Exposición en Zaragoza, España

El arte mochica del antiguo Perú. Oro, mitos y rituales

Dónde:
CaixaForum - Zaragoza / Av. de Anselmo Clavé, 4 / Zaragoza, España
Cuándo:
27 oct de 2016 - 12 feb de 2017
Inauguración:
27 oct de 2016
Horario:
De lunes a domingos y festivos, de 10 a 20 h
Precio:
4 €
Organizada por:
Descripción de la Exposición
Entre los años 200 y 850 d. C. se desarrollaron en los valles y desiertos de la costa norte del Perú una serie de cacicazgos y reinos de gran complejidad cultural. Las sociedades mochicas ofrecen un caso verdaderamente singular de desarrollo cultural, económico y político, siglos antes de la expansión de los incas. Fueron las primeras sociedades estatales en el hemisferio sur, inventaron una de las metalurgias y alfarerías más avanzadas del mundo, construyeron auténticas montañas de adobes para llevar a cabo sus prácticas religiosas, y con ellos se produjo un enorme crecimiento de la población y de sus capacidades productivas. La Obra Social "la Caixa" presenta El arte mochica del antiguo Perú. Oro, mitos y rituales, exposición que profundiza en la forma de entender y organizar el mundo de las sociedades que surgieron en Perú antes de la dominación inca mediante cien piezas de arte mochica procedentes del Museo ... Larco de Lima (Perú) que incluyen cerámicas, joyas y objetos ceremoniales de metales preciosos, textiles y objetos de uso ritual de madera, piedra, concha y hueso. Las exposiciones que la Obra Social "la Caixa" dedica desde hace años a las grandes culturas del pasado tienen como misión mostrar al público las distintas formas en que hombres y mujeres de diversos lugares y épocas se han enfrentado a las grandes cuestiones universales, así como ampliar las perspectivas sobre el mundo a partir de las más recientes investigaciones históricas y arqueológicas. Detrás de los grandes imperios existe el hormigueo de una diversidad de pueblos y culturas, redes de relación y de intercambio, contactos e influencias entre civilizaciones. Las exposiciones que la Obra Social "la Caixa" lleva a cabo en el campo de la arqueología y la historia tienen muy presente esta idea. Junto al Egipto faraónico, presentan la cultura de Nubia y del Egipto copto. Junto a Roma, el arte etrusco. Junto a la Grecia clásica, los aqueménides, que fueron sus rivales. De esta forma, la complejidad de las culturas del pasado nos ayuda a comprender la complejidad del mundo actual; la diversidad de los pueblos antiguos, la diversidad de la sociedad de nuestros días. El arte mochica del antiguo Perú. Oro, mitos y rituales se suma a esta larga lista de exposiciones organizadas por la Obra Social "la Caixa" en los últimos años para profundizar en la forma de entender y organizar el mundo de las sociedades del antiguo Perú anteriores a la dominación inca. El arte mochica de la costa norte peruana constituye un arte muy desarrollado. Sus creadores mostraron no tan solo maestría, sino también un gran conocimiento de las narrativas cosmológicas y mitológicas que permitían explicar el mundo. Sus magníficas obras nos explican cómo esta sociedad plasmó sus historias, creencias, mitos y ritos en objetos de cerámica, y cómo sus líderes expresaron su poder y ascendencia divina a través de la vestimenta, mediante los atributos de los animales sagrados. La exposición, organizada y producida por la Obra Social "la Caixa", reúne cien obras maestras del arte precolombino peruano de la colección del Museo Larco de Lima. Finas vasijas de cerámica, joyas y objetos ceremoniales de metales preciosos, delicados textiles y objetos con plumas, y varios objetos de uso ritual de madera, piedra, concha y hueso no tan solo muestran la destreza de los artistas del antiguo Perú, sino que permiten acercar al público a la forma de entender el mundo de los habitantes originarios de esa parte del planeta. La exposición finaliza con un ámbito dedicado al héroe mitológico de la sociedad mochica, un personaje denominado por los investigadores Ai Apaec ('el dios creador'). También incluye un importante conjunto de objetos relacionados con los ritos de la fertilidad, fundamentales en una sociedad cuya principal preocupación era garantizar su continuidad social. La cultura