Exposición en Alcalá de Henares, Madrid, España

Fernando Sáez. Setenta años en la pintura

Dónde:
Museo Luis González Robles - UAH / Plaza de San Diego, s/n / Alcalá de Henares, Madrid, España
Cuándo:
Desde 13 ene de 2017
Inauguración:
13 ene de 2017 / 13:00
Precio:
Entrada gratuita
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
Fernando Sáez Carlos Caranci Sáez Son las personas superficiales las únicas que no juzgan por las apariencias. El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible. OSCAR WILDE Hay un proyecto en la pintura. Una verdad, un compromiso, una toma de posición. El arte siempre es político, pero no porque participe de los movimientos de su época, no porque sus contenidos emitan un mensaje o una diagnosis: es político porque nunca lo es, es decir, no hay una verdad a la que el arte se aferre y que sirva para definirlo (arte revolucionario, arte liberal), es político porque es un acontecimiento, es el tiempo de la apertura de espacios, posibilidades y fracasos. Algo que pudieron definir ciertas palabras de Malraux, esgrimidas a menudo por Fernando Sáez casi como un lema, y que hablan sobre dibujantes en paredes de roca cuyas manos vacilantes, en la noche de los tiempos, revelan "las formas secretas más altas, de ... la fuerza y del honor de ser hombre". La pintura de Fernando Sáez es la evidencia de que esos secretos no se hallan ocultos tras un velo, sino que el misterio es el velo mismo; el artista no descubre ninguna verdad recóndita, la verdad es (solo) el tiempo que dura su intervención, un encuentro en vez de una creación. Fernando Sáez encuentra en una gota de tinta arrastrada con la mano un pájaro muerto, en la superposición de dos de sus acuarelas el rostro de un profeta, en una foto cabeza abajo un caballo al galope. Esto nos dice no solo que la verdad de las imágenes depende de la orientación (cultural, histórica) de lo visto hacia el ojo del artista, como un trampantojo barroco, sino que la imagen es una ocasión irrepetible, un paso más allá y habrá desaparecido. Casi una técnica surrealista, encontrar una figura en una puerta oxidada es re-conocer lo visto, no crearlo. Desde siempre le he escuchado a él, a mi abuelo Fernando Sáez, recitar versos con poderoso timbre: versos, supongo, para escuchar su propia voz interpretar el drama de cada poema, para celebrar a Lorca, o emocionarse con Quevedo, pero también versos para mecerse, para articular la voz y escanciar la métrica. La importancia del verso no radica en el significado de lo dicho cuanto en su plasticidad, por eso el momento poético es un relámpago inaferrable, imposible de conservar, del que solo queda intentar reproducir su sonoridad incluso si se deben emplear palabras distintas: así funciona la rima, generando lugares para la memoria. Comprender la importancia de la poesía para Fernando Sáez, autodidacta artística y literariamente, ávido lector de los clásicos y amante del poemario en castellano, me ha servido para volver a pensar sobre su pintura. Moviéndome desde pequeño entre sus lienzos, que tapizan nuestras casas, han sido para mi ojo infantil paredes sobre cuya extensión alucinar mapas, rostros y formas. Sus cuadros-superficie no se remiten (solo) a Burri, De Kooning o Giacometti, sino que son enteramente barrocos, atmosféricos como Velázquez, como los claroscuros de Zurbarán, Ribera, el último Tiziano, Rembrandt, y expresivos como el Leonardo dibujante, Durero, el Greco o los acertijos intelectuales de Mantegna. El Museo del Prado, en suma, en cuyas salas transcurría él enteras jornadas desde que se instaló en Madrid en su juventud y que se convirtió en su universidad particular. Algunos de los cuadros hoy reunidos en esta sala se remontan a los años cincuenta-sesenta del pasado siglo, cuando en Europa la pintura era superada y en España era arte de vanguardia. Ante la estética homogeneizante del nacional-catolicismo, apostar por una pintura no explícitamente de combate, no accesible como sí lo era el realismo de masas del fascismo, y que buscara en cambio una experiencia estética individualista, exigente para con el ojo espectador y que convocara su poder de memoria, era ya posicionarse para resistir. Y aquí está la clave: la historia del arte, el psicoanálisis y la filosofía contemporánea nos han enseñado que la apariencia de las cosas, el modo de hacer, la factura material, incluso la elección de los utensilios son ya lo esencial. El estilo es el mensaje. Si la pregunta de la teoría artística de un siglo a esta parte es por el desamparo del sentido último del arte, nada hay más político que renunciar a la búsqueda de la sustancialidad y sancionar que todo es un encuentro contingente, un ensamblaje superficial, que el cómo se hace tiene más poder que el qué se hace. Goya, siempre presente para Fernando Sáez, vio en la vibración de la llama de una vela sobre la rugosidad de un muro lo que para su ojo de pintor ya estaba allí: la figura. Si la rima poética es el reencuentro de una sonoridad ya conocida, mi abuelo hace rima con la superficie visual, generando un espacio de posibilidad para identificar una figura, para intuir una mano en la intensidad de un color, como en las infantas de Velázquez, o como la anécdota, tantas veces referida por él, de Leonardo y su visión del fragor de una batalla en una mancha de humedad. El artista sabe aprovechar ese instante en el que las cosas pueden ser para decantarlas, para volcarlas hacia una determinación y repensar lo visto, reciclarlo y combinarlo, saber hacer formas a partir de formas, y reensamblar el mundo. La pintura ha sido para mi abuelo una toma de consciencia, ha sido su lugar privado y vigente de confrontación y afirmación: indagar las superficies no solo descontrola la estabilidad de lo visual, no implica jugar con pretendidos valores metafísicos, sino con las cosas más inmediatas, táctiles, íntimas. Solo así las figuras de esta exposición pueden revelarse, en el ejercicio del ojo que sabe encontrar en lo visto la ocasión de un nuevo comienzo. Es una tarea frágil pero audaz, como la del paseante que no cogerá las flores ni temerá a las fieras: hay un compromiso ético en el artista que así actúa, colocándose en el límite en el que las imágenes pueden advenir o perderse para siempre. Si no hay verdad última en el arte, lo cierto es que cada ocasión supone la más absoluta verdad en ese momento de la historia. Desde bien pequeño veo cómo trabaja mi abuelo: él me ha enseñado la importancia del momento (¡que así es la rosa!), de la intuición, de lo sutil que es la toma de partido. Si reivindico aquí la pintura de Fernando Sáez como una de actualidad y de compromiso moral es porque, viéndole a él, he entendido que, en tanto que trabajo en las superficies, la pintura es una brecha en la historia, un fogonazo. Y es trascendencia: marca la ocasión irrepetible en que la imagen, y así el acto político, es decir, el momento para intervenir, es históricamente posible.

 

 
Imágenes de la Exposición
Fernando Sáez, Recuerdos de la Guerra Civil, 1987. Óleo sobre lienzo, 100 x 73 cm

Entrada actualizada el el 09 ene de 2017

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