Si la ciudad es una geometría de retazos e ilusiones, también es la porción de hambre con la que el anhelo se engulle. La mandíbula entrenada y las piernas fuertes para correr por pasillos. Una garganta de acero para soportar la helada y unos dientes de dinosaurio con memoria de la ausencia. Fueron siglos de lava y de estrellas fugaces, meteoritos que daban pavura. Hasta que llegó el círculo, la rueda; el retondo hecho tondo. La leyenda vuelta de oro y, esbelta, creando las telas con las que taparíamos nuestros cuerpos de decencia.
Si la ciudad es deshecho y descascaro del alma, también es espera. Las manos hábiles, la madera filosa; las chapas que cubren arrugas y miradas soberanas; el vidrio helado por fuera y empañado desde adentro del cálido de los alientos. Las casas pegadas a las otras, entramadas por desagües y cables de plástico. La tierra erecta en...porciones coloradas; uno encima del otro el rojo fue tomando la esfera. Pero el reflejo del cielo no se calla. Cargado de agua o despejado de invierno, se tatúa sobre el ladrillo serpenteado, cuando unas Nike polvorientas vuelven a orbitar planas, sobre la villa que las ampara. Solícita de una tregua. Por Albertina Carri para Conejos blancos
Entrada actualizada el el 03 mar de 2022
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