Exposición en Bilbao, Vizcaya, España

A new order

Dónde:
Fundación BilbaoArte Fundazioa / Urazurrutia, 32 / Bilbao, Vizcaya, España
Cuándo:
08 jul de 2011 - 29 jul de 2011
Inauguración:
08 jul de 2011
Descripción de la Exposición
Angel Masip desarrolló su proyecto durante el año 2010 en los talleres de la Fundación Bilbao Arte Fundazioa, dentro del programa anual de becas de producción patrocinado por la Fundación BBK. La exposición recoge el trabajo más reciente del artista, producido parcialmente en el taller de serigrafía de la Fundación durante su residencia.

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Masip pinta paisajes. Una frase tan breve -y tantas veces utilizada al hablar de este creador- contiene al menos dos incorrecciones a un paso de convertirse en falsedades. Masip no pinta -o no solo- y lo que produce no son paisajes, aunque en muchas ocasiones lo parezcan. Más cierto sería decir, en pasado, que Masip ha pintado paisajes; alguna vez lo ha hecho, pero quedarnos ahí sería no atender a su evolución como artista que, entre otras cosas, ha tenido la virtud de ampliar su técnica, variar sus referentes y modificar su punto de vista ... sin por ello tener que alejarse de su mundo expresivo. A Ángel Masip le preocupan las mismas cosas desde hace mucho tiempo, pero no juega a repetirse las preguntas ni, mucho menos, a conformarse con idénticas respuestas.

 

«Paisajes, pinta paisajes»; esta era la contestación que le daba a Rafael Doctor un amigo suyo y de Masip al interrogarle sobre lo que este último pintaba. En 2006 todavía podía ser una afirmación fiable, pero enseguida precisaba Doctor, en su texto para el catálogo de la exposición Thomas & Wiebke, que «efectivamente eran paisajes, más aún, solo había paisajes y en los paisajes no había nadie representado. Algunos partían de aquel lugar y otros de lugares totalmente opuestos, verdes y frondosos. Era como un laboratorio de paisajes. Pude ver por las fotos que había esparcidas que muchos de ellos eran originados a partir de tomas fotográficas propias, pero al mismo tiempo entendí que muchos de ellos eran construcciones en las que las visiones captadas por la cámara se mezclaban con otras o simplemente se inventaban. No quise preguntar pues realmente eso no me parecía importante. En cada uno de los cuadros parecía latir un sentido de realidad propia que me hacía sentir el estudio repleto de cualquier cosa menos de elementos inertes. Cada cuadro terminado o incluso los que estaban en proceso parecían portar un pálpito propio que les confería vida ya ajena. Sí, la sensación era algo así como si estuviese ante algo mágico. Esos paisajes Ángel me explicó que eran parte de sus lugares vividos, de los lugares visitados o paseados que se habían quedado en su memoria y que los había intentado reconstruir a través de la pintura».

 

Ese «algo mágico» era una excelente manera de referirse a trabajos donde algunos elementos de la naturaleza, no necesariamente los más hermosos ni mucho menos los más exóticos, eran enaltecidos por un tratamiento pictórico que hacía sobresalir en ellos una belleza irreal, propia del mundo de los sueños o de la imaginación, entendida esta, a la manera de Pirandello y de Arrabal, como el arte de combinar los recuerdos. Ahora bien, ver los cuadros en un estudio, acaso amontonados, quizá ni siquiera terminados, tiene la ventaja de contemplarlos en su entorno de creación, con la realidad -y la materialidad- del desperdicio, del desecho, de la acumulación y del desorden. Es una experiencia tanto más onírica por cuanto evita la linealidad, limpieza y claridad de casi toda exposición. El invitado al estudio de Masip podía sumergirse en la laguna de la memoria del creador, o, por decirlo de otro modo, abrir sus propios senderos en un bosque ajeno, mientras que al visitante de la exposición se le imponía una lectura que inducía o condicionaba la imaginación en un sentido a veces excluyente.

