Exposición en Madrid, España

Alfonso Fraile - Antón Lamazares

Dónde:
Rafael Pérez Hernando - Galería RPH / Orellana, 18 / Madrid, España
Cuándo:
19 sep de 2013 - 18 nov de 2013
Inauguración:
19 sep de 2013
Artistas participantes:
Enlaces oficiales:
Web 
Descripción de la Exposición
La muestra conmemora, por un lado, los 25 años del fallecimiento de Alfonso Fraile y, por otro, recuerda la primera exposición de Antón Lamazares en la galería en 1997: Dulce amor . Esta muestra subraya la conexión que Fraile tuvo en el lenguaje de Lamazares a partir de 1980.

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'El arte es un juego. El juego mayor del hombre. Un niño contempla un instante una bola de trapo, se le ocurre una idea; ese objeto es un Piel Roja'. Con esta afirmación, Dubuffet hacía tabula rasa con la historia del arte partiendo de la negación rotunda del mérito virtuoso como único motor de la pintura, reflejo a su vez de lo dificultoso y carente de placer en el proceso creativo. Asimismo, la obra de Antón Lamazares (Lalín,1954) es uno de los mejores ejemplos actuales de aquella rebelión anti-ilustrada dubuffetiana y en consecuencia se nos ofrece cual ... tesoro surgido de pequeñas verdades artísticas que se plasman con la gracia del gesto sencillo reivindicado en su día por el art brut: 'gestos humanos de un desenfado y una relajada facilidad que contribuye al atractivo de la obra' y más allá en el tiempo, por el automatismo psíquico de André Bretón: 'expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otra manera el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de todo control ejercido por la razón, al margen de preocupaciones estéticas o morales'.

 

Quizá sea esta una introducción en exceso instruida para presentar la obra de Antón Lamazares a la que nos enfrentamos. Caprichos artísticos que, de entrada, podríamos definir como breves obras 'de gabinete' por lo que tienen de libre invención y de cierta anarquía creativa. Se trata de una serie de dibujos en bolígrafo sobre cartón reciclado. Juegos arbitrarios, nacidos a base de impulsos casi inconscientes como los que nos arrebatan la 'sensatez' cuando pintamos garabatos en el cuaderno de teléfono. Una obra íntima, introspectiva, producto del sueño o de la fantasía, que refulge a borbotones más allá de toda premeditación excesiva mientras encara la vida a bocajarro. Una obra al margen de filosofías redactadas que se expresa sin aviso previo y sin otro guía espiritual que el instinto sumido paradójicamente en la plegaria orante del místico o del asceta.

 

Para llegar a la médula del Lamazares más veraz hay que penetrar la entraña misma del terruño, acercarse al calor de la lumbre del labriego y caminar junto a él a la vera de los caminos del mundo. O lo que es lo mismo, hay que estar entre la morada campesina (domus) y la trashumancia del pastor.

 

'Sin poesía no hay pintura, no hay creación', es uno de los pensamientos constantes del Lamazares maduro. Como también lo es la toma de conciencia del ser primitivo, rural y algo montaraz que habita en él desde niño. Aquél Antón de Maceira, de su Lalín natal, criado en los verdes prados galaicos siempre calados de lluvia (una transposición son sus soportes de cartón prensado preparados en un baño de agua tibia que los empapa al punto, antes de pintarlos con los 'verdes lamazares'). Aquel Antón de expresión limpia se nos revela sin más en estos dibujos de los ochenta envueltos en papel de estraza, guardados con mimo como bellas criaturas desvalidas y quebradizas. Estos cartones son depositarios de retratos individuales y colectivos, familias imaginadas y reales concretadas en nombres 'lamazarescos' (Rosiña,Teresita, Raquelín Familia Couto, Familia Rañestras). Débiles caricaturas de colores desvaídos, esbozadas a la manera de los dibujos infantiles como una visión sincera de la existencia cuando nos asaltan los recuerdos de un tiempo perdido y se impone la necesidad de recuperar la niñez. Es sin duda el aprender a desaprender que decía Picasso 'Me ha hecho falta toda una vida para aprender a dibujar como los niños'.

