Encerrar en una superficie, necesariamente limitada y finita, el espacio multidimensional de las sensaciones, vivencias o imágenes es uno de los retos a los que se enfrenta cualquiera que se dedique con mayor o menor acierto a la pintura. Intentarlo es sondear en una memoria que empieza a velar los recuerdos y tratar de plasmar, en patrones de forma y color, sensaciones que no pueden expresarse mediante la razón.
No puede haber unidad temática, ni siquiera de estilo, o quizás sí...porque, aunque nunca se es el mismo, ni cuando se vive ni cuando se pinta, ¿quién puede dejar de ser lo que es?
Apenas se han escogido unas pocas sensaciones asociadas a lugares de los que se parte y a los que se añora volver para perderse, a bosques en los que encontrarse, a viajes a países más o menos reincidentes, a paisajes más o menos ajenos, con colores o luces a...veces extraños y ausentes en la tierra nativa, a paisajes efímeros a los que no perteneces y solo haces tuyos el instante que tardan en huir tras la ventana de un tren, a espacios indefinidos entre un horizonte esperanzado y la tormenta en la que inevitablemente te sumerges.
Lo efímero de las vivencias es una pauta inevitable. La variabilidad en la obra no es más que la representación de que la vida está hecha de despedidas y rara vez de reencuentros. Todo eso apenas apuntado en ciento cuarenta y seis mil seiscientos cincuenta cm2.
Entrada actualizada el el 18 oct de 2017
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