mochica, muchos siglos antes de la expansión de los incas En 1532, los conquistadores españoles, liderados por Francisco Pizarro, llegaron a América del Sur y se encontraron con que gran parte de este vasto territorio se hallaba bajo el gobierno de los emperadores incas. La difusión que de esta cultura realizaron cronistas, sacerdotes, visitadores y administradores coloniales hizo que la cultura peruana más recordada hasta el siglo XX fuera la inca. Pero la civilización existía en la región miles de años antes que los incas. De hecho, el Perú se convirtió así en uno de los pocos lugares del mundo donde surgió la civilización aproximadamente hace 5.000 años. En la costa norte, la abundancia de recursos marinos permitió a sus pobladores contar con una fuente de alimentación permanente. La domesticación del algodón, hace 5.000 años, y la confección temprana de redes incrementó la pesca. Al tener asegurado el alimento para una población creciente, la pesca abundante también otorgó a los pobladores costeños un recurso valioso para establecer un intercambio con sus vecinos de las alturas, algo que resultaba indispensable para acceder a sus fuentes de agua. De esta forma sería posible el desarrollo de obras hidráulicas para irrigar las áridas tierras de la costa. Las comunidades costeñas, bajo el liderazgo de autoridades que iban consolidando su poder político y religioso, dieron forma a los valles que hoy enverdecen la costa peruana y se convirtieron en sociedades agrícolas. En esta región, a lo largo de 3.000 años se desarrollaron las culturas cupisnique, mochica, lambayeque y chimú. Sin embargo, los pobladores norteños mantuvieron a lo largo de su historia relaciones con otras sociedades del centro (Lima, chancay), del sur (Nazca, chincha) y de las tierras altas (Recuay, huari) del área central andina. ÁMBITOS DE LA EXPOSICIÓN Sociedades agrícolas En todas las sociedades humanas, durante miles de años la mayoría de la población se ha dedicado al cultivo de la tierra. El hecho de mostrar preocupaciones similares, junto con la necesidad de resolver problemas semejantes, ha propiciado que todas las sociedades agrícolas tuvieran muchas coincidencias en su forma de entender la vida. Y quizá la coincidencia más importante haya sido que todas ellas han necesitado comprender los ciclos de la naturaleza, ya que solo así podían asegurar la continuidad de la vida. Las sociedades del antiguo Perú fueron sociedades agrícolas que se desarrollaron en un territorio único y retador. Las altísimas montañas andinas casi tocan el cielo, y desde allí descienden las aguas de las que depende la árida costa para volverse fértil. Colinda con esta costa desértica un pródigo mar que ofrece alimento todo el año. En esta tierra, los seres humanos tuvieron que aprender a controlar y aprovechar el agua que venía «de arriba», y a sembrar y preparar la tierra «de abajo», donde crecerían los cultivos que los alimentarían. Esta visión del mundo en el que vivieron los antiguos peruanos fue plasmada en su arte, especialmente en vasijas de cerámica, hermosas telas, adornos de oro y plata, y esculturas de piedra y madera que fueron, tiempo atrás, objetos ceremoniales. En su gran mayor parte, proceden de tumbas de personas que desempeñaron un rol especial en las sociedades precolombinas. Sus formas, estructuras e imágenes contienen significados religiosos y mensajes simbólicos. Animales sagrados En el antiguo Perú, los animales simbolizaron el poder de los distintos mundos: el mundo «de arriba», el mundo «de abajo» y el mundo terrestre. El mundo «de arriba» estaba habitado por fuerzas superpoderosas, como astros, lluvias, vientos y tormentas, fuerzas con su propio orden y que determinaban la producción y la vida, y sobre las que los seres humanos no tenían control alguno. Este mundo fue simbolizado en el antiguo Perú por los seres que tienen la capacidad de volar a él desde la tierra: las aves. El mundo «de arriba» solo se entendía en relación con el mundo «de abajo». Este último es un mundo subterráneo, interior, oscuro y húmedo como el útero materno, donde se concibe la nueva vida, donde se siembran y germinan las semillas, y en el que crecen y se extienden las raíces de las plantas. A