Caballo y ametralladora se compaginan en un imposible, como Aquiles y la tortuga. Sólo que, a diferencia de Aquiles, la bala no concede la mínima ventaja de salida al caballo. Aun así, ambas trayectorias se esperan, se necesitan en su desfase tanto como se excluyen en su finalidad. La neutralidad repetitiva de la ametralladora y la impetuosidad deseosa del caballo son, por ello, algo más que metáforas de lo técnico y de lo corporal. La imagen del pintor como caballo es indisociable del galope de la vida y, aunque a estas alturas, todo lo romántico se ha suicidado, no acabamos de deshacernos del cuerpo. Definitivamente que el deseo se revuelva cada vez que se lo acorrala no indica más que su necesaria soledad, aun permaneciendo en el centro de la escena. Como ese Mazeppa pintado por Delacroix en la segunda década del XIX, donde la columna vertebral del príncipe se funde con la del animal, sellando para ambos un mismo destino.
Entrada actualizada el el 27 feb de 2023
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