Oriol, porque tú me has pedido “Pucci, escribe”, estos días he mirado y visitado tus últimos aceites, y yo, que desde hace tanto siento tu amistad y que desde hace tanto también me siento mejorada y resguardada en cobijo tuyo, he aceptado.
En la primera mirada mi mirada sólo ha querido descubrir, pasear sin idea previa por tus cuadros, para mantenerse en una voluntad ingenua de conocer. Después, el contemplado se ha convertido en recuerdo y me ha permitido reconstruir una por una tus telas y llegar a una segunda mirada que ha hecho posible que la memoria y la ingenuidad se unan en el descubrimiento de tu nueva pintura.
Me he deleite con las flores. Tus flores, me recuerdan que en este tiempo perturbado y perturbador ellas muestran la belleza y la vida no aprendida, la calidad que les da la naturaleza de ser tal y como son, unas veces rotundas...y otras temblas. La visión de la luz que tus flores irradian me ha cautivado.
Después he querido descubrir todos los colores que has utilizado y todas las veladuras que has trabajado para llegar a esa oscuridad de fondo ya la vez brillo que tú querías y que, como me avisaste, has conseguido “siempre sin utilizar el negro”. He reconocido en tus cuadros uno de los hilos de la historia de la pintura que se hilvana en el deleite por la oscuridad y que nace en la tradición del último Renacimiento, viaja a través de los siglos de Italia a Holanda, de Alemania a Francia hasta llegar a tus manos.
Creo que la tuya es una oscuridad que busca relacionarse con la luz y el calor, que las rodea y las resalta, el claroscuro. No sólo esto, he sabido que todo este trabajo de colores superpuestos, pátinas y veladuras crepusculares las has empleado para descubrir la luz en la tela, el juego entre la oscuridad y la claridad, como cuando tú me decías que el Català-Roca había sentenciado un día que “la luz está ahí, sólo hay que buscarlo”. Me has hecho sentir cómo la oscuridad y la luz son dos caras de una misma moneda y que pintar entre la oscuridad y la luz es toda una maestría.
También me he unido a tu trazo ya tu gesto, para sentir cómo consigues que el corazón, la mente y la experiencia dominen tu mano y también el pincel que tus dedos sostienen. Como con este trazo manifiestas la intención expresiva y das un intenso espacio a tu creación. En Occidente a todo esto le llaman “métier”, en Oriente trazo. A mí me gusta más trazo, porque “métier” es un término que podría dar a entender que esa mano es sesuda, que se conoce a todas las picardías. El trazo es diferente, incluye el “métier”, por supuesto, pero manifiesta también la intención, el carácter y el sentimiento.
Tu trazo lo conozco bien y hace mucho. En estos años de amistad te he visto dibujar y pintar todos los objetos que te propusieras, en este sentido tienes lo que se dice mucho de oficio. También recuerdo cómo encima de la pantalla de serigrafía llena de tinta, aguantabas el rastrillo con una precisión de fuerza extraordinaria ya la vez delicada. El equilibrio entre fuerza y delicadeza, además del oficio, son constantes de tu trazo, pero hay que añadir un genial gusto por buscar y resaltar la belleza de lo esencial. Esta última calidad también impregna tu vida cotidiana, como cuando te conviertes en un maestro en montar con cuatro flores del bosque el centro de mesa para unos amigos o como cuando cocinas una tortilla a la francesa inmejorable o como cuando eliges modular tu voz, para que te escuche dulce y cálido.
Y la delicadeza, unida a la fuerza, a tu oficio y esencialidad, junto a la elegancia de sentimientos es lo que te hacen tan especial a ti ya tu creación pictórica. Conozco bien este caleidoscopio de exquisitez, energía, dulzura, experiencia y sencillez que ahora nos permites experimentar en tus últimos cuadros. Yo ya disfruté de otra privilegiada manera, en las largas noches juntos en el Café de la Ópera; el bien que lo pasábamos charlando, explicándonos las dudosas verdades de la vida, rodeados de los comparsas que corrían por allí. Perdíamos el control de las horas y no nos importaba demasiado.
No quiero olvidar que mi mirada hacia tu obra nace de unos ojos llenos de asombro y de cómo perdura la memoria y se refugia en la amistad. Ya te lo he dicho, he admirado tu obra desde nuestra adolescencia, desde nuestro perdurable anarquismo que tú tuviste que pagar con la cárcel, junto con Guillermo y que yo lloré todos los días. También ahora admiro tus aceites con la mirada de Aiguadevidre, nuestra Aiguadevidre, con la mirada que empezamos a construir tú, yo y Jaume Vallcorba y que tanto mejoraron Josep Mañà y Àlex Ferrer.
Jaume ya no puede participar como yo de tus últimos óleos, pero le presto todo el tiempo que quiera mis ojos, les envolvo con nuestra inquebrantable amistad. Nada más escribir estas palabras me emociono, sé que tú también lo haces, porque sólo nosotros tres sabemos cómo hemos llegado a amarnos. Estoy segurísima que Jaume querría al menos uno de tus cuadros, bien por la alcoba, bien por el despacho o el comedor.
Pero también tengo que decírtelo, en estas pinturas, como siempre, has procurado mantener las distancias. Ésta es otra de tus especialidades vitales. Ahora lo haces a través del brillo de las telas, brillo que te procura una coraza para proteger la fragilidad de lo que expresas. Creo que no me equivoco.
Oriol, el tiempo que ahora estamos viviendo, en el que podemos hablar y mirar no es infinito, contiene un desconocido límite. Tus pinturas nos perdurarán, pero mientras estamos te recuerdo unos versos que escribí después de un carnaval memorable en el Mercat de les Flors. Tú también eritos:
“ Qué continúe la fiesta,
qué no nos atrape la oscuridad de la noche ”.
Pucci Vilurbina
El Tros, 2022
Entrada actualizada el el 10 may de 2023
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