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El origen de la obra se remonta a un proceso de revisión exhaustiva de la última década de producción de Pep Duran, de las innumerables imágenes
... que han fascinado al artista, desde la vanguardia rusa, el teatro experimental y la Bauhaus hasta las metamórficas modernidades latinoamericanas. Miles de referencias y cientos de textos configuran un archivo personal que crece y se modifica con la constante acumulación de fuentes. Ello le ha servido para ahondar en la relación existente entre forma, como arquetipo perenne que apunta a un tiempo que coincide con nuestro ahora pero que lo sobrepasa, y vida, entendida como el deseo de marcar la eternidad de la forma con la experiencia de lo que ocurre en nuestro tiempo. La cohabitación de anacronía y contemporaneidad es violenta y Pep Duran lo muestra en estos objetos surgidos de una reflexión sobre cómo las cosas y los sujetos se sitúan en el tiempo, y cómo el tiempo no solo es interpretado por nosotros, sino que, a su vez, nos interpreta.
Retaule laic, la gran pieza que preside el espacio central, situada en lo que había sido el altar de la capilla, está compuesta por sesenta moldes cerámicos en cuya realización ha sido esencial la colaboración del especialista Toni Cumella. El ceramista y Duran han elaborado un muro blanco en el que la repetición de elementos tiene un papel fundamental. Diferencia e identidad de formas, relieves que aparecen sobre la superficie blanca de cerámica como si la fuesen a traspasar. Este gran muro escultórico es un alfabeto. Nombra el tiempo. En lo que fuera un espacio sacro, el lugar desarrollado por nuestra cultura para aludir a lo que no está sometido a las leyes del tiempo ni de la naturaleza, este altar laico reitera que existe una diferencia entre lo que se repite y aquello que nunca vuelve, que diferencia e identidad marcan la concepción occidental no únicamente del tiempo histórico, sino también de las personas que lo protagonizan. A través de su personal inventario de formas y materiales, el trabajo de Pep Duran ofrece un incisivo estudio de los poderes desdobladores del lenguaje que caracterizan al arte contemporáneo.
También podemos pensar en este muro como un gran laberinto. Un laberinto que se abarca al instante, a primera vista. El escritor Jorge Luis Borges decía que el peor de los laberintos no es aquella forma intrincada en la que podemos quedar atrapados para siempre, sino la simple y precisa línea recta. La recta nos permite ver las cosas con una simple ojeada, principio y fin, sin misterio. La inmediatez de una sola mirada puede ser el peor de los castigos. Nunca mejor que ahora para pensar en esa imagen, para reflexionar sobre la importancia del arte y el pensamiento en la creación de formas complejas, para dejar un espacio donde puedan alojarse otras alternativas más allá del horizonte de lo inevitable. Sin duda este trabajo apunta en esa dirección. Lo más físico, más presente, más simple, más fácil de ver, debe ser también lo más lejano, más hábil en su apertura a la «revelación» de otros lenguajes estéticos y conceptuales que ayuden a comprender el estado de máximo enredo en el que nos hallamos. La pieza es como un espejo y está dotada de una extraña magia: nos hace retroceder y, a la vez, a medida que nos acercamos a ella se vuelve más física y más densa.
Fragmento de un poema de Francisco Ferrer Lerín
El segundo elemento de esta instalación es Peça escrita, realizada con el mismo material, la cerámica, y el mismo especialista, Toni Cumella. Sin embargo, las diferencias con la obra que preside el altar son notables: la textura, el color y la aparición de un texto referencian otro mundo dentro de un mismo universo. El texto es un fragmento de un poema de Francisco Ferrer Lerín. Todo en esta segunda pieza nos remite a la noción de fracción, parte, fragmento. Pudiera ser lo que queda tras una catástrofe de recuerdos, vestigios que obligan a usar puntos suspensivos, es decir, que obligan a pararse en aquello que está y debe permanecer incompleto. Frente a la marcada identidad de la pieza-altar, esta otra parece caracterizarse por el secreto. La textura del muro recuerda la vegetación que cubre y oculta tal vez una significativa construcción de una civilización pasada. Las frases, parte de un texto más amplio, se limitan a señalarlo, sin revelarlo completamente. La idea de que existe una «clave» es otro concepto fundamental en nuestra comprensión cultural. Desde el eslabón perdido hasta la más reciente vacuna, todo gira en torno a la idea de que existe una solución; solo tenemos que dar con ella. La promesa de la clave esquiva lo que promete, o, mejor dicho, lo traslada más allá, a un futuro incierto, y sume el presente en un sentimiento de interrogación que alcanza todos los estratos del lenguaje.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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