 

En Lamazares, el secreto de la evocación poética, de la melancolía que en Galicia es morriña, lo hallamos en un sugerir sin nombrar o en un nombrar sugiriendo, depende. La memoria nos conduce a través de mágicas constelaciones trinitarias, de extraños pero familiares seres anónimos distribuidos sobre el plano del cuadro bajo unas normas jerárquicas desconocidas. Aquí están levemente esbozadas las imágenes flotantes de un San Francisco de Asís predicando desnudo en plena naturaleza, de unos niños en el campo volando cometas, de unos planetas numerados como pequeños asteroides de Saint Exupery, de unas constelaciones estelares y campos labrados, de unas parejas de amantes y de tantos y tantos personajes sexuados de cuerpos filiformes y grandes cabezas deformes. Macondo olvidado, detenido en el tiempo, sumido en las pequeñas hazañas de la intrahistoria sucedida y fantaseada por un peculiar realismo mágico preñado de sabiduría lamazaresca ('las personas mayores nunca comprenden nada por sí solas', decía el Principito). A todo este mundo o 'submundo elevado' dibujado antaño por Lamazares en tintas de varios colores a base líneas continuas, espontáneas, grattages y punteados sobre cartón reciclado y manchado de café o sabe dios qué otros fluidos, tuve acceso en privado, bajo la mirada reverencial de Rafael Pérez Hernando mientras, con un suave toque de mano, éste iba liberando de su mortaja a los seres aletargados, y los iba devolviendo a la luz uno a uno, intercalando silencios prolongados con leves susurros de admiración y respeto: 'esto es una auténtica joya', me decía emocionado...' Y por eso la voy a exponer'. La memoria me condujo una vez más al Antón que se enamoraba de las vacas rubias, miraba con esa mezcla de horror y curiosidad de la infancia las santas compañas de la aldea, escuchando recitar los conjuros de 3 aquelarres que año tras año almacenaba en una imaginación vivaz; una mirada inteligente y vivaracha se embelesaría seguramente entonces oyendo contar a sus mayores los relatos de bruxas, meigas y lobos, cuando aquellos espíritus errantes habitaban adormecidos la sombra de los castaños en lo profundo de un bosque encantado.

 

Pero miremos, rumiemos y gravitemos de una vez por todas dentro de estos dibujos volátiles, efímeros y por eso mismo atractivos a nuestros ojos inexpertos. Contaminémonos al fin con el espejo más claro del alma humana, demasiado humana quizá, que nos brinda Lamazares en esta obra única de aquellos años 80. Cartones para un vuelo expuestos ahora por un maravilloso loco (como se refería cariñosamente Miguel Logroño en 1997 a nuestro galerista antes citado). Fue Rafael quien hace ahora la friolera de dieciséis años le celebró una bellísima muestra bajo epígrafe Dulce Amor, donde agrupaba casi cuarenta obras en técnica mixta sobre cartón, papel, cartulina y madera (Maruxa, Dolores, Homenaje a Picasso, Torerita, Cambote, Teresita...). Hacía escasamente unos años Lamazares había conocido a un pintor esencial y entrañable, prematuramente desaparecido, Alfonso Fraile (1930-1988), de quien este año habría que conmemorar los 25 años de su muerte, y su influencia mutua fue decisiva para la deriva del discurso pictórico posterior de nuestro artista. Aquella década prodigiosa significó para Antón el despertar definitivo de su lenguaje cromático ('sin color no hay emoción, no hay pintura') pero también de sus señas pictográficas de identidad: unos signos, caligrafías y materias elementales como los mismos aperos del campo. Herramientas propias fabricadas ex profeso 'para bailar al revés', y por lo tanto para ser mirados boca abajo o patas arriba, que es como realmente se llega a descifrar el corazón algo rimbaudniano de este nadador contracorriente. No hay pesadumbre en la épica de Lamazares, su nostalgia no es desazón perpetua como la de aquel vagabundo que pintara una vez, sino golpe de yunque, sonido de tamborilero que previamente ha tensado el cuero de su pandero para expresar penas y alegrías caprichosamente solapadas entre romances, mitos y leyendas... Historias de un viaje, de un eterno retorno a Ítaca, como aquellas que nos contara un día su querido Cunqueiro.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Alfonso Fraile, Señorita por aquí, 1980

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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