La viña bífida recorre las arenas del litoral. En su senda se transforma en eremita, vigía desolado de pleamares. Un cayado sostiene una de sus extremidades. Antes surcó cielos ascendiendo cada vez más alto dejándose caer perezosamente sobre una franja de selva podrida, jardín de desconcertante flora observada por un invitado de la finca Villa Hipólita. Cuando las aguas del temporal remitieron vio lo que había quedado en pie. Una maraña de irreconocibles especies herbáceas en las antípodas de aquella otra vegetación exuberante de las paradisíacas islas de barlovento y de la arbolada y maleza que hacía las delicias de un notario y una agente inmobiliaria dedicados, casi exclusivamente, a restar los días que le quedan a la monarquía, siluetas de dos olmos deshojados que terminan abrazados dando forma a un arbusto, que una vez desarraigado, despega para volar inseguro y caer al poco de llevar en el aire quince...años. Viña Hipólita e invitado avistan un raro santuario o refugio de restos de mimbres y hojarasca que fuese un ingenio planeador antes de perder altura y elegancia.
Sergio Sanz. Santander, Agosto 2018
Entrada actualizada el el 12 sep de 2018
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