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A través de esta muestra, Álvaro Leiva recorre tiempos y lugares del Mediterráneo y sorprende a cada imagen por su don de encontrar humanidad, gestos y evocaciones en su mejor luz. La fuerza poética que se ha desprendido del Mediterráneo es impetuosa, abrumadora y sin embargo es el mar del medio, el mar del centro entre tierras extremas, entre los Alpes y el Sahara, entre Oriente y Occidente. Y además el gran punto de convergencia de Europa, África y Asia.

Todo eso conlleva una carga de mitos e historias. Y por si fuera poco muchas playas, islas y recodos mediterráneos parecen contener, como la concha en la ... que nace la Venus de Botticelli, los ingredientes apropiados para condimentar con gracia la vida. Es un buen gusto que no se improvisa, con solera de siglos, y que se debe en parte a la moderación del clima. Algo que se espera que dure pese a estos tiempos de calentamiento global y medusas al acecho. Pero aún más importante resulta que, desde las Columnas de Hércules hasta las esclusas de los Dardanelos, las aguas templadas, casi amnióticas de este mar, hayan ayudado a generar culturas y a construir una historia que ha influido en el resto del mundo.

Rocas y nubes, costas, islas, y culturas distintas, más que opuestas, van pasando ante la cámara del autor y dejando su huella. El espectador tiene la oportunidad de descubrir, conocer y reflexionar sobre personas, sobre sonrisas y almas disfrutando de un día de playa en Marruecos o en la costa española. Tampoco hay fronteras en el mar del atardecer, sea en las islas Sanguinaires de Córcega, con su capacidad de teñirse de color púrpura, como en la rifeña costa de Alhucemas. Allí, como en tantos otros sitios mediterráneos, existen las mismas ganas de vivir la luz. Y es que Álvaro Leiva sabe dónde está el color que incita, lo espera y lo captura.