este mundo pasan los seres humanos al morir para convertirse en «habitantes del mundo de abajo». Este mundo está vinculado al agua, elemento primordial que permite la vida y que desde el interior de la tierra se manifiesta en los puquios o manantiales, lagunas y ríos. El mundo «de abajo» fue simbolizado en los Andes por los seres que pueden penetrar en él: las serpientes. Para las sociedades del antiguo Perú, estos dos mundos, el «de arriba» y el «de abajo», estaban en contacto con el «aquí y ahora»: el mundo terrestre. Era un espacio de conexión donde interactuaban unas fuerzas opuestas pero que a la vez se complementaban. El poder necesario para vivir en este mundo fue simbolizado por los grandes felinos, como el jaguar y el puma, los más poderosos cazadores del territorio andino-amazónico, que se apoderan de la vida de otros para seguir viviendo. Así, los felinos representan el plano terrestre; las aves, el mundo «de arriba», y las serpientes, el mundo «de abajo». Estos fueron los tres tipos de animales considerados sagrados en el antiguo Perú. Símbolos que permanecen Los objetos artísticos precolombinos no tan solo nos muestran la gran calidad y maestría tecnológica alcanzada por los artistas de las distintas sociedades que se desarrollaron en el antiguo Perú, sino que nos acercan, especialmente, a su forma de entender el mundo, a los seres que lo habitaron y a las relaciones establecidas entre ellos. En el antiguo Perú se desarrolló una comprensión del espacio y el tiempo y de las relaciones sociales en parejas de opuestos complementarios que se tocan, produciendo algo nuevo como resultado de ese encuentro. También las nociones de dos mundos, el «de arriba» o exterior y el «de abajo» o interior, y del contacto de ambos en el mundo de aquí fueron compartidas por las diversas sociedades que existieron en el área andina. El tránsito, la interacción y la dinámica existente entre mundos se expresaron mediante motivos escalonados, espirales y volutas que fueron usados con frecuencia en el sistema de comunicación visual del arte precolombino y que se convirtieron en símbolos que perdurarían en el tiempo. Las esculturas y contenedores de cerámica, los mantos y vestidos, los adornos corporales, las tallas de madera, conchas y piedras son objetos con los que sus creadores construyeron sentido dentro de su sistema cultural. Los objetos artísticos constituían sistemas de comunicación visual altamente simbólicos, y en ellos se plasmaron nociones centrales del pensamiento andino tales como la dualidad complementaria, la interacción entre los mundos y la regeneración constante de la vida. Interacciones entre los mundos Las sociedades precolombinas tenían una intensa vida ceremonial. Sus rituales permitían entrar en contacto con los otros mundos: el «de abajo» o de los muertos, y el «de arriba» o de los dioses. Los rituales tenían como objetivo principal propiciar la continuidad de los ciclos productivos, asegurar que en el mundo interior la madre tierra, la Pachamama, siguiera siendo fértil y que, en este mundo, seres humanos y animales continuaran reproduciéndose gracias a que la tierra seguía produciendo lo necesario para vivir. La gente depositaba ofrendas a sus muertos y ofrecía sacrificios a sus dioses. Por lo general, estas prácticas se celebraban en espacios de congregación comunitaria, como plazas ceremoniales, templos, cementerios o mausoleos de élite. En el arte precolombino se han representado estos rituales mediante escenas que muestran a dioses, ancestros y seres humanos interactuando en los distintos mundos. Del mismo modo que se propiciaba a los ancestros para que en el mundo «de abajo» cumplieran sus roles, como por ejemplo fertilizar la tierra, se propiciaba también a los dioses del mundo «de arriba» para que otorgasen lo necesario: el sol, el calor, la lluvia y los vientos debían ser favorables para que la vida continuara en la tierra. Cacería del venado En los tiempos antiguos, algunos animales considerados especialmente poderosos y que infundían miedo y respeto fueron divinizados y representados constantemente en los objetos de uso ceremonial y en la decoración de templos, palacios y mausoleos. Su poder no tan solo fue reconocido