Exposición en Avilés, Asturias, España

Luz

Dónde:
Centro Niemeyer / Avda del Zinc, s/n / Avilés, Asturias, España
Cuándo:
11 abr de 2011 - 15 sep de 2011
Inauguración:
11 abr de 2011
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
Es la primera exposición creada y curada por el célebre director de cine español Carlos Saura, también prolífico fotógrafo, dibujante, director de ópera y escritor. Saura ofrece una visión multidisciplinar sobre la Luz, según las reflexiones y aspectos más relevantes de ella. La exposición se basa en dos conceptos básicos: las fuentes de luz existente y su uso y disfrute por parte del hombre; y la recepción de dicha luz, una reflexión sobre el ojo como instrumento que la percibe y la interpreta.

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Cuando se nos planteó el reto de estrenar el espacio expositivo de la cúpula del Centro Niemeyer, última creación hasta la fecha del gran arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, no pudimos rechazarlo.

 

La tentación de manipular el espacio puro y limpio que había creado, de dotarle de un contenido que a la vez lo abrazara y lo transformara, sedujo inmediatamente a ... Carlos Saura.

 

Una exposición, que tiene además voluntad de ser viajera, no es un museo. La exposición es un espacio más vivo, abierto, que ofrece un recorrido y una experiencia al visitante que se adentra en ella. En ese sentido, se asemeja más a un espectáculo teatral.

 

La exposición, en si misma, no tiene la perdurabilidad de la colección del museo, o su propósito pedagógico y educativo. Era importante que los contenidos sobre el tema que íbamos a abordar, la LUZ, o LUZ, como al final se sugirió y nos pareció estupendo, se adecuaran, por tanto, a los factores de temporabilidad, entretenimiento, pedagogía, curiosidad y sorpresa que se nos pedía.

 

Nació ahí la idea del viaje personal, del recorrido por los diversos elementos, que tan bien describe Saura en otro texto.

 

Durante 8 meses, Carlos Saura estuvo viajando con regularidad a Avilés para seguir el proceso de construcción del Centro Niemeyer. Era importante para él entender en su totalidad el concepto espacial del arquitecto antes de pasar a convertir la cúpula en un entorno audiovisual. En ese tiempo fue diseñando un plan al que iba a contribuir poderosamente Asier Mensuro y en el que aportábamos algunas perlas el resto del equipo de producción necesario para el empeño que se nos había propuesto.

 

Quedaba el reto de adecuar esa idea, con sus consiguientes requerimientos, a un espacio tan hermoso y a la par tan complejo como el que nos proponía Oscar Niemeyer. Una cúpula cerrada, un interior en forma de círculo, con paredes inclinadas, corredores en curva salpicados de columnas, al servicio de un gran espacio central dominado por una lámpara gigantesca apenas tapada por una balconada de formas sinuosas.

 

Elementos arquitectónicos de gran poderío, hechos para ser contemplados desde el espacio libre. Pero resistentes a ser manipulados. Una exposición necesita un itinerario: suele pedir paredes rectas donde sujetar las piezas, y distintas naves para separar contenidos. En principio, nada de eso nos ofrecía el espacio del Niemeyer. La belleza del reto traía, por tanto, aparejada, la dificultad de transformar sin corromper, de adaptar sin pervertir, de utilizar sin estropear.

 

Una vez identificados los contenidos de la exposición, el gran reto de Saura fue el de exprimirle al espacio su esencia, poniendo en valor la propuestas arquitectónica, dotándole de volumen y de sentido expositivo.

 

El exterior

 

La cúpula blanca, rotunda, parece brotar de la tierra como una burbuja.

 

Es un elemento que crea marca, un referente de estilo, de ciudad, de entorno. En alguna de las muchas reuniones de trabajo, surgió una ocurrencia, inmediatamente incorporada por Saura, de alterar la percepción que tenemos de ese espacio. ¿Y si en lugar de ser una burbuja, viésemos la cúpula como medio glóbulo ocular? La cúpula del Niemeyer se transforma en un ojo, estático, observador.

 

El ojo que vigila y protege la ciudad.

