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El hogar ha sido pensado y promovido, desde discursos y sensibilidades próximos a la modernidad, como el interior arquitectónico en el que nos encontramos con lo familiar y nos desconectamos de la vida pública; como un espacio pacificado y despolitizado. En muchos casos las prácticas arquitectónicas y urbanísticas, las retóricas de los medios de comunicación y las conversaciones cotidianas proyectan lo doméstico y la construcción de sus redes afectivas como espacios en los que la diferencia, la disputa, el posicionamiento ideológico o la toma de partido en las disputas públicas no tienen cabida. Esto ocurre con la casa del abuelo de Heidi, con los cuartos de estar y las cocinas de ... los catálogos de Ikea; también con los proyectos que Tessenow desarrolló para la Garten Stadt de Hellerau o, por ejemplo, con la manera en que se presupone la vida cotidiana en los procesos de las torres de condominios que se construyen en medio mundo.

Desde el 2000 la Oficina de Innovación Política y yo trabajamos en el proyecto 'Sweet Home Urbanism' con el que queremos reivindicar y movilizar, como territorios para las prácticas arquitectónicas, los espacios domésticos, que reconocemos y proyectamos como urbanismos fragmentados conectados entre sí por medio de vinculaciones políticas. Un proyecto basado en una extensa etnografía dedicada al estudio de numerosos casos concretos de domesticidades contemporáneas que hemos desarrollado por medio de trabajo de campo y de técnicas propias de la antropología social; que nos ha permitido estudiar una gran diversidad de situaciones: desde,por ejemplo, redes de viviendas de trabajadores transnacionales de origen senegalés, a casos de familias monoparentales en las que los abuelos cuidan de los nietos, casas ocupadas en las que se promueven activismos LGTBQ o viviendas compartidas. Son estudios de caso que nos han permitido detectar cómo la polémica cotidiana y su gestión 'siempre problemática', la asociación, la experimentación y la producción colectiva de los afectos son los materiales con los que en estos momentos se conforman los ensamblajes sociales en los que buena parte de nuestra cotidianeidad ocurre.

Es en estas redes de urbanismos fragmentados en los que pensamos que queda prioritariamente encarnado lo político en la actualidad. Y, precisamente por esta razón, contrariamente a la creencia habitual por la que lo político se ha querido encontrar casi exclusivamente en escenarios como las calles y las plazas urbanas, esta publicación defiende cómo en estos momentos la fricción social y la construcción de lo colectivo se ha desplazado de manera prioritaria a los entornos de domesticidad en red que habitamos. Pensamos que son estos urbanismos de los doméstico los entornos en los que nuestra intimidad confronta las grandes preocupaciones, controversias y activismos que se discuten en las sociedades a las que pertenecemos; y también que, contrariamente a lo que se tiende a pensar, son estos entornos en los que nos encontramos con aquello que podemos considerar diferente, aquello que no nos es familiar.

No existe un divorcio entre lo hogareño y el espacio público. Decidiendo qué métodos anticonceptivos utilizamos, cómo separamos la basura o cómo repartimos las tareas domésticas nos activamos como ciudadanos desde la intimidad de nuestro hogar. Lo público no es un espacio sino un proceso que se da allí donde confrontamos la otredad y desarticulamos los consensos. Lo doméstico no es en estos momentos una realidad autónoma desconectada de la construcción de lo colectivo, sino precisamente una de sus arenas más eficaces.