Aunque Sonsoles tuvo una vida muy viajera antes de encerrarse, ya totalmente cegada por una pasión turca, en su torre de marfil de Kirkpinar, nunca antes había estado ni expuesto su obra en La Habana. No antes de que Pablo Sycet Torres y Klauss van Damme decidieran aunar sus esfuerzos para comisariar una exposición de esta artista aprovechando su presencia en Cuba con motivo de la Bienal de La Habana. La propuesta de la artista sorprendió a ambos, al tratarse de una fantasía macerada durante años en su interior, una ficción que pretendía fundir la ciudad real y la imaginada en un proyecto que permaneció agazapado y dormido bajo su propia sombra hasta que la oportunidad que se le presentaba lo despertó de su larga duermevela y decidió poner en marcha toda la maquinaria de su imaginación.