Opinión

Asunta Rodríguez: Algo tendremos que cambiar

Asunta Rodriguez
Asunta Rodriguez

Asunta Rodriguez, directora de la galería Trinta y miembro del nuevo comité de selección de Art Madrid 2010, ha hecho, a petición de ARTEINFORMADO, algunas reflexiones de interés respecto al pasado, presente y futuro del galerismo y coleccionismo en nuestro país, apostando, de entrada, por el reconocimiento de que algo se habrá hecho mal. Luego, algo habrá que cambiar. Como en tantas cosas de nuestro mundo actual, tal vez la solución empiece en ese humilde reconocimiento.

"¿Sabe cómo llamamos aquí al camello?: el animal inventado por un comité. Uno decidió que tuviera el cuerpo grande; otro, la cola pequeña; un tercero, la chepa; el cuarto, el cuello largo; uno más, los morros abultados; y el último, las pezuñas hacia arriba. ¿Y ve lo feo que es?..." (Javier Reverte. /Los caminos perdidos de África/.)

Como miembro del comité de selección de la quinta edición de ArtMadrid, he de confesar que no es tarea fácil la de situarse, en un momento como el actual, en el papel del vendedor. Sobre todo si éste sabe que cuenta con la reticencia del interlocutor fundamentada en dos argumentos tan potentes como son la "actualidad económica" que nos coloca frente a una "realidad" en el mercado del arte que creíamos superada en nuestro país y la no menos importante "falta de crédito" hacia la consolidación de un proyecto ferial que en la mente de casi todos parece innecesario al ser comparado constantemente con su antecesor y a la sombra de quien siempre se le ha situado.

Es por ello por lo que, a escasos meses de la celebración de la feria Art Madrid, creemos necesario explicar qué nos lleva a luchar por su continuidad, sobre qué bases planteamos nuestras convicciones y qué objetivos pretendemos conseguir asumiendo que en el diagnóstico del problema vemos la posibilidad de la solución. Incluso, la urgencia de la misma.

Tal vez a preguntas relacionadas con el primer argumento (la crisis) existan pocas respuestas, pero sería faltar a la verdad no admitir que nuestro mercado sufre los efectos de numerosas variables, de algunas de las cuales no somos completamente inocentes ni frente a las que nos podemos situar a resguardo en el papel de las víctimas. Algo tendremos que cambiar cuando nada parece que hayamos aprendido de similares situaciones anteriores y cuando la infraestructura cultural institucional y privada tiene unas dimensiones que, no muchos años atrás, nos parecía un sueño inalcanzable.

Dentro de este contexto, bajo los efectos de la globalización y al amparo de la euforia económica, las ferias se han convertido, desde el punto de vista del arte, no sólo en una forma concentrada de intercambio de mercancías artísticas sino fundamentalmente en un medio de legitimar artistas a través de galerías de un único perfil que, provistas de un gran poder económico, presionan a museos e instituciones ejerciendo un nuevo tipo de especulación del gusto para, además de no defraudar las expectativas de sus coleccionistas-inversores, seguir engrasando la maquinaria de producción del sistema artístico exigiendo y colocando productos rápidamente consumibles, de rentabilidad inmediata y dimensiones y características cinematográfico-hollywoodienses. Ello implica que los artistas que pretenden desenvolver su actividad al margen de las presiones de las prioridades del mercado están abocados a no existir ni dentro ni fuera de las ferias. No son rentables. Sólo caben los "superventas", las "marcas", y todos sabemos que no hay españoles entre ellos. Porque las galerías han fijado sus objetivos y han puesto todo su esfuerzo y energías en hacer todo lo posible por estar en el grupo de las "admisibles". Y la urgencia en la "internacionalización" de las propuestas excluye la larga inversión temporal de que precisa la estrategia de la exportación. Por otro lado, la siempre exhaustiva información del arte que los medios de comunicación ofrecen en torno a la celebración de estos eventos, está directamente relacionada con sus precios y sus mejores postores, con lo que sobra añadir que el resultado es la espectacularización que encuentra grandes y polémicos titulares, siendo lo menos fotogénico, lo más íntimo, lo más experimental, lo diferente, relegado en el mejor de los casos, al ámbito de lo "raro".

Este es el tumor: el exceso. Y esta es la mentira: los eventos que se nos venden como arriesgados, ultramodernos y globalmente contrastados son "salones oficiales" en los que todo está medido, controlado, censurado. Con criterios que son tan válidos como otros, salvo que la principal prioridad es la venta y por tanto, la supervivencia. Y ésta se hace mediante la anulación del otro.