 

El interior

 

La entrada natural al interior de la cúpula es la puerta principal. Cuando atraviesas los dos bloques de compuertas, te enfrentas inmediatamente a la grandiosidad de la bóveda Es un gran momento. Todo queda dominado por ese espacio litúrgico que te transporta inmediatamente a otras arquitecturas: el Panteón, San Pedro, Saint Peters... El resto del espacio, los pasillos paralelos, la mezzanina, los ascensores y servicios, quedan al servicio de ese centro poderoso.

 

El problema para una exposición es que esa configuración elimina la sorpresa. Y el efecto que plantea Niemeyer se reduce a un impacto.

 

Saura nos proponía otra intervención, que obligaba a romper el espacio para dotarle de una mayor espectacularidad. ¿y si entramos por la puerta de servicio? Entrando por detrás obligamos al público a recorrer la cúpula por fuera, acercarse a la ría, mirar la ciudad, y luego entrar. Le sacamos del Niemeyer para devolverle al interior, que es donde ha de suceder su encuentro con la exposición.

 

Una vez asumido el cambio y decidido el acceso por la entrada posterior, se podía plantear crear espacios autónomos que contuvieran los distintos elementos de la exposición. En una primera aproximación, se contempló la posibilidad de levantar paredes divisorias para inventar habitaciones y rutas donde el espacio era abierto. Pero una segunda reflexión sugirió otra solución. Saura no quería intervenir en el espacio del arquitecto, sino acotarlo para dotarlo de una dirección. La solución, los biombos que por un lado orientan, pero no impiden el acceso. El respeto al espacio permitía, además, libertad de disfrute al visitante díscolo que no guste de seguir direcciones.

 

Acotados los espacios expositivos, la propia ruta nos termina conduciendo, casi naturalmente, al descubrimiento del espacio central de la cúpula, como un efecto deseado, esperado, pero siempre sorprendente.

 

Con un juego de luces y de imágenes, Saura nos ofrece otra lectura de la cúpula, transformada en espacio receptor de imágenes, escenario gigante a la par que objeto de curiosidad. Con el juego de proyecciones integrada, Saura nos obliga a contemplar con calma el espacio, pone en evidencia la impresionante lámpara y transforma las curvas de la pared en pantallas de cine.

 

El blanco se colorea y se adorna permitiendo que la gran obra de Niemeyer sea una parte integral de la exploración sauriana de la Luz. Cuando se nos planteó el reto de estrenar el espacio expositivo de la cúpula del Centro Niemeyer, última creación hasta la fecha del gran arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, no pudimos rechazarlo.

 

La tentación de manipular el espacio puro y limpio que había creado, de dotarle de un contenido que a la vez lo abrazara y lo transformara, sedujo inmediatamente a Carlos Saura.

 

Una exposición, que tiene además voluntad de ser viajera, no es un museo. La exposición es un espacio más vivo, abierto, que ofrece un recorrido y una experiencia al visitante que se adentra en ella. En ese sentido, se asemeja más a un espectáculo teatral.

 

La exposición, en si misma, no tiene la perdurabilidad de la colección del museo, o su propósito pedagógico y educativo. Era importante que los contenidos sobre el tema que íbamos a abordar, la LUZ, o LUZ, como al final se sugirió y nos pareció estupendo, se adecuaran, por tanto, a los factores de temporabilidad, entretenimiento, pedagogía, curiosidad y sorpresa que se nos pedía.

 

Nació ahí la idea del viaje personal, del recorrido por los diversos elementos, que tan bien describe Saura en otro texto.

 

Durante 8 meses, Carlos Saura estuvo viajando con regularidad a Avilés para seguir el proceso de construcción del Centro Niemeyer. Era importante para él entender en su totalidad el concepto espacial del arquitecto antes de pasar a convertir la cúpula en un entorno audiovisual. En ese tiempo fue diseñando un plan al que iba a contribuir poderosamente Asier Mensuro y en el que aportábamos algunas perlas el resto del equipo de producción necesario para el empeño que se nos había propuesto.