y venerado, sino también deseado, en especial por los líderes de las sociedades, que buscaban identificarse con ellos. El animal probablemente más temido y respetado por los pobladores de la antigua costa peruana fue el uturunku, otorongo o jaguar. Este y el puma son los mayores depredadores terrestres de la zona. Sus grandes colmillos y poderosas garras, junto con una aguda visión diurna y nocturna, les permiten conseguir las presas con las que se alimentan, entre ellas el venado. Para los antiguos peruanos, era importante cazar venados porque el consumo de su carne aportaba gran cantidad de proteínas, pero también porque este animal estaba asociado a la fertilidad, a la tierra y a los cultivos. Además, cazadores y oferentes del venado canalizaban, de alguna manera, el poder del jaguar. La entrega de la sangre de venado estuvo asociada a ritos agrícolas, y algunas partes de su cuerpo eran ofrendadas a líderes y sacerdotes del antiguo Perú. La guerra ritual Las ceremonias más importantes en las sociedades del antiguo Perú estuvieron relacionadas con el calendario agrícola. Algunas de ellas marcan el cambio de estación y propician el inicio y el fin de las lluvias; otras tienen como objetivo favorecer el crecimiento de las plantas o celebrar la aparición de algunos astros en el cielo. La medición del tiempo y el contacto entre el mundo «de arriba», donde habitan los astros, y el «de abajo», el mundo que recibe la lluvia y donde crecen las plantas, son esenciales en una sociedad agrícola. A través del arte mochica se han podido identificar algunas de estas ceremonias, como la que se iniciaba con un combate y culminaba con el sacrificio de los vencidos. Los guerreros iban armados y lucían finos vestidos y adornos que expresaban el carácter ceremonial de la confrontación, que podía ser considerada una competencia ritual. El enfrentamiento era cuerpo a cuerpo y tenía como objetivo quitarle el casco al contrincante para poder agarrarle del pelo y así dar fin al combate. La finalidad de este era conseguir víctimas para el sacrificio. Los guerreros humanos combatían como lo hacían los dioses en su mitología, y la sociedad podía ofrecer a sus dioses uno de sus bienes más preciados, la sangre de sus guerreros, a cambio del bienestar comunitario. Finalmente, el sacrificio constituía un acto de dar para recibir. La decapitación mítica La cabeza humana fue representada de modo recurrente en el arte del antiguo Perú. Desde tiempos muy lejanos, los muros de los templos fueron decorados con las llamadas cabezas clavas, esculturas talladas en piedra que representan cabezas de chamanes, sacerdotes y gobernantes. También, pequeñas cabezas embutidas y repujadas en oro y plata formaron cuentas de collares que rodeaban el cuello de hombres y mujeres gobernantes, personajes que eran la «cabeza» de su comunidad. Asimismo, al iniciarse la elaboración de la cerámica en el área andina, las cabezas humanas empezaron a ser moldeadas en vasijas ceremoniales, que tuvieron un uso funerario. La cabeza de los seres humanos, especialmente de los ancestros de las comunidades, no tan solo fue representada por sí sola, sino también como parte de complejas escenas que nos muestran combates y confrontaciones entre seres humanos y también entre seres mitológicos. Los dioses del antiguo Perú capturaban las cabezas de los ancestros, recuperando quizá aquello que consideraban de su propiedad. En el arte precolombino, los seres míticos son representados como personajes activos que participan en los procesos de regeneración de la vida en el cosmos. Y dentro de esa cosmovisión, la cabeza de los ancestros constituía una poderosa metáfora de la potencia vital regeneradora, el principal canal de transmisión del poder de los dioses. Estas cabezas debían contener agua y enterrarse en la tierra, emulando la siembra de una semilla, para asegurar la regeneración de la vida en esa tierra. Brindis ceremonial En el antiguo Perú, las ceremonias más importantes eran las que estaban relacionadas con la fertilidad, el sacrificio y el culto a los muertos. En todas ellas, el ofrecimiento e intercambio de fluidos era esencial. Hombres y mujeres brindaban comunitariamente con la chicha obtenida de la