Exposición en Madrid, España

Eloy Morales

Dónde:
Ansorena / Alcalá, 52 / Madrid, España
Cuándo:
14 oct de 2008 - 14 nov de 2008
Organizada por:
Descripción de la Exposición

Visita, en una urbanización más o menos "sixties" del Norte de Madrid, una urbanización de estilo incierto, y con muchos árboles, en la que uno jamás había estado con anterioridad, al pequeño apartamento que le sirve de estudio a Eloy Morales, joven pintor nacido en la capital en 1973, del que hace dos años me fijé en unos cuadros boscosos y nevados, y en unas visiones de peceras, en una colectiva realista de Ansorena, galería donde ahora va a celebrar una individual con obra de los años 2005-2008, una individual muy distinta de las dos precedentes por estas latitudes -la de 1995 en Balboa 13, y la de 2000 en Nolde-, y que en ese sentido creo va a marcar un antes y un después, por lo que se refiere a su fortuna crítica.

Eloy Morales es un pintor concentrado en su oficio, en la contemplación y recreación ... de este Madrid del arrabal vagamente "sixties", de su amada Sierra, y de algunos otros motivos que ahora se irán desgranando ante mi mirada.

Eloy Morales, que para trabajar recurre a la fotografía -la fotografía como modo moderno de tomar apuntes-, viene del hiperrealismo, como puede comprobarse hojeando un viejo catálogo suyo de 2001, un catálogo palmesano, de formato generoso, de la Galería Horrach Moyà, con extenso y militante prólogo de un "senior", nuestro común amigo José María Cuasante, profesor y decano suyo en la Facultad de Bellas Artes madrileña. Aquí mismo, entre los cuadros de esta exposición, remite manifiestamente a aquellos orígenes un monumental e impactante retrato cuadrado de su hermano David a medio afeitar, un retrato casi desmesurado, que aunque él ahora no esté trabajando en absoluto en esa clave, por algún lado es un cuadro que sigue interesándole, y por eso, aunque pueda despistar, creo que no hace mal en incluirlo en la selección. En el catálogo de Horrach Moyà, los retratos, tanto al óleo, como al carboncillo -estos, de un especial virtuosismo: en 1999 su autor fue finalista del Premio Penagos de Dibujo-, dominan, retratos y desnudos de mujeres en interiores con muchas referencias actuales, casi a modo de "collage": botes de Coca-Cola, los Simpson, un cartel de Rafael Canogar y otro de Led Zeppelin y otro de Pulp Fiction, un comic erótico, un recorte de prensa sobre Antonio López, una camiseta que reza "I like be bad"...

Ni en esta exposición de ahora, ni tampoco ya en el catálogo al que vengo haciendo referencia, encontramos en cambio nada parecido a los lienzos taurinos que en su momento le valieron una cierta fama a su precoz autor, y que se vieron en alguna de sus individuales, y en bastantes colectivas. Hoy considera todo esto como cosa del pasado, como prehistoria. Tampoco veremos ninguna de sus tentativas abstractas líricas, obras como Mar o Arena, reproducidas en los márgenes del citado texto de Cuasante, y que vista su evolución se nos aparecen como curiosos excursos, respecto de su camino principal.

Un único retrato, frente a la galería de estos, que documenta el catálogo de Horrach Moyà: como si realmente Eloy Morales estuviera hoy menos interesado en la figura, y quisiera concentrarse en representar el escenario, el paisaje, el bosque, el mar, la ciudad, la soledad entre muchos...

Camino de la pureza, de la ascésis. Un muy sugerente clima de concentración y misterio, reina en las extraordinarias visiones de árboles y nieve -más alguna que otra casa solitaria- que constituyen una parte importante de la próxima exposición de Eloy Morales, visiones cuyo protagonista principal es la luz. Aunque en Madrid tenemos la Sierra como quien dice a dos pasos, y aunque exista una riquísima tradición institucionista al respecto, en la que curiosamente en pintura uno de los astros que más brilla es un catalán, me refiero naturalmente al leridano Jaume Morera, en la actualidad no hay tantos pintores de la Sierra. Quiero decir, no hay demasiados pintores que se atrevan a este sencillo atrevimiento de Eloy Morales, de colocarnos entre los árboles de un bosque de Navacerrada, transformado en algo casi irreal, fantasmagórico, sencillamente por la blancura inmaculada y esplendente de la nieve. He citado a menudo -tal vez demasiado a menudo- una frase de Ramón Gaya sobre lo medieval de la nieve. En Viena, Alfonso Albacete, en un viaje compartido de comienzos de los ochenta, quedó deslumbrado por la nieve urbana y embarrada, por los cielos grises invernales, por los grajos, y mezcló todo eso con el invierno pintado por Brueghel, y que se conserva en el Kunsthistorisches Museum. Eloy Morales trata la nieve -una nieve no urbana, sino de montaña- más a primer nivel. Gusta de zambullir su mirada en su pureza. Retiene los reflejos de la luz -la luz es aquí, ya lo he dicho, la gran protagonista- sobre su superficie. Juega con el contraste, un contraste por algún lado muy japonés, muy de poeta o de grabador japonés, entre esa superficie, y el fino dibujo -casi encaje- de los troncos sombríos, de las ramas, de las agujas de los abetos. En