 

Quedaba el reto de adecuar esa idea, con sus consiguientes requerimientos, a un espacio tan hermoso y a la par tan complejo como el que nos proponía Oscar Niemeyer. Una cúpula cerrada, un interior en forma de círculo, con paredes inclinadas, corredores en curva salpicados de columnas, al servicio de un gran espacio central dominado por una lámpara gigantesca apenas tapada por una balconada de formas sinuosas.

 

Elementos arquitectónicos de gran poderío, hechos para ser contemplados desde el espacio libre. Pero resistentes a ser manipulados. Una exposición necesita un itinerario: suele pedir paredes rectas donde sujetar las piezas, y distintas naves para separar contenidos. En principio, nada de eso nos ofrecía el espacio del Niemeyer. La belleza del reto traía, por tanto, aparejada, la dificultad de transformar sin corromper, de adaptar sin pervertir, de utilizar sin estropear.

 

Una vez identificados los contenidos de la exposición, el gran reto de Saura fue el de exprimirle al espacio su esencia, poniendo en valor la propuestas arquitectónica, dotándole de volumen y de sentido expositivo.

 

El exterior La cúpula blanca, rotunda, parece brotar de la tierra como una burbuja.

 

Es un elemento que crea marca, un referente de estilo, de ciudad, de entorno. En alguna de las muchas reuniones de trabajo, surgió una ocurrencia, inmediatamente incorporada por Saura, de alterar la percepción que tenemos de ese espacio. ¿Y si en lugar de ser una burbuja, viésemos la cúpula como medio glóbulo ocular? La cúpula del Niemeyer se transforma en un ojo, estático, observador.

 

El ojo que vigila y protege la ciudad.

 

El interior La entrada natural al interior de la cúpula es la puerta principal. Cuando atraviesas los dos bloques de compuertas, te enfrentas inmediatamente a la grandiosidad de la bóveda Es un gran momento. Todo queda dominado por ese espacio litúrgico que te transporta inmediatamente a otras arquitecturas: el Panteón, San Pedro, Saint Peters... El resto del espacio, los pasillos paralelos, la mezzanina, los ascensores y servicios, quedan al servicio de ese centro poderoso.

 

El problema para una exposición es que esa configuración elimina la sorpresa. Y el efecto que plantea Niemeyer se reduce a un impacto.

 

Saura nos proponía otra intervención, que obligaba a romper el espacio para dotarle de una mayor espectacularidad. ¿y si entramos por la puerta de servicio? Entrando por detrás obligamos al público a recorrer la cúpula por fuera, acercarse a la ría, mirar la ciudad, y luego entrar. Le sacamos del Niemeyer para devolverle al interior, que es donde ha de suceder su encuentro con la exposición.

 

Una vez asumido el cambio y decidido el acceso por la entrada posterior, se podía plantear crear espacios autónomos que contuvieran los distintos elementos de la exposición. En una primera aproximación, se contempló la posibilidad de levantar paredes divisorias para inventar habitaciones y rutas donde el espacio era abierto. Pero una segunda reflexión sugirió otra solución. Saura no quería intervenir en el espacio del arquitecto, sino acotarlo para dotarlo de una dirección. La solución, los biombos que por un lado orientan, pero no impiden el acceso. El respeto al espacio permitía, además, libertad de disfrute al visitante díscolo que no guste de seguir direcciones.

 

Acotados los espacios expositivos, la propia ruta nos termina conduciendo, casi naturalmente, al descubrimiento del espacio central de la cúpula, como un efecto deseado, esperado, pero siempre sorprendente.

 

Con un juego de luces y de imágenes, Saura nos ofrece otra lectura de la cúpula, transformada en espacio receptor de imágenes, escenario gigante a la par que objeto de curiosidad. Con el juego de proyecciones integrada, Saura nos obliga a contemplar con calma el espacio, pone en evidencia la impresionante lámpara y transforma las curvas de la pared en pantallas de cine.

 

El blanco se colorea y se adorna permitiendo que la gran obra de Niemeyer sea una parte integral de la exploración sauriana de la Luz.

 

 

 

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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