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Existe un tipo de pintura que nos invita a revisar nuestro modo de ver, a desmontar andamios de sofisticación superflua y corregir nuestra expectativas.

Existe un tipo de pintura que defiende una acepción de seriedad paralela a la que nos impone la lógica del mundo adulto. Se inventa sus propias reglas, pero las respeta a rajatabla.

Existe un tipo de pintura inesperada, ... que no agrede, que quiere ser nuestra cómplice o no ser nada.

Existe un tipo de pintura que no ha renunciado a la herramienta fundamental del Arte, en tanto en cuanto el Arte nos hace Humanos, lo que el propio Alcorlo llamó, según aquella excelente crónica de Francisco Umbral, los magnolios de la imaginación.

Existe un tipo de pintura que se mira con el corazón.

La firma Alcorlo, Don Manuel Alcorlo, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Un hombre que entra y sale del cuadro por la puerta, dueño de una llave maestra y un viejo violín. Un paseante entre planos, un equilibrista de la línea pura, un domador de torrentes de color. La sonrisa afable detrás de la batuta.

Sus creaciones y artefactos llevan careta humana, son autómatas que viven y echan a andar por las paredes, animados por una fantasía vigorosa y consciente, reidora y penetrante, crítica con una realidad imperfecta que él sabe ridiculizar sin emplear la violencia. A través de sus inconfundibles viñetas, su presencia se acerca y nos deja en el pecho el calor agradable de un vino fraternal. La marca de un Maestro que se reivindica en un mundo de clones desganados donde ya casi nada sorprende.

En otoño, estación de belleza entrañable y melancólica, Sala de Arte Van Dyck tiene el orgullo de acercarles su inolvidable obra. Pasen y vean.