Desde que tengo memoria siempre hubo un pollito rondando por mi casa. O mis abuelos o mi madre nos traían estas pequeñas mascotas piantes. Les hacíamos casitas con las cajas de agua y zapatos, les poníamos trapitos, comederos especiales...

Hace mucho que dejamos de jugar con los pollitos, y mira tú por donde, un día normal como cualquier otro... descubro a María Verdugo Althöfer.

Realiza una obra engañosa, figuradamente simple y entrañable.

Si nos fijamos atentamente: Cada una de sus imágenes cuenta una historia, que lleva una historia en su interior.

Con el proceso de mezclar las transparencias con la realidad ... artificial de los transfer, las pinceladas de aguada con líneas de dibujo suelto, enredando en tramas los fondos, con el uso de la paleta del color manchado y una labor de encaje casi diabólico; Consigue crear las atmósferas de irrealidad posible para que habiten en ellas los pequeños plumíferos de pata frágil y tierno extravío, a veces unidos a esas atmósferas a veces externos a ellas, que representan el alter ego de María.

De una manera inequívoca estos pequeños animalitos se convierten en los personajes principales del mundo de María adoptando todos y cada uno de los sentimientos y experiencias que hacen al ser humano eso: ser humano

En este pequeño ecosistema avícola los estados atmosféricos, las palabras, los miedos, la memoria... interactúan con el carácter de cada personaje haciendo único e irrepetible cada instante grabado.

María ha hecho del anidar un arte.