Hace unos meses tuve que despedirme repentinamente de un amigo. No sólo perdí a un amigo, sino que también a un gran grabador. La última vez que lo vi, estábamos en mi taller, yo pintaba en una libreta mientras él hacía monotipias. No me hacía falta entender los mundos llenos de líneas y garabatos que él hacía, me fascinaban.
¿Qué piensas cuando haces todas estas líneas, dónde está tu cabeza? le pregunté. Me respondió que sólo aparecían las formas que a él más le gustaban cuando dejaba de pensar. Yo pintaba toda una hoja de rojo cadmio en mi libreta en ese momento, me devolvió la misma pregunta: ¿Por qué pintas toda una hoja de rojo, en qué estás pensando?. Su respuesta me sirvió a mí también, cuando dejo de pensar, estos colores empiezan a existir.
Vuelvo a esa pregunta, ahora contigo. Te pongo un color delante para que dejes que tu...mente se acelere, o ralentice, o pienses en una persona, en tu camiseta favorita, en tu casa, en la casa del vecino, un camino, en tu pueblo, en un olor, en una palabra, en un objeto, o para que no pienses en nada.
Te pongo un color delante para que pueda darte placer, o para que descubras que lo odias, que no puedes mirarlo más de unos segundos. Un nuevo color para que lo descubras. Aquí delante te propongo una exploración, un deseo de convivir durante un tiempo con el color, a través del color, dentro del color.
¿Qué ocurre cuando pones un mismo color en soportes diferentes? ¿Qué pasa cuando se mezclan los colores entre sí, o se tocan, o se acercan? ¿Qué pasa cuando lo muestras, o cuando lo escondes? ¿qué pasa cuando lo nombras?.
“Hay que aprender que un mismo color evoca innumerables lecturas” señalaba Josef Albers. “Si decimos y hay 50 personas escuchándonos, cabe esperar que haya 50 rojos en sus mentes. Y podemos estar seguros de que todos esos rojos serán muy diferentes”.
Me encuentro con las notas que mi padre fue extrayendo de sus libros de John Berger, éstas llegaron a mis manos dentro de un sobre, como una carta. Casi como si de un juego se tratara, cada vez que Berger escribía sobre un color, o lo nombraba, mi padre lo conservaba para que yo lo tuviera. Vuelvo al Rojo cadmio de la tarde con G.
Reviso todas sus notas, los colores van multiplicándose y así mis pinturas. Correspondo a la escritura de mi padre a la vez que correspondo a una escucha interna, un impulso propio o un deseo que busca el color concreto cada vez que se anuncia.
Cuando el color aparece, me paro a tiempo, ya lo tengo.
Suspiro intensamente como después de una carrera. Algo se calma en ese encuentro.
EL COLOR DE LAS PALABRAS, es un modo de hilvanar color y palabra, de unir cuerpo y experiencia. No pretendo que acabe la exploración, quiero una búsqueda constante, un tanteo perenne. Quiero que se sienta como andar en la oscuridad mientras se experimenta la inestabilidad del cuerpo cuando se acerca a un lugar desconocido, manteniendo el equilibrio y la atención para advertir la gravedad de lo que tiene enfrente.
Entrada actualizada el el 15 mar de 2024
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