fermentación del maíz. Con las sensaciones intensificadas y el ánimo festivo, la gente participaba de una experiencia que trascendía el quehacer cotidiano. Música y danzas acompañaban estos consumos durante las faenas agrícolas, de limpieza de canales, de siembra y de cosecha. El consumo compartido de chicha fue muy importante en el Imperio de los incas, ya que permitía establecer vínculos de reciprocidad entre el inca y los líderes locales. Las comunidades agradecían a sus dioses y ancestros el agua de las lluvias y la que bajaba por los ríos hasta irrigar sus campos, asegurando así la producción agrícola y la vida de las poblaciones. En ocasiones críticas, ofrecían en reciprocidad a sus dioses el líquido más valioso que poseían: la sangre humana o de animales sacrificados. Las copas o cálices elaborados con materiales exclusivos, como el oro y la plata, se solían reservar para estas ofrendas. Estos recipientes eran manipulados por los gobernantes y sacerdotes, quienes, revestidos de la luz y el brillo de los metales preciosos, personificaban a las divinidades en la tierra. Ceremonia del sacrificio y presentación de la copa Entre los mochicas, la ceremonia del sacrificio y la presentación de la sangre de los guerreros vencidos a los dioses mayores fueron el punto culminante de los combates rituales. En un territorio como el andino, donde los ciclos naturales no son siempre regulares, los combates rituales y los sacrificios destinados a restaurar un orden perdido eran muy importantes para la sociedad. Mediante esta ofrenda máxima se buscaba aplacar la ira de dioses, espíritus y fuerzas cósmicas, estableciendo desde la tierra un contacto fluido con los mundos: el «de arriba», de los dioses, y el «de abajo», de los ancestros. La ceremonia de combate ritual y el posterior sacrificio humano practicado por los mochicas no fueron los únicos de este tipo en América. En Mesoamérica, encontramos las guerras floridas, practicadas por los aztecas de México, que concluían con el sacrificio ritual de los guerreros vencidos. Entre los mayas, el ritual del juego de la pelota culminaba con el sacrificio de algunos de los jugadores. Los sacrificios humanos fueron también practicados por pueblos de otras partes del mundo: celtas, escandinavos, cartagineses, romanos y distintos pueblos orientales. En varios emplazamientos arqueológicos de la costa norte del Perú integrados en la esfera política mochica se han excavado tumbas de hombres y mujeres que fueron enterrados con ajuares funerarios. Los adornos, vestimentas y objetos contenidos en ellas sugieren que se trata de líderes político-religiosos que se identificaron con los dioses representados en las escenas mitológicas de este tipo de ceremonias, y que participaron en ellas durante la época de apogeo de la cultura mochica. Culto a los ancestros Cuando los líderes de las sociedades precolombinas morían, debían convertirse en seres semidivinos o ancestros para acercarse a los dioses. Los rituales funerarios eran esenciales para el éxito de dicha transformación. En la cosmovisión andina, la muerte no era considerada el fin de la vida, sino únicamente un tránsito de un mundo a otro, del mundo terrestre al mundo subterráneo, interior. Este tránsito debía ir acompañado de una ceremonia, y la adecuada representación ritual aseguraba que los muertos llegaban a su destino. La muerte de los líderes comunitarios tenía una importancia añadida, porque en vida cumplían roles especiales vinculados a su posición de intermediarios con el mundo «de arriba», poblado por los dioses. En sociedades que alcanzaron una forma política de tipo estatal o imperial, los líderes eran incluso considerados descendientes directos o hijos de los dioses. El culto a los ancestros requería, por lo tanto, por parte de los antiguos peruanos, una cuidadosa ejecución de los entierros de sus líderes. La preparación del cuerpo, el adecuado vestido, los adornos, su colocación en un féretro, la disposición del fardo y la construcción de la tumba donde habitaría el ancestro fueron actividades cargadas todas ellas de gran significado. Los adornos, junto con los emblemas, daban cuenta de la posición social del ancestro, sus funciones ceremoniales y su