Las cruces siempre proyectan líneas imaginarias que inevitablemente salen del plano bidimensional, o de cualquier plano, para perderse fuera de la realidad. Las encontramos atravesando los objetos totémicos que TH Corduente ha construido, cruces contundentes o inesperadas, que se imponen o se esconden, y que finalmente acaban huyendo hacia sus propios eje, infinitos e invisibles.
El tótem sacraliza elementos de la naturaleza y a ellos invoca. Aquí, la propia tierra, las arenas traídas de cuatro continentes, el mundo. La condición táctil, la sensualidad inherente, el color, nos dicen que estos tótems están hechos para nosotros y a imagen nuestra. Los cuerpos humanos, iguales a la tierra.
Decía Oteiza que todos los cuerpos pesan hacia arriba. La verticalidad saca el cuerpo fuera de sí mismo, hacia arriba y hacia abajo. El cuerpo, perplejo al mundo, a merced de las fuerzas que de él tiran, en el mismo centro de los cuatro caminos.
Con ello...la autora crea unas composiciones geométricas que ocupan planos en el espacio y dejan espacios sin ocupar, que son espacios para ocupar, espacios para el otro, para convocar al otro. La autora no está en el centro de su mundo, se queda en los márgenes dejando paso. La ortogonalidad y el ritmo, cadenciosos y evidentes, tal vez no pretendan ordenar el mundo, no parece que se contrapongan al caos porque todo el caos y el desconcierto, el dolor, están dentro.
O podría haber esta otra imagen generadora en el origen de la creación totémica: un viajero cualquiera, pero en todo caso un viajero atento, vaga con pericia por los caminos del mundo, porque conoce los cuatro puntos cardinales, tiene vivas las plantas de los pies y los pies bien puestos sobre la tierra. Y en las encrucijadas, donde todo es posible, se detiene, eleva la mirada y puede que se quede un tiempo. Que así sea.
Imma Boscà
Almoines, abril de 2016
Entrada actualizada el el 04 may de 2016
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