La obra de la venezolana Carla Arocha (Caracas, 1961) y el belga Stéphane Schraenen (Amberes, 1971) profundiza en la experiencia consciente de la percepción sensorial y sus graduales modificaciones, a partir de trampas visuales, leves variaciones cromáticas y reflejos que convocan con sutileza el despertar de los sentidos y también de las emociones. Conjugando tanto las cualidades formales del minimalismo como las ilusiones ópticas del op art, el trabajo de esta pareja artística radicada en Bélgica traza una distinción entre lo visible y lo invisible, lo que es observable y lo que no lo es, y propone en última instancia una reflexión sobre cómo desarrollamos nuestros hábitos de contemplación.

Arocha y Schraenen trabajan habitualmente con la escultura y la fotografía, en ocasiones ... combinándolas entre sí y con otros medios en formato de instalación. Pero, ante todo, su materia prima es la luz, y también la ausencia de esta: en sus instalaciones recurren a diversos tipos de espejo y, muy en particular, al reflectante plexiglás, convertido en una especie de material distintivo de su trabajo que tiene la virtud de incorporar en la obra tanto el espacio como al espectador.

Pero el espejo no es utilizado al modo tradicional, como recurso para convocar o duplicar presencias, sino más bien como un dispositivo de desaparición, un señuelo que nos atrae a sus dominios en primera instancia para invitarnos más tarde a pisar un terreno más peligroso, un nivel visual distinto que trasciende lo meramente óptico y ahonda en el plano de lo psicológico. Su enfoque no se ocupa tanto de la realidad manifestada como de la fragilidad de la percepción que de ella tenemos habitualmente.

Las obras que Arocha y Schraenen presentan en Burgos bajo el título After han sido escogidas en esta ocasión con el fin de construir una narrativa general que implique un suceso, un acontecimiento que se vuelve opaco debido a una serie de reflejos y capas que, al mismo tiempo que describen objetos particulares, también tienden a incluir o rechazar al espectador. En el brillo de esa narrativa, entrevista entre reflejos fragmentados que se multiplican y se desvanecen, se intuye el residuo de un acto anterior de violencia, un tumor maligno del pasado alojado en el presente, e incluso se puede llegar a sentir la necesidad de reconstruir los acontecimientos que llevaron la escena a su estado actual, y cuya ausencia reciente sentimos gravitar a nuestro alrededor.