El cuarenta es uno de los números sagrados. En la Biblia cuarenta es sinónimo de “s”, según la tradición hebrea. Y cuarenta es la edad mínima para encarar el estudio de la Cábala. Ángel Membiela nos presenta cuarenta obras. En este número -que los antiguos habrían entendido como grande e indefinido- se recogen las diversas variantes de su creación, su multiforme estilo. Hierro, acero, madera, linóleo y metales varios son los caminos que Membiela transita, los papeles en los que va escribiendo la novela de su arte.
El espectador que recorra estas piezas descubrirá un laberinto en el que perderse para encontrar la esencia de Ángel Membiela. Un laberinto polimorfo, tan camaleónico como el propio autor. El fuego de la forja se transmite al metal, moldeándolo en mil espejos, tatuándolo con pensamientos, porque ese fuego escultor no es otro que el que arde en las entrañas de Membiela.
Piezas antiguas y nuevas...se funden en esta exposición alimentándose entre sí. Danzan una música de variados ritmos y pasos que dicta el Tiempo desde los relojes zodiacales de Membiela, cargados de símbolos, medidores del misterio.
Ángel Membiela ha puesto su Autorretrato en esta muestra para poder mirarnos mientras vemos la exposición. Pero ese no es su auténtico semblante.
Sabemos que su verdadero rostro está esparcido entre sus obras. Como en el texto de Borges, las líneas del mapa que ha trazado, a lo largo de los años, en sus cuarenta obras, forman la imagen de su cara.
DIEGO VALVERDE VILLENA