 

No es de extrañar que hiciese algo para evitar ser considerado un eterno pintor de paisajes. Y lo primero fue demostrar que él no pintaba, sino que más bien creaba instalaciones donde la pintura era un elemento central pero no único. Tal vez la querencia teatral me lleve a pensar que Masip es un escenógrafo y que realmente lo que construye son espacios visuales donde a la representación clásica en el plano se suma la tridimensionalidad, el soporte, la visión lateral y posterior, la iluminación eléctrica incorporada... junto a la variedad de los recursos propiamente plásticos que, por citar un texto inédito del propio Masip, «abarca desde las impresiones serigráficas al empleo de materiales de construcción como materia pictórica, pasando por el dibujo o la imagen digital como complemento visual». Sus piezas, así, salen de la pared, desbordan los supuestos límites de un marco inexistente, y, recordando las disputas barrocas entre pintores y escultores por la primacía en la representación de la forma, la acción y el tiempo, pasan de pintura a escultura y de ahí finalmente a reconocerse como escenografías.

 

En un esclarecedor texto titulado «Ángel Masip. El paisaje, en construcción», que formó parte del ciclo de conferencias Miradas críticas, realizado en el MUSAC en 2008, Javier Hontoria asegura: «Su trabajo tiene mucho de reflexión sobre el lugar y el papel de la pintura de hoy, realiza constantes guiños al espacio circundante, transgrede la percepción modernista del arte como objeto de lujo, tiende puentes entre la pintura y el diseño, flirtea con las estrategias publicitarias y, también, ya en nuestro camino de vuelta, con el ideal de la pintura clásica. La riqueza de Masip reside ahí, en algún lugar entre las raíces de la pintura clásica y la virtualidad del mundo contemporáneo». En efecto, Masip sabe pintar -lo cual no se puede decir de muchos pintores actuales-, pero, en vez de conformarse con la exhibición de su maestría, se cuestiona qué merece ser representado hoy. No le basta hacer por hacer. Tiene la habilidad suficiente para producir obra con el frenesí tan frecuente en nuestros días, pero no lo hace. Asiduo de ferias y exposiciones, lector habitual de ensayos de estética y filosofía, está al tanto de corrientes y modas, pero no las sigue. La suya es una carrera de fondo, donde el tiempo no se mide por la urgencia sino por la responsabilidad. No lo concibo capaz de crear de espaldas a la tradición, pero tampoco sin la conciencia de su momento histórico.

 

Lo clásico en Masip es, más allá de la técnica, la conceptualización. La plasmación de los conceptos es su vertiente contemporánea, y ahí, como un guiño de los tiempos, cabe la forma clásica: presentación actual y aparentemente imprecisa para una representación reflexiva y aquilatada. La supuesta contradicción se muestra en sus últimas obras, donde trabaja las formas naturales paisajísticas con materiales tan eminentemente urbanos y antinaturales como el cemento. Los elementos de la escenografía remiten, así, a un conflicto, y la obra del artista ya no es el paisaje para un drama, sino que el propio paisaje es un drama en sí mismo. Es entonces cuando el pintor se descubre como lo que es: un dramaturgo; pero uno que construye su drama sin palabras ni personajes, sino con conflictos entre formas y texturas, presencias y ausencias, recuerdos y elipsis.

 

Esta nueva etapa, aunque ya la estaba iniciando al menos desde 2003 con piezas como Perder o Una larga espera, se hace evidente con su proyecto Der Waldgang, presentado en 2010 en el Centro de Congresos de Elche (Alicante). Interesado por Ernst Jünger, el pintor plantea este supuesto 'paseo por el bosque' como el destierro del individuo consciente de su condición. Pero no sólo destierro del artista, sino del visitante. El pintor no observa un paisaje, lo reproduce y lo exhibe. Bien al contrario, primero lo ha conocido, lo ha transitado e, incluso, lo ha vivido con el asombro de un desterrado que contempla su entorno por última vez; después lo ha recreado, lo ha fantaseado como el desterrado que intenta reproducir su pasado hasta en sus mínimos detalles pero sin lograr recordar algunas partes, por lo que hay unas de acabado perfecto y otras apenas esbozadas; y finalmente lo ofrece al visitante para que pasee alrededor pero nunca a su través, puesto que no contemplamos tan solo el destierro del artista sino el nuestro, quienes hemos sustituido un paraíso natural por un artificio desolador y marchito.

