FÁRRAGO Felipe Ortega-Regalado Desde nuestra grada mental y desunida no hay entendimiento posible. Hablamos sin escucharnos; no es una cuestión idiomática. Nos sentimos rotos y despedazados porque no cesamos en hacer de nuestra voluntad egoísta el timón que nos conduzca. Estamos cegados de nosotros mismos. Hemos desestimado el arrojo divino (conexión con el corazón, que no es otra cosa que el universo cantando la misma música) como la más fiable y precisa guía. Las lenguas todas diferentes al besar enmudecen idénticas. El silencio, después de un cataclismo, se adueña, adquiere el sonido de cristales rotos, pisados por los pies de un niño solitario que deambula buscando los brazos de una madre, de cualquier madre, ya sea un hombre que no tenga hijos pero sepa abrazar, o de un perro, muerto de frío, capaz de limpiar a lengüetazos las lágrimas de su peor enemigo. El niño crece, con él sus cicatrices. El niño construye una torre de heridas comunes.
Entrada actualizada el el 22 feb de 2017
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