motivo simbólico de la flecha y el blanco, al que ha puesto en acción. Elegir un lugar (nueve lugares, en este caso) y convertirlo en sujeto de realización artística, en un momento como el presente, en el que, debido a la lógica perversa de la globalidad, todo tiende a la deslocalización (un nombre sobre el que habría mucho que decir), se convierte en un gesto de un calado profundamente moral.

A partir de la elección, el lugar se singulariza (es en él donde va a ocurrir el hecho artístico), pero, a la vez y al mismo tiempo, se universaliza (pues el artista va a realizar en cada uno de ellos el mismo tipo de intervención).

De El azar cazado, o, lo que es lo mismo, de los lugares elegidos, pasamos a la siguiente secuencia de la acción artística: Mi lugar de nacimiento. En cada uno de los lugares señalados por el dardo (uno por cada una de las nueve provincias de Castilla y León), Carlos de Gredos coloca una caja amarilla de un metro cúbico, que se va llenando de piedras –La recolección del Oro-, mientras, con un equipo de filmación, rueda una secuencia de 360º de cada uno de ellos, a la vez que toma una fotografía también de los mismos.

Cada lugar queda, así, configurado como un tesoro. Y la seña de identidad de cada lugar es la de la permanencia. Funciona cada uno como reino, en un mundo marcado por tantos exilios, por tantas deslocalizaciones. Nos invita cada uno a estar, a permanecer, a ser en ellos nosotros mismos, y no meras mercancías, mera mano de obra al servicio de una globalización que nos despoja de nuestra humanidad, para convertirnos en mera mercancía. Hay una dialéctica implícita entre el reino y el exilio en esta práctica artística. Una dialéctica con una fuerte carga moral, además de con un nítido componente estético.

Hacia una metafísica del renacer

Los juegos lingüísticos –indicábamos en el arranque del texto- constituyen otro de los instrumentos de los que se sirve Carlos de Gredos en su quehacer creativo. Conectaría en esta tarea con las prácticas de la llamada poesía visual o experimental.

En Mi lugar de nacimiento, el artista erige un montón de piedras, formando una figura cónica, rematada en su vértice por una palabra que se afirma de modo pleno: CONFIANZA, que no es otra cosa que FE en el propio existir y en la existencia en general. Porque tal confianza nos configura como seres arraigados en un lugar, no deslocalizados.

Es la afirmación de la matria, del pequeño mundo del hombre, como propugnaban los humanistas del Renacimiento. Es, en definitiva, la franciscana afirmación de lo pequeño, de lo próximo, de lo familiar, de lo que no nos resulta extraño. De ahí que, en el juego lingüístico y objetual, aparezca el término FE acompañado y potenciado por objetos con los que convivimos (Los frenos de mi furgoneta), o por seres que son nuestros ascendientes y, por tanto, seres próximos y queridos (Las ruedas del carro de mi abuelo Jacinto). El artista asocia y relaciona FE y CONFIANZA. Y vincula ambos términos, con la carga conceptual que comportan, con otros que configuran una suerte de territorio edénico o paradisíaco, un tipo de territorio en el que habitar no conduzca a la tortura y el sufrimiento, sino a la plenitud. Y es que, como hace en Buenos días FElicidad, las sílabas fe (de FE) y fi (de CONFIANZA) sirven como guías para atrapar palabras que, al contenerlas, son utilizadas por el artista para tejer una red con la que acotar y configurar el territorio del paraíso. Y, así, aparecen los vectores de lo pleno (perfecto, fenomenal, esfera, circunferencia), de lo benéfico (confiar, preferir, beneficio), de lo que se prolonga hacia el futuro (fecundidad, profeta), o, en fin, de lo basado en la labor, en la confianza y en la memoria humanas (confiar, oficio, referir), por no seguir con referencias a otros campos. Palabras como semillas Carlos de Gredos parece plantear en esta exposición un arte afirmativo, un arte que se convierta en vínculo entre el ser y el lugar, un arte que sea capaz de hacer posible esa facultad de renacer que debiera pertenecernos a todos, si los dardos de la alineación no nos alcanzaran. Estaríamos ante un arte marcado por la confianza, tanto en las posibilidades del ser, como en las del mundo. Pero, para que esto sea posible, necesitamos un lugar, una matria, unos vínculos con los otros y con nosotros mismos. No hay lugar sin origen. No hay lugar sin memoria. No hay lugar sin vibración del espíritu. Porque todo lugar se configura como tal cuando lleva adherida la psique humana. Porque todo lugar lleva en sí las huellas de una topografía del espíritu. Y sólo es en esa topografía donde se puede creer, donde se puede crear, donde se puede crecer; tal y como intuye el artista en su obra titulada El arbusto que se convirtió en árbol. Sólo cuando el ser es centro del mundo se dan las condiciones para poder creer, para poder crear. Y sólo creyendo y creando podemos crecer. Porque el crecimiento tiene siempre una dirección cardinal: hacia nosotros mismos, hacia lo más hondo, hacia el sustrato más escondido que nos habita. De ahí que Octavio Paz articulara el sintagma de árbol adentro. Sí. El arbusto se convierte en árbol. Porque cree, crea y, así, crece.

Constelación benéfica

El azar. La flecha y el blanco. Los lugares elegidos. Las piedras como tesoros. La ofrenda del pan sobre la mesa. La fe y la confianza. Las palabras pintadas que expresan nuestro desamparo. La perspectiva de lo próximo y de lo edénico. La conversión en árbol.

El camino interior… Son otros tantos puntos estelares que configuran una constelación creativa. Una constelación que Carlos de Gredos ha querido vincular con el lugar y con el nacimiento.

Una constelación, sin embargo, que ha necesitado del azar y del viaje, de la búsqueda y del riesgo para dar con algún hallazgo.

Una constelación creativa marcada por el sincretismo. Por el uso de materiales encontrados; de técnicas como la fotografía y la filmación para documentar hallazgos y logros; de acciones, instalaciones e intervenciones; de diversos materiales, pero también de unos juegos verbales, conceptuales, simbólicos y hasta metafísicos, necesarios para dar con los sentidos de lo que el artista se propone…

Una constelación creativa de la que, como contempladores, salimos purificados, pues el artista nos obliga a acompañarlo por todos y cada uno de sus devaneos, por unos lugares a los que vincula mediante un planteamiento creador muy bien articulado, que despliega ante nosotros también para poder purificarse él.

Y, en el territorio de esta constelación, nos sentimos protegidos por una belleza que quiere ser nueva. Una belleza que preserva nuestra mirada sin dañarla y nos mantiene indemnes.

Pues, a través de la contemplación, hemos adquirido una clara conciencia de que podemos creer, crear y, así, crecer. El verdadero tesoro.

(Extracto del catálogo)

 

 
Imágenes de la Exposición

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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