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Entendemos lo que significa tener un corazón de oro, o de piedra, ¿pero un corazón de plomo?

Como Christian Andersen pasea en su cuento al soldadito de una pierna por las desventuras de su historia, Máximo González nos hace navegar por una serie de símbolos de los cuales es difícil escapar sin reflexión. De la misma manera que Christian Andersen resignifica las peripecias que sufre un juguete, Máximo González evidencia los juguetes que hoy en día representan las peripecias de la humanidad.

En la exposición puede verse a un joven hombre totalmente desnudo junto a una mesa de costura y bajo una luz tenue, bordando lentejuelas a su uniforme militar. Al mismo tiempo, en una pintura a lápiz y acuarela, un soldado tamaño natural yace y se desintegra para convertirse en el macetero de una ... saludable calabaza. Directamente sobre las paredes, unas máquinas zooformes construidas con dinero fuera de circulación devoran algún tipo de elemento cotidiano para cagar en serie un producto que inmediatamente se asocia al consumo masivo. Como a Goya, estos “fantasmas que produce la guerra” lo atormentan. La exposición habla del descubrimiento de una esencia que no es evidente sino a través del tiempo, del cumplimiento de los ciclos, como son la guerra y la infancia, con sus cuentos.

De la misma forma que en su mega-instalación “¿Dónde se han ido las flores?” (Poetics of the hand made, 2007, MOCA L.A., curada por Alma Ruiz) la propuesta de Máximo González no acaba en los símbolos: cada una de las piezas es tan bella y poética individualmente como sinérgica en su relación con el resto.

Lejos de tener una moraleja, la muestra nos presenta una paradoja: mientras que al final de la historia de Andersen el soldado se funde en un corazón de plomo y de su amada bailarina sólo queda una lentejuela carbonizada, el soldado de Máximo González insiste en coser un millón de lentejuelas a su uniforme.