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La palabra pareidolia tiene su origen en el griego. Etimológicamente está formada por el prefijo para y el sustantivo eidolon. Para funciona como una locución prepositiva y significa proximidad, junto a, cerca de, al lado de, aunque también alude a la acción de unir, juntar, o adjuntar, y el nombre eidolon se refiere a una ... figura o a una imagen, pero remite a las ideas de fantasma, aparición, sombra y doble. Los eidola eran los espíritus de los muertos que habían cruzado la laguna Estigia y habitaban el Hades sin poder abandonarlo porque Cancerbero se lo impedía. Sin embargo, a veces, alguno lograba escapar, regresando al mundo de los vivos, al menos por unos momentos, aquellos que utilizaba para tranquilizar a su familia, advertirles de alguna desgracia próxima, dar una buena noticia, ofrecer un consejo, descubrir a un criminal o solucionar algo que había dejado sin resolver en vida.

Pareidolia hoy mantiene, de algún modo, ese carácter fantasmagórico de los ediola que la conforman. Ahora se aplica a un fenómeno psicológico por el que algo desconocido se percibe de repente como algo reconocible, por el que se ve una cosa en otra, por el que se imprime sobre lo que nunca se había visto antes el perfil de algo que resulta familiar, convirtiéndose casi en lo contrario del efecto de lo siniestro, aquel por el que aquello que es propio se descubre ajeno, desvelando un trauma que permanecía reprimido. El fenómeno de la pareidolia ha sido utilizado como base para experimentos psicológicos como el del test de Rorschach en el que se utiliza la proyección de conceptos y figuras en imágenes abstractas como sistema de diagnóstico, a pesar de que no responde a la objetividad de un método científico, sino sólo a la ilusión de la percepción y a procesos subjetivos. Un test en el que las respuestas no son correctas o incorrectas, porque se trata de propuestas siempre discutibles, interpretaciones que se deben poner en cuestión.

Una acción, la de unir imágenes o figuras, y un fenómeno, el de ver una cosa en otra, que se han utilizado como punto de partida en esta exposición que pone en relación la obra de June Crespo (Pamplona, 1982) y Alicia Martín (Madrid, 1964). Un ensayo en el que se busca lo que comparten pero en el que quizás se termine mostrando lo que las separa, que quiere desarrollarse como un diálogo pero en el que cabrían el enfrentamiento y el conflicto que provocan la discusión, porque se fundamenta en algo tan inaprensible y arbitrario como son la intuición, la casualidad, la coincidencia y la analogía.

Una forma de hacer y un efecto que son parte también del sistema de trabajo de las dos artistas. En las Escanografías de June Crespo, en las que algunos objetos encontrados adquieren una nueva apariencia cuando el escáner pasa sobre ellos, o en las proyecciones de bombillas, clavijas y tomas de corriente de un enchufe sobre un torso masculino de la serie Iconos de Alicia Martín. Nuevas imágenes con mucho de ensoñaciones, de alucinaciones, de apariciones que las dos crean a partir de esa luz que recorre la superficie, la piel de las cosas, y que remiten no sólo a lo visual, sino a lo táctil, arrastrando al espectador de lo óptico a lo háptico. Son ilusiones que pueden tocarse, aunque parezca una paradoja, y en las que se subraya, al detenerse en las texturas y los materiales, su carácter escultórico. Un carácter escultórico que domina toda su producción, pero en el que el cuerpo, el de ellas mismas y el de los que tocan con la mirada sus obras, se hace presente porque se pone de algún modo en riesgo, ya sea por la inestabilidad, a veces física, que provoca el recorrido por las instalaciones de Martín como por esa necesidad de situarse junto, entre y al nivel de los objetos en las esculturas de Crespo. En sus obras parecería que los fantasmas toman cuerpo aunque, quizás, se trate sólo de una ilusión, la de la pareidolia.