Bourriaud se pregunta en su célebre ensayo Estética Relacional: ¿Podría yo existir, y cómo, en el espacio que una obra define? En el espacio pictórico de Alberto Reguera no hay superficie, no hay color, no hay materia. Son sólo recursos que han quedado en un camino de creación de una forma definida resultante, susceptible de perdurar. Reguera es tan sólo, y eso es todo, un gran artista del tiempo y el espacio. Abre nuestra mirada a una obra que se cierra en sí misma pero que se expande sobre un espacio propio de volumen multifacético. Pintura-objeto que no prende de la pared como un trofeo sino que es algo comunicativo y relacional que forma parte de nuestra vida y nos enriquece. Lo visto y lo oculto queda al descubierto, planteando un particular dispositivo pictórico y espacial donde el visitante debe recorrer con la mirada el ... cuadro para poder abarcarlo, revitalizando así tanto el propio ser de la pintura como nuestro paseo visual por ella. Bacanal de terciopelo, grasa, polvo, arena y agua unidos para componer la forma de nuestros sueños, instantes inertes de colores y gestos, esperanza desde las sombras, huellas y cicatrices de nuestras memorias. Pequeños mundos abisales y desconocidos que nos iluminan como un faro en la niebla de los días. Espacio puro que es frontal y modular, alimento de nuestras moradas. Tiempo ya pasado cuya fugacidad nos acoge para siempre. ¿Podría yo existir?