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Las sociedades postpolíticas se caracterizan por generar un poder ocupado en la producción de un 'nosotros' realizado en el consumo, de carácter tecnocientífico, opuesto a lo diverso y escalado sobre un presente radical. En un espacio como el descrito, la práctica de la pintura como una práctica social contemporánea muy próxima constitutivamente al arché, y por tanto a la fuerza en detrimento del derecho, exhibe un exterior que señala reiterada e inequívocamente a una cierta desactualización recogida, sobre todo, por una crítica atareada en engrasar los distintos neomarxismos tan útiles a la gestión institucional del arte de los estados nacionales. Esta desactualización, o esta falta de adaptación a ... las condiciones tecnológicas y conceptuales desde las que se ordenan las prácticas de arte en esa actualidad productiva, han generado un opacamiento, no solo de estas prácticas, sino del espacio conceptual, teórico y político de la fuerza como poder en oposición al derecho, porque como recuerda Todorov recurriendo a Pascal: sin la fuerza, el derecho se torna impotente.

En el trabajo de definir lo contemporáneo, Giorgio Agamben, dice que el ser contemporáneo 'comporta cierto desfase'. Un desfase que significa apelar a lo que está fuera de la luz, fuera del foco temporal, es decir, que una mirada contemporánea será aquella que esté atenta a la zona de sombra. Al hilo de esta teoría, la actitud contemporánea es una forma de señalar al pensamiento crítico y, cómo no, aquellos espacios desocupados por lo hegemónico.

Cabe por tanto decir, al hilo de esta reflexión, que cuando se intente abordar las prácticas de arte de los últimos 15 años, estaremos obligados a considerar también lo producido en las proximidades de las problemáticas afectas a la pintura, intentando ver qué había en los exteriores de un espacio de prácticas de arte en línea con los intereses tecnológicos y el consumo de masas en el que ha desembocado el populismo demagógico en hegemonía.