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De quién es la vida. A quién pertenece ese rostro que ahí veo, labrado como una escultura gris por el tiempo y por el ojo de este fotógrafo. De quiénes son hijos esas personas que están ahí, congeladas y a la vez más vivas que siempre. Eso es lo que me viene a la cabeza cuando tengo delante estas fotografías. Casi me explican el mundo. Esta Biblia para herejes. Sé mejor quién soy porque ellos están ahí mirándome, con el pantano de sus ojos. Y veo el mundo correr a nuestro lado, como si yo también viajase en un tren que parte la tierra en dos. Ese tren, ese coche en el que va Ricky Dávila con su mirada.
A estas alturas ya no sé qué clase de artista eres. Esas fotografías me llevan demasiado lejos, me perturban y trastornan. He oído decir que son un puñetazo en el corazón. Para mí son un relámpago y también una palabra al oído, un susurro que me desvela cosas remotamente sospechadas y nunca acabadas de vislumbrar. Un paso más. El arte roza las certezas. Nunca las alumbra como si fuesen pájaros a los que alguien quisiera disparar en medio de la noche.
Hubo un tiempo en que a los fotógrafos los emparentaban con los pintores. Quizá pensaran que de no haber existido la fotografía en su tiempo habrían sido eso, pintores, gente que componía figuras, paisajes, geometrías en dos dimensiones. Pesos y medidas. Sí, tal vez eso pueda valer para otros, pero no acaba de cuadrar contigo, porque además de trabajar con imágenes, líneas, densidades y trazos, tú tienes vena de narrador.
Paso las páginas de este libro como las de una novela llena de personajes, ambientes, sombras y muertos, historias tan bella y exactamente contadas. Capítulos, trama, dramas, desenlaces. Vidas que van y otras que caen, derrumbes, consuelo, y hasta un poco de esperanza. La suficiente para que el baile continúe. Leo este libro y compruebo que está hecho con la prosa y el látigo de los narradores que conocen el oficio a fondo, con esas grandes vigas que sostienen las estructuras de los puentes, de las vidas. Y también percibo que este libro tiene los giros y la contención, el paso de ballet que usan los poetas. La métrica de los matemáticos del verso, y también la locura, el golpe de la intuición que desbarata todo cálculo o que devuelve el cálculo al campo de la magia. Juegas con ese misterio. Con el riesgo de un tahúr. Y sigues diciéndonos palabras al oído. Nos das pistas. Alumbras las esquinas del laberinto.
Esos paisajes vacíos y esas calaveras de plomo. Hijos de la furia aquí domados, tan inmóviles como en un sueño. No sé si un buen sueño o una pesadilla. Inocentes, derrotados, ilusos, niños, rostros de piedra y ceniza, sonrisas turcas, comediantes, filósofos sin filosofía ni norte, sin más voz que esa cara que momentáneamente le acaban de prestar al arte. Aquí están contadas sus historias. En el soplo de un impulso electrónico, en el guiño mecánico de un obturador.
Los pones contra la pared para un fusilamiento, aprietas un botón o un gatillo y te llevas una parte de esa gente, una parte que ni siquiera ellos mismos están seguros de conocer. Les robas el plano secreto de su alma para que cuando se miren en el retrato se vean distintos y simulen no reconocer a ese extraño que toda su vida los ha habitado casi en secreto. No te importan quiénes son ni de dónde vienen, qué datos llevan en su pasaporte. Viajas más lejos. Adivinas los caminos por los que han llegado hasta aquí en el trazado del mapa, en los ríos que les bajan por la cara, en los campos que siempre dejaron sin sembrar. Disparo a disparo, vas completando el círculo del territorio.
Un hombre con una mirada. Eso también es el arte, fundamentalmente es eso. En eso te has convertido. Artista. Verdugo al amanecer para tantos fusilados. Pistolero. El pasado es un mapa con los continentes hundidos. Y ahí está el tiempo plasmado, latiendo bajo el agua de esas caras. Te has sumergido hasta el fondo del mar para rescatarlas. Armaduras que ya ningún ojo humano habría vuelto a ver, aunque hubieran navegado sobre ellas. El astuto Ricky las saca del limo y las algas, de lo que pensábamos que era la nada, y nos dice quiénes son, cuál es su pasado. Y también, siguen los susurros, nos hablas del nuestro.
Transitas no sólo por los géneros, sino por las disciplinas del arte. Las expandes y conectas. Rompes fronteras, abres senderos. Pero no te olvides, también escribes autobiografía. En este libro, además de todas esas historias contadas a golpe de talento, hay una vida entera, hecha de tinta. Un pensamiento, una visión. Tu visión, tu vida. Proust dejó escrito en alguna parte que 'el estilo no es una cuestión de técnica, sino de visión'. Aquí está el tuyo rotundo, inconfundible. Ahí está tu estilo y ahí está resumida tu vida, la vida de Ricky Dávila y la de la gente que se ha cruzado con él, cada uno de los que están ahí retratados y que exponen al mundo su cara última y definitiva, todo lo que son. Ahí estamos todos los que abrimos el libro y nos asomamos a él. La superficie quieta de un estanque. Un espejo inesperado. Sí, vuelvo a preguntarme, de quién es la vida. De quien la hace o de quien la explica. Dilo tú.
Una fotografía es un paréntesis, y también una herida. Y una contradición. El tiempo fuera del tiempo, la realidad que deja de ser realidad y es arte, y de inmediato amplía la realidad. Tú, Ricky, eres el relojero de esta historia de cajas chinas, tú marcas los espacios y los silencios. Tienes experiencia en este trabajo. Robaste el corazón de Manila, liberaste a los esclavos del Gran Sol en un barco que siempre parecía navegar por en medio de la noche. Fantasmas. Les diste otra entidad que la de meros pescadores. Con esa poética, compañero, se fundan los cimientos de la mitología.
Ahora la contradición se multiplica y va más allá del caos y del orden con el que está hecho este libro, lleno de paisajes que corren y se mueven como seres vivos, como fugitivos alucinados, y de gente estática como el granito. De de paisajes sin personas y de personas sin paisaje, aisladas del mundo. Quizá, salvando la pedantería, venga a cuento otra cita. 'Una novela, cuando es buena, es la encarnación de una visión que nos permite comprender mejor otras visiones: un microscopio, si uno explora un estaqnue; un telescopio, si uno lo que explora es un bosque'. La cita es de Norman Mailer. Y tú te has atrevido a explorar un estanque y un bosque. Un salto sin red del que has salido ileso, mucho más fuerte que cuando corrías asustado para tomar impulso e iniciar el vuelo.
Aquí tienes a tu gente. A partir de ahora, cuando estés lejos y mires en los mapas del mundo el nombre de algún lugar en esta tierra, sabrás quiénes son sus habitantes, esta gente que también te habita a ti, y que tú, Ricky Dávila, un día te llevaste en negativo de un laberinto a otro.
Narrador, autor de una memoria descarnada y deslumbrante. Pintor, grabador o poeta. Eres fotógrafo. El fotógrafo que arrastra la cadena de todos esos oficios y artes. Por suerte, cuando naciste alguien había inventado la máquina fotográfica. Así te has podido hacer dueño de estas vidas, de este mundo encerrado entre estas dos tapas. No, no sé qué clase de artista eres, Ricky Dávila. Sólo sé que lo eres, rotundamente, y que desde tu altura se ven bosques, los horizontes que existen detrás de las sombras.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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