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'Me defino -dice Bernardí Roig- como pintor. La idea de pintura lo engloba todo. Antes pintaba. Ahora, desde la pintura, empleo registros y soportes que tienen que ver con ella, porque no tiene que ser sólo soporte plano; me seduce su sentido de 'mirada' y me interesa para construir una imagen, no necesariamente pintándola'. Con sus impactantes instalaciones, esas inquietantes esculturas cegadas o con fuego en la mirada, los dibujos minuciosos y, de pronto, destrozados por un trazo, los videos asfixiantes y la revisión perversa de la iconografía del exceso, lo que hace este artista es dejarse llevar por la turbulencia de las obsesiones. 'Estoy de acuerdo con Klossowski cuando dice que un cuadro es 'una máquina que produce víctimas, no una cosa que se cuelga en un salón''. De lo que no se puede prescindir, aunque se tenga una enorme desconfianza en la representación, es de la muerte. Comparte con Bernhard, la urgencia de 'hablar desde la imposibilidad del habla', tratando de encontrar figuras e imágenes para un tiempo desquiciado, cuando la palabra alegría aparece tan sólo al final del canto.
Bernardí Roig se deslumbra con el abismo de sus pensamientos, cuando las imágenes soñadas se mueren de frío. Permanece en el límite, activando las paradojas, rescatando las imágenes que surgen por las grietas del cuadrado negro de Malevich y a punto de acariciar los muslos de la Roberte narrada o dibujada por Klossowski. Y, acaso, lo único sensato, como ocurre en Sound exercises (2004), es vomitar por lo cotidiano que nos aplasta o imaginar nuestro rostro aunque sea con una maraña de líneas: 'Debo decir -escribe Bernardí Roig en su texto Binissalem publicado con motivo de su exposición en el Kunstmuseum de Bonn- que viví obsesionado, obsesionado en acumular líneas, líneas que fuesen un rostro; viví obsesionado con la idea de que ese rostro me pudiese contar algo de mí. Vivir en esa obsesión fue para mí la única posibilidad de establecer una victoria sobre el desánimo.
No puedo olvidar que estas líneas crecían dentro de mí y que eran más fuertes que yo. Por eso siempre amé a un artista como Giacometti, que para mí fue el gran amasador de líneas, también llamado el gran titubeador. Nunca, nunca confió en una línea que fuese perfil, ni comisura, ni siquiera en una que determinara el orificio, sino que solo pudo confiar en amasar y amontonar miles y miles de líneas que pudieran ser precisamente eso: perfil, comisura u orificio. Toda la tensión del trazo se precipita en el camino hacia una exactitud imposible, se trataba de fertilizar esa imagen a través de la línea, de las mil líneas y de que esas líneas fuesen las que garantizasen la distancia con el mundo. La maraña debía certificar que esa imagen no era el mundo, solo lo que el mundo nunca podrá ser. Ahora lo puedo declarar sin miedo: yo amé a Giacometti. Eso lo puedo decir ahora porque la oscuridad me protege y porque ya no tengo miedo. Yo solo tuve miedo de la luz no de la oscuridad, porque la oscuridad nunca miente'.
En buena medida se pueden entender las obras de Roig como dispositivos de soledad, manifestaciones de la pulsión enrarecida del que está solo. Tras el hombre con el fuego en los ojos como una razón poética que aludía al fracaso, llegó la luz que impedía ver. La metáfora de la mirada ígnea dejó espacio a la blancura obsesiva. Y, como fondo, siempre la comprensión lúcida de la pintura como derrota. Bernardí Roig cancela la memoria, aunque le duela, para revelar la imposibilidad de construir una mirada; superficie cruel y, valga la paradoja, descenso a la alteridad absoluta, con esa mirada de Orfeo sobre la que escribiera Blanchot. Frente al volver visible lo invisible de Kandinsky surge una voluntad de extrañeza. 'Insisto -escribe Bernardí Roig- en hablar de ese hombre que decidió arrancarse los ojos para escapar a la turbulencia del deseo'. El desasosiego está sedimentado en sus piezas, allí se encuentra la alteridad, 'porque uno ya no es ese hombre'. Carecemos de lugar común, estamos entregados a lo banal, derivando hacia lo destructivo, cuando la experiencia es ceniza. Tal vez un arte que hace ver lo real tiene que recurrir al trompe-l´oeil que lleva no tanto a lo perfecto cuanto a lo escatológico, al desecho.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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