pertenencia a algún linaje divino. Oro y joyas: vestidos de dioses Hoy en día, el brillo no nos sorprende. Vivimos en un mundo donde muchas cosas brillan, desde las luces hasta los espejos. Asimismo, el sonido tampoco nos sorprende, ya que todo suena. Sin embargo, es importante pensar que en la antigüedad únicamente el viento, el agua y algunos animales emitían sonidos, y lo único que brillaba eran los astros en el cielo. El sonido y el brillo eran considerados sobrenaturales por su carácter etéreo e intangible. Tras el descubrimiento de los metales brillantes, como el oro y la plata, las élites gobernantes controlaron la actividad minera y la producción de objetos de metal. Estas élites monopolizaban su uso, ya que controlaban no tan solo la producción metalúrgica, sino también la transmisión de los mensajes mitológicos plasmados en estos objetos de uso exclusivo. Los joyeros que los confeccionaban ocuparon una posición social privilegiada y muy cercana a los gobernantes. Eran los artífices de procesos mágicos que transformaban elementos de la naturaleza en objetos brillantes, sonoros y de duración aparentemente eterna. Las joyas producidas por plateros y orfebres sirvieron para vestir a los gobernantes, quienes aparecían en las ceremonias brillando como el Sol y la Luna, y sonando como las fuerzas de la naturaleza, evidenciando así su carácter divino y su condición de representantes de los dioses en la Tierra. El oro y la plata eran muy importantes para las culturas andinas, pero no por su valor económico, sino porque expresaban el poder de los astros y de sus descendientes, los gobernantes. El oro brillaba como el Sol; la plata, como la Luna y las estrellas. Estos astros dominan los cielos, de día o de noche, y para las sociedades del antiguo Perú eran sagrados. Ai Apaec, héroe mochica Todas las sociedades, a lo largo de la historia, han tratado de explicar el origen y funcionamiento de su universo, y en esa cosmovisión se fundamenta su forma de organización. Así, las sociedades buscan el mantenimiento de un orden universal que contrarreste las amenazas o efectos de las fuerzas generadoras de caos o desorden. Por eso necesitan creer en una fuerza que restablezca la armonía perdida y que asegure el bienestar y equilibrio general de las cosas, desde la reproducción de plantas y animales hasta las relaciones entre los humanos, sus dioses y sus ancestros. En muchas sociedades, esta fuerza ha sido encarnada por la figura del héroe. En sociedades del Viejo Mundo, encontramos a Gilgamesh entre los sumerios, a Odiseo entre los griegos, a Hércules entre los romanos. En la sociedad mochica, encontramos a Ai Apaec. Hace aproximadamente 1.800 años, en la costa norte del Perú empezaron a relatarse las hazañas heroicas del poderoso Ai Apaec. Dichas narraciones se plasmaron en las finas vasijas de cerámica y en los murales polícromos de los templos mochicas. A este héroe se lo reconoce por llevar un tocado con la cabeza de un felino salvaje, posiblemente un jaguar o un pequeño pero feroz tigrillo, del que parece adquirir su naturaleza felina, manifestada por los colmillos en la boca. Su cabeza está coronada también por una gran pluma de cóndor, el gran titán alado que es capaz de observarlo todo mientras surca los cielos andinos. Y su cintura está rodeada por una serpiente cuyos extremos terminan en cabezas de felino. El culto a felinos, aves y serpientes formó parte de la tradición religiosa norteña desde, por lo menos, 1.500 años antes del desarrollo cultural mochica. Esto convertía a Ai Apaec en un héroe ancestral, que poseía el poder del ave, el felino y la serpiente, capaz de comunicarse y transitar por los distintos mundos: representaba a los humanos y los conectaba tanto con las fuerzas sobrenaturales y divinas del mundo «de arriba» como con los muertos y ancestros del mundo «de abajo».

 

 
Imágenes de la Exposición
El arte mochica de la costa norte peruana constituye un arte muy desarrollado. Sus creadores mostraron no tan solo maestría, sino también un gran conocimiento de las narrativas cosmológicas y mitológicas que permitían explicar el mundo.

Entrada actualizada el el 02 nov de 2016

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