La pintura de Rafael Garrit es una viaje al interior humano, explora zonas inaccesibles más allá de los objetos y de los conceptos, se interna por lugares muy poco transitados de la mente. Mediante las manchas, las rugosidades y los accidentes que dejan el color y la materia sobre la superficie de la tela se van representando ante los ojos de quien mira caminos y sendas, playas y ríos, planicies y laberintos, por donde transitar. Son paisajes de la mente que nacen del azar, de dentro a fuera como lo hace el movimiento orgánico de la vida, y se alejan de toda intervención premeditada. La práctica de un automatismo que rechaza idea y construcción provoca que el cuadro parezca que se construya a sí mismo, sin autor. Estos paisajes espontáneos y solitarios nos revelan el misterio que ofrece la realización de un viaje sin meta, ni fin, ni referente. La atención queda pues liberada del punto de llegada para dispersarse en todas direcciones.