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No es lo mismo -hablando de una determinada Galería de Arte-- afirmar que mantiene una concreta línea expositiva que subrayar además que plantea, precisamente, un programa específico de actuación.

Respecto al caso puntual de la Kir Royal Gallery, instalada en Valencia, sabíamos ya algunas cosas, constatadas en el año cumplido de su existencia: a) que prioritariamente la atención y el seguimiento de ... las opciones fotográficas constituían la base de sus actuaciones; b) que desde la fotografía estaban dispuestos a abrir opciones de diálogo con las demás artes plásticas y visuales; c) que su irrupción en el hostil panorama artístico valenciano, justamente en momentos de plena crisis, se había producido buscando indicios de diferenciación, ejercitando una capacidad versátil de intervención, que ha sido sin duda correspondida por la presencia y fidelización de un público creciente, algo nada fácil de obtener en circunstancias como las presentes.

Desde el sostenimiento de una línea expositiva de rigor, pasó de inmediato a experimentar, definiendo un programa. Si la línea elegida marca una orientación, el programa propiciado se aventura -sobre ello-- a trazar las pautas normalizadas de un seguimiento controlado, ordenador de sus actuaciones, en los espacios expositivos.

De hecho, en el primer año de su existencia, el programa conjunto de la Kir Royal Gallery giró en torno al tema de la identidad. Sin duda, una cuestión fundamental y determinante en las prácticas artísticas contemporáneas, contextualizadas por migraciones, supervivencias, reacciones y empoderamientos socioculturales bien dispares.

En el segundo tramo, que justo acaba de iniciarse, el bloque temático propiciado se enfrentará a cuestiones relativas alos procesos que afectan al desarrollo del hecho artístico y a la producción gestada por sus protagonistas. De ahí, precisamente, que, en esta ocasión, se haya planteado la curiosa estrategia expositiva -por parte de la Galería-- de someter a diálogo el encuentro circunstanciado entre dos trayectorias, entre dos nombres de nuestro horizonte artístico valenciano, en momentos y circunstancias cronológicamente diferentes, para ellos.

Uno de los artistas representa el proceso ya consolidado en su itinerario de años de trabajo --de docencia universitaria y de investigación plástica pictórica--, avezado a contrastar la vida, en profundidad y reincidencia, a través de sus intensas experiencias: Horacio Silva (Valencia, 1950). El río con sus meandros.

El otro, el volcán en plena irrupción exitosa, frente a los aires del mundo circundante, potenciando el encuentro creciente de las artes visuales con la tecnología, a partir de su entusiasmo transgresor por el ejercicio fotográfico y sus posibilidades generadoras de mixturas e hibridaciones sorprendentes entre materiales, procedimientos y objetivos rompedores: Keke Vilabelda (Valencia, 1986).

De hecho, en tal diálogo de planteamientos dispares, les contrapone un vado invisible, conformado por más de tres décadas de distancia cronológica; de uno y otro lado, se codean miradas atraídas y potenciadas desde procesos fuertemente distanciados; se contemplan generaciones diferentes y anhelos bifurcados, a través de museos imaginarios, que custodian fondos iconográficos entremezclados por historias personales, no coincidentes, pero que bien podrían tener quizás --como nexo común-- la respectiva admiración, desde ópticas complementarias, por la figura emblemática de Anselm Kiefer, asumido como gigante creativo, por su versatilidad, decisión, diálogos disciplinares, fuerza expresiva y plural contundencia.

LOS ARTISTAS

HORACIO SILVA. (Valencia 1950)

Las experiencias de Horacio Silva son más bien intimistas, atentas siempre a la sutilidad y la elegancia que emana de sus composiciones --donde la figura humana es preponderante--, efectuadas ya desde un lenguaje pictórico propio, muy pautado, reconocible fácilmente y cargado de habilidades, conseguidas en el ejercicio de procesos, forjados tanto en los encuentros directos con la vida cotidiana, como en las relecturas de las historias del arte, teniendo muy en cuenta sus influencias y afinidades electivas. Aunque tras el tronco de A. Kiefer, que le trajo en los 80, nunca faltarán, en el caso del actual Horacio Silva, las raíces secretas de Matisse. Sin embargo, hay además algo, a mi modo de ver, de eternidad buscada en esa pesquisa persistente y atenta por el aliento oriental que, en su última etapa actual, nos descubre, Horacio Silva, reiteradamente y que ha llegado a trastocar, de forma básica, sus anteriores preferencias míticas y simbólicas. Es la sutileza femenina la que guía y controla sus actuales viajes, de constante ida y vuelta --temblorosos en su intensa sensibilidad y escenográficos en su briosa presentación-- por la piel habitada de la pintura, desde otros descubrimientos culturales, que le hacen estéticamente capitular ante tales impactos humanos sobrevenidos en su reiteración. Trahit sua quemque voluptas. Virgilio. Buc. 2, 65. Sin duda, a cada cual le arrastra su pasión, en esta historia.

KEKE VILAVELDA (Valencia 1986)

Las impactantes aventuras visuales, que nos propone, Keke Vilabelda desde sus obras, arrastran consigo e incorporan el tiempo mismo de la experiencia vital, que supone el persistente viaje en las que han sido realizadas. En su caso, es la euforia del hallazgo y del aprendizaje creativo lo que se impone a la obra misma, así como son los roces reiterados, entre los materiales experimentados y los procedimientos a los que dan lugar, las claves axiológicas de sus rentables experiencias plásticas. En realidad, los espacios exteriores --carreteras, puentes, desiertos, pistas de aterrizaje, mapas y maquetas-- se transforman en el dominio preferente de sus investigaciones, justamente allí donde el sujeto humano puede ser el protagonista de sus actividades, pero no ya el testigo de su presencia. Es la mirada la que permanece seducida, pero precisamente porque también el tacto mantiene su vigilia en ese juego paulatino que emprende Keké Vilabelda entre la bidimensionalidad dominada y lo tridimensional que se insinúa. Y justamente es, en tales contextos, donde tropiezan nuestras interpretaciones, ya que presentimos que algo va a ocurrir en esa escenografía descriptiva o que algo ya ha tenido lugar en tales extremos geográficos, aunque todo ello quizás haya sido captado por el ojo tecnológico vigilante, que no es el nuestro. Porque aquí son las referencias geográficas --las que dominan en su itinerario artístico actual-- y no las pulsaciones históricas las más influyentes. Quis custodiet ipsos custodes? Iunius Iuvenalis 6, 347-8. Tal es ciertamente la cuestión. Frente a esos resortes tecnológicos que generan las imágenes desérticas, barridas y controladas exhaustivamente, dialogando con cuantos materiales y medios sean viables aplicar, podemos preguntarnos, como hacían los clásicos: ¿Quién vigilará a los propios vigilantes?