Lucía Vallejo es un arquitecto de sombras. En su taller de Madrid, bajo la luz tenue de una bombilla que cuelga muy baja y desnuda del techo, agachada sobre sus lienzos, meticulosamente preparados, ejecuta con firmeza cada uno de sus cortes. Se escucha un sonido, de tela que se rasga, que se interrumpe según las pautas del recorte. Un movimiento intencionado de la bombilla permite comprobar el alcance de la acción. Su obra no queda encerrada en el plano de trabajo, ya sea el lienzo terso, arrugado o plegado.

El proceso de su obra comienza como un haikú, con el arte de mirar a la naturaleza y enseñar sin desvelar. En la abstracción de su mirada atrapa lo desconocido y con la luz, como única materia de trabajo, construye un universo de sombras; sombras ... espesas, recuerdo de las cavidades de las rocas menorquinas; sombras frágiles, de ramas y viento; sombras turbias, de contornos desdibujados, sombras de agua; y también las más íntimas, las sombras del alma y los sueños.

Tanizaki en El Elogio de la Sombra explica que la belleza de una habitación japonesa, producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio y que al que le sorprende esa desnudez no ha captado el 'enigma de la sombra'.

La obra terminada de Lucía Vallejo ha transformado la habitación, el espacio es incierto, ha ganado profundidad, sus límites son ahora densos con no sé cuántas capas de oscuridad. Los lienzos captan la claridad; reflejo, luz y sombra se confunden. Lucía Vallejo ha detenido el tiempo en el espacio, ha sabido dilucidar los misterios de la sombra.