 

Con Der Waldgang, Ángel Masip reproduce la belleza natural del bosque con una serie de elementos urbanos y se diría que opuestos al mismo bosque. Elementos que, además, son de muy laboriosa aplicación y, no obstante, están superpuestos con un desaliño sumamente trabajado. Cada uno de los actores de este drama es, pues autónomo: el cemento superpuesto, las capas de papel rasgado, el bastidor, los fluorescentes y, sobre todo, las imágenes cuya forma es la de un bosque pero cuya textura es la de un muro. La obra, así, está desterrada de su propio referente, y el espectador se ve impelido a cuestionarse si su relación con el mundo y con el arte puede seguir siendo la de un observador neutral o si debe reconocerse como desterrado e implicarse en alguno de los procesos abiertos.

 

No hay más que un paso para llegar al antipaisaje de A New Order, el proyecto que desarrolla gracias al Premio a la Innovación 2010 de la Fundación Pilar y Joan Miró. El objetivo de este galardón es la experimentación dentro del campo de las técnicas seriadas, y Masip lo aprovecha para producir obras de gran formato que se enfrentan a los recursos habituales de comercialización de este tipo de trabajos artísticos. En realidad, todo su «nuevo orden» es un enfrentamiento. En el texto del catálogo, Octavio Zaya dice que «su tarea como artista no es la de dominar y controlar las circunstancias y vicisitudes de la realidad externa sino desafiar su tiempo», y que aquí hay «un experimento y un cuestionamiento en la forma en que el lenguaje ordena y estructura la experiencia, explorando el potencial del texto para bloquear o posibilitar la experiencia de ser espectador».

 

En algunas de estas piezas la manipulación pasa por la introducción de textos sobre la imagen; expresiones sencillas pero ambiguas como Anywhere o Somewhere Not Here. Poco después trabajará junto al músico Aurélio Edler-Copes en la exposición colectiva Nomadismi (2011) de la Real Academia de España en Roma. La palabra o, en su caso, la música, son elementos más para un creador que es más que pintor. En una entrevista de Tania Pardo para el catálogo de Der Waldgang reconocía: «Lo que me interesa de la pintura no son las formas sino el fondo, es decir, la actitud. Me he dado cuenta de que la pintura, como medio expresivo, me interesa tanto o tan poco como la escultura, el vídeo... la verdad, no sé si tengo una visión de pintor de las cosas; de la actitud analítica y reflexiva estoy seguro, pero en cuanto a la percepción que de ellas tengo no sé muy bien qué decir. El medio no acaba de importarme demasiado». Esta última afirmación es paradójica porque es evidente que a Masip le importa mucho controlar escrupulosamente las técnicas hasta para demostrar su rechazo de las mismas; pero al tiempo dista de ser irónica ya que su preocupación respecto del medio es su posibilidad de expresión artística de una idea o, si se quiere, de una sensación no siempre fácil de verbalizar. Si esa idea, sensación o actitud se expresaría mejor mediante otros medios, o con la suma de varios, puede y hasta debe hacerse. Si hay que utilizar el paisaje para señalar lo que se rechaza del paisaje, se hace; si es preciso un tubo fluorescente para atacar la visión complaciente de la pintura sobre lienzo, se hace; si se debe usar cemento para que sea evidente la antinaturalidad del urbanismo moderno, se hace también. Si las palabras, la música o cualquier otro medio puede contribuir a limpiar la mirada de imágenes preconcebidas, Ángel Masip no vacilará en aprovechar sus posibilidades porque es la actitud del artista la que da entidad a su trabajo, y no sólo su perfección técnica, su inaprensible belleza o su clásica y radical contemporaneidad.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Ángel Masip, Disorder, 2010

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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