-------------------------------------------------------

-------------------------------------------------------

La mirada de Rita es como la de Ulises. Es una mirada que vuelve sin cesar, y que vuelve a sí misma como fuente de toda la mirada que fue, que es y que será. Intenta reconocer lo que apenas se había adivinado, tal vez una sola vez, o que incluso tan solo se imaginó. Lo que se deseó ver. Esa mirada también es la de la pintura. La mirada misteriosa que crea mundos, que desvela, dibuja, borra, reinventa su propio mundo, no tanto tal y como es, sino como podría ser.

Así, ésta mirada va recorriendo el mundo. Va mirando a su alrededor, curiosa como la mirada de un niño, buscando en cada elemento su indicio más secreto, la puerta que a pocos se entreabre, el aviso de que algo se aproxima y se divisa a lo lejos, tierno y violento a la vez, como lo que vislumbran los párpados al abrirse poco a poco después del sueño, o incluso antes de despertarse. Pero también mira algo que nunca se podrá captar, puesto que si captado quedase para siempre, de igual modo se perdería.

Toda una mirada nacida en medio del silencio, como corresponde a la mirada propia de la contemplación, distraída a la par que atenta, curiosa e indiferente, interna y externa cual finísima película entre ambos. Lo que ella capta, por lo tanto, no son las cosas tal y como las vemos sino tal y como son antes y después de que ya sean o de que hayan sido, lo que queda en el medio, y las sorprende por el camino que las lleva a convertirse en lo que van a ser.

Una mirada así casi no se ve. Va pasando con sigilo entre las cosas, y en ellas apenas se deposita, casi ni las toca, apenas notan su presencia y asombra, la vuelve táctil, visible, bajo una luz difusa que revela tanto como esconde. Una mirada así devuelve a las cosas su misterio, no queriéndolas dibujadas y nítidas, o abstractas, sino llenas de simbolismo y distancia, operando como agentes de metamorfosis.

Es la mirada que revela. Es la mirada de la hechicera, la mirada que vuelve al punto de partida -dijo- y que vuelve a sí misma, porque donde quiera que se pose, abre una patria. La patria inesperada donde se aloja la fuente de la mirada pura.