Frente a esta realidad, contra la que nada podemos hacer y a la que hemos contribuido, podemos esperar a que las cosas cambien solas, a que nos soplen vientos favorables y volvamos a gustar, o actuar en consecuencia sin temor a equivocarnos. Algunos creemos que los terremotos que nos sacuden pueden servir para ayudarnos a encontrar y ocupar un lugar que de verdad nos pertenezca; a aprender que éxito y calidad no son sinónimos y que sólo a veces caminan de la mano. A buscar soluciones sin poner exclusivamente la culpa en los demás pero ejerciendo al mismo tiempo nuestro derecho a cuestionar a un sistema que dinamita las posibilidades de futuro digno de un sector al que pertenecemos constituyendo la base de la pirámide.

Si la primera decisión es mantener la actividad de nuestras galerías, la segunda tal vez sería la encaminada a dejar de hacernos la competencia a nosotros mismos: llegar a la conclusión de que realizar nuestro trabajo vinculado a su entorno, reconociéndolo como su principal patrón y al servicio de los creadores que en él viven sólo puede ser beneficioso a corto y largo plazo ya que genera la diversidad que nos diferencia del mercado de franquicias, enriquece un tejido cultural que se nutre de diferentes puntos de vista y da más espacios a los artistas y coleccionistas al permitirles la oportunidad de tomar parte en el arte en tiempo real, como experiencia vinculada a su creador más que como objetos que se adquieren en función del valor que tendrán en un futuro. Y que generará, en muchos casos, el deseo de experimentación como método de práctica del arte al ser la presión económica, evidentemente, menor.

Puesto que el contraste positivo de las propuestas de nuestros artistas es uno de los objetivos fundamentales de nuestras aspiraciones como galeristas y así lo procuramos al diseñar las programaciones y en el momento de decidir quiénes serán nuestros compañeros de camino, es lícito y saludable que aspiremos a posicionarles más allá del ámbito local en el que nacen y se exhiben sus proyectos. Y, ya que críticos, comisarios y medios se ocupan y preocupan de la parte del ingenio que también más y mejor les alimenta, hemos de valernos de las armas del sistema para, sin cambiar nada, intentar cambiarlo todo. Y, hoy por hoy, en nuestro país, "una feria que se ponga al servicio de sus galerías" y tenga la habilidad de captar el vacío que otras han dejado sólo puede ayudar a fomentar y, tal vez recuperar, el coleccionismo que no hemos sabido retener, al que hemos arrojado en brazos del arte extranjero y de las galerías foráneas históricamente mejor situadas, en un ejercicio de desprecio por lo nuestro que roza patológicas cotas de falta de autoestima y perspicacia comercial. Y cuyos efectos sufrimos todos.

Reclamamos la atención de las instituciones para que nos ayuden a generar esa inútil necesidad que supone adquirir arte en momentos en los que cerrar los ojos a la realidad es más que saludable y creemos tener algo que ofrecerles al darles la posibilidad de adquirir protagonismo y responsabilidad en una tarea que se encuentra en tierra de nadie, que parece haber fracasado en otras manos, mucho más profesionales, con muchos más medios y posibilidades de penetración en los mercados extranjeros pero más comprometidas con la importación a la vista de sus pobres resultados tras tantos años.

Reclamamos el esfuerzo de las galerías desde la comprensión de que en estos momentos la austeridad es la mejor de las estrategias. La edición de 2010 puede ser muchas cosas, pero no, desde luego, un éxito comercial. Eso sí, iniciará, si queremos, la cuenta atrás. Pero sólo si estamos dispuestos a seguir creyendo en la verdadera naturaleza de nuestros oficios: ser la voz de los artistas sin permitir que su altura se mida exclusivamente en función de la de sus compañías.

Aseguramos rigurosidad, respeto y calidad a los coleccionistas cuyas elecciones han sido siempre decisorias para nuestra supervivencia, animándoles a seguir confiando en los artistas en los que, con nosotros creyeron, cuyas carreras queremos seguir acompañando y de cuyo talento jamás hemos llegado a dudar.

A todos ellos les decimos que queremos que Art Madrid se convierta en el foro que el arte español necesita y merece. Que sirva de plataforma de apoyo a la promoción, intercambio y visibilidad del mayoritario número de artistas que representados por galerías que, repartidas por la geografía española, reúnen las condiciones y el espíritu del que estamos hablando. Que conozca el contexto y lo valore, que esté atento a la tendencia pero no al servicio de la misma; desde la seguridad de que apoyaremos la honestidad de las propuestas sin juicios de valor que corresponden al tiempo y desde las decisiones de un nuevo comité que realice una tarea "integradora" dentro de perspectivas razonables: las que nacen de una propuesta radical y comprometida. Con nuestros artistas, nuestra memoria y nuestra realidad que no admitimos como provincianos y por cuyo cosmopolitismo nos decidimos a apostar. Para esa larga travesía por el desierto que nos espera, nada mejor que un recio camello. Eso, los africanos, también lo saben.

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