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El jazz y la acuarela comparten lo irrepetible del trazo y de la improvisación. Cuando todo es inmediato y sucede en un instante. Frente al público que sigue el laberinto posible de una melodía que avanza como un milagro en el aire, construyéndose la música al ritmo de la invención que transcurre sin detener sus prodigios, o sorprendiendo al ojo que descubre en el color lo que revela un pincel, animado por la idea que se traduce en imágenes y surgen en el momento de un azar perdurable.

La visión en movimiento, suspendida al ­final de una acuarela, continúa en la mirada que puede recordar el tránsito de un espacio en blanco al color y ... a la ­gura que defi­nen cada cuadro, encuadrando a través de una cámara virtual las imágenes que vio, por algo más de tres años, Juan Mejía para enseñar sus Instantáneas personales.

Instantáneas como las fotografías que capturaban el paso de un peatón en la calle registrado por la cámara; personales por la forma en que Mejía imaginó, dibujó y plasmó en acuarelas las escenas que soñó para la serie; instantáneas personales en homenaje a una sección legendaria publicada en Reader's Digest, cuando era posible leer una anécdota que defi­nía la vida de un personaje, e instantáneas por la rapidez que exige la acuarela para descubrir una visión personal de la conciencia secreta hecha pública en un cuadro o haciendo de la tradición que se mani­fiesta en público un reto para intentar renovarla.

Imágenes paradójicas -una niña que se pasea entre ­eras de instinto irreconciliable; tres conejos de ojos mordaces y sonrisas sutiles que trabajan sin descanso para honrar su desmesura prolí­ca; un pintor que estudia el mundo sin que tengamos certeza en qué lugar de ese mundo calcula su perspectiva; un grupo de ejecutivos revelados como insectos-, hacen de cada instantánea otra paradoja cuando cruzan el umbral de lo efímero a lo perdurable, de­niendo su recuerdo en la memoria que observa.

El sueño como instantánea fugaz que termina en la vigilia se descubre en otra imagen donde un enfermero sueña con un hombre que nada y un atleta que nada sueña desde una piscina al enfermero que sueña con un hombre que nada. Mejía también soñó con pintores de otro tiempo, recreando los barcos de navegación dramática que tanto entusiasmaron el ojo de William Turner y los viajeros románticos que observaron a sus pies mares de niebla in­nita según Caspar David Friedrich.

Con el humor que permite apropiarse del pasado y traerlo hacia el presente, revelado en otra imagen de atletismo pop -el sur­fista los detalles modi­fican lo que ya es conocido cuando al sur­sta lo observa un periscopio indiscreto y al grupo de la fogata lo mira con sorpresa un oso, que acaso devore al gordo que está sentado entre ellos para que sea una sombra trazada en la caverna.

El caníbal cultural que sugieren las imágenes recuerda el territorio del cine donde Mejía aprovecha el absurdo de las contradicciones: un dragón, semejante al monstruo japonés que fue en la pantalla Godzilla, es atacado por varias amazonas, arquetipas que danzan a su alrededor, burlándose del bestia al que combaten las bellas; Drácula festeja su cumpleaños con otras criaturas del cine, iluminando su cara con un pastel incendiario -¡la eternidad del vampiro requiere de tantas velas que es imposible contarlas!-, reclinándose la momia contra un espejo que niega la imagen del conde insomne.

Durante el rodaje de Son of Frankenstein (Lee, 1939), que reunió en la pantalla a Bela Lugosi como el demencial Ygor, y a Boris Karloff como la Criatura de Frankenstein, el equipo de rodaje le festejó a Karloff sus 51 años de edad con un pastel semejante al que Mejía pintó en el cumpleaños de Drácula. La coincidencia sugiere que Instantáneas personales describe en sus acuarelas una memoria visual que expresa lo conocido y lo enseña de otra forma; cuando es posible observar el escenario dramático que representa un quirófano, transformado por Mejía con la pelea risible entre un par de cirujanos. ¿Otra paradoja? ¿Que se desangre un paciente mientras la muerte lo alcanza por un combate de egos? ¿Otra visión de Mejía ironizando el rencor que forja la vanidad? En la quietud aparente que nos presenta la imagen, el movimiento, de nuevo, avanza con sus ideas más allá de lo instantáneo.

Hugo Chaparro Valderrama

Escritor y crítico de cine

Laboratorios Frankenstein ©