Exposición en Gandia, Valencia, España

Amalia Martínez

Dónde:
Sala Municipal d Exposicions Coll Alas / Plaça de l Escola Pia, 7 / Gandia, Valencia, España
Cuándo:
11 ene de 2008 - 10 feb de 2008
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición

'El buen pintor debe pintar por lo menos dos cosas: el hombre y las ideas del espíritu humano. Lo primero es fácil, lo segundo difícil… Observa el decorum…' Leonardo, Tratado de la Pintura.

Según Leonardo, tan vital es para el arte el juicio racional sobre lo observado como la necesidad de vehicular los sentimientos del hombre y sus ideas. En un tiempo en el que lo decorativo es entendido generalmente como un acompañamiento lúdico a estados transitorios de la personalidad humana. En un tiempo de personalidades intermisivas, superfluas, lejos parece quedar el sentido pleno del decorum. Aquel por el cual el revestimiento externo de la persona y el utillaje con el que configura su entorno, hacen parte de su intimidad perenne. Atendiendo a esta comprensión leonardesca de lo decoroso, el artista puede introducir la componente espiritual, expresiva o si se prefiere ... poética, que hará de su arte una envoltura armónica de lo humano. De hecho la pintura no será para Leonardo otra cosa que poesía. Una poesía visual superior en todo a la escrita. Poesía, música y pintura hallan su raíz común en el común poder evocativo del juicio y la emoción. Pues bien, desposeído de esa acepción peyorativa que en la actualidad parece haber contraído el término entre los expertos del arte, podemos decir que la pintura de Amalia Martínez es profundamente decorativa.

Razón y sentir, juicio y sensualidad, constituyen las polaridades de cuyos equilibrios surge la amable vitalidad que desprende esta pintura. Cuando contemplamos la suavidad de sus verdes esmeralda y las melodiosas transiciones con que éstos son ligados a los tonos rosa en la frontera vibrante del fucsia, no podemos dejar de recordar aquella joie de vivre que atempera la fiereza matissiana. Habiendo asimilado tanto intuitiva como racionalmente la lección del maestro francés, la pintura de Amalia se nos presenta envuelta en un halo de sereno erotismo y, en este sentido, es preciso hacer notar que su erótica no surge de la intensidad radicada en una sola parte de su personalidad, sino del equilibrio dialogado de todas ellas. Y es que, a diferencia de lo que pudiera parecer, la obra de esta pintora no proviene de una improvisación arrebatada, inmediata. Cada grafismo, cada mancha, cada gesto, requiere de un elaborado proceso de reflexión entre la artista y la forma. Lo que vemos en sus cuadros es la huella de un diálogo contemplativo, un tránsito en la ubicación de su mirada que observa cada rasgo a través de las diferentes atalayas de su propia personalidad. Desde éstas, los recursos plásticos son juzgados y transformados hasta aquietar las demandas de todas ellas. El resultado final es una obra de compromisos venidos en el placer estético, de equilibrios compositivos anclados en el acuerdo entre las diferentes necesidades de la artista. Una obra surgida en el seno de 'lo que recordando a Italo Calvino llamaríamos' cuantas invisibles ciudades habita en su ser. Por eso sus composiciones presentan una armonía de base clásica, una sólida estructura de color y grafismo siempre compensada en la senda de aquello que Juan Gris denominara la arquitectura plana de la obra. Juicio racional y gozosa satisfacción sensual esta es su fórmula.

Elaborada desde diferentes ámbitos del ser, no es de extrañar que en la pintura de Amalia Martínez, como si de una arqueología ontológica se tratase, podamos encontrar diferentes yacimientos de su humanidad depositada en estratos. Basta que nos aproximemos a cualquier porción dada en la superficie de cualquiera de sus cuadros para que percibamos la extraordinaria variedad matérica de que hacen gala. Su textura, ya sea táctil o estrictamente gráfica, se origina en una sabia superposición de capas sólo posibles tras el exhaustivo conocimiento que de las técnicas del grabado posee su autora. La sorprendente riqueza de materiales y procedimientos se engarza mediante una meticulosa distribución de las superposiciones, un exquisito dominio de las transparencias y una fértil imaginación en las veladuras. Todo ello se nos ofrece bajo la apariencia de una ejecución improvisada, rápida, automática podríamos decir, como exige la máxima vasariana: la buona maniera oculta el esfuerzo, los ensayos y las dudas reflexivas. La madurez de estilo contribuye a la creación de microcosmos de caótica riqueza en sí mismos pero magistralmente ordenados en el todo. Esta estratificación de capas permite la aparición de una espacialidad sutil, una especie de perspectiva aérea que nos permite navegar por entre la nebulosa profundidad del plano. No es esta una pintura para ser fruida a primera vista, requiere de un viaje auténticamente inmersivo, pletórico de sensaciones perceptuales que han de ser vividas mediante sus respectivas resonancias emocionales.

Por encima de la espacialidad del inagotable fondo, aparece el grafismo: negro y azul, a veces grueso y saturado de pasta, a veces delicado y quebradizo como gavillas de sarmientos. No podemos dejar de considerar la deuda que estas configuraciones guardan con respecto al expresionismo abstracto americano en general y a la pintura de acción en particular. Más concretamente la grafía de Amalia evoca el poderoso gesto de Mortherwell pero también, en ocasiones -sobre todo en las obras cuyos fondos se han resuelto con purpurina metalizada-, la delicada sutileza orientalizante de la pintura caligráfica. No obstante, estas referencias obedecen más a similitudes formales en la apariencia que a coincidencias en la poética, ya que Amalia Martínez confiesa profesar una cierta aversión por todo cuanto en la obra suponga la intromisión del azar y de la mera gestualidad.

No quisiera terminar este breve comentario sin hacer referencia a las cualidades cromáticas que presenta la obra. La fuente de la que, de manera inequívoca, se nutre en lo referente al sentido y significación del color no es otra que la del maestro original de la abstracción: Kandinsky. El sentido musical que el color cobra en estos cuadros queda ligado al significado emocional que provocan, con una literalidad ciertamente parangonable a la ofrecida por el artista ruso en su famoso ensayo De lo espiritual en el arte. Los cálidos, rojos y amarillos, poseen para nuestra artista facultades explosivas. Penetran en el espíritu del espectador con fuerza irresistible, saturándolo de una energía vivaz, alegre, tan expansiva como la luminosidad solar. Su sonido, al decir de su autora, es metálico, estridente, vigorizante. El otro color constituyente de su paleta básica es el azul. Un azul ultramar cuya belleza y profundidad son comparables a mi entender con las halladas en las monocromías de Yves Klein. A diferencia de los colores cálidos, el azul es implosivo, nos absorbe con el poder de su vacío. Su sonido es el de las cuerdas graves surgiendo del vientre de la madera. Estos tres tonos elementales se entrelazan en oposición directa en ocasiones, otras, sus choques son suavizados mediante el uso de verdes, ocres y grises transitivos. El resultado, una equilibrada melodía de notas musicales para los ojos de la que, espero, el visitante de esta exposición sabrá gozar plenamente.

 

 
Imágenes de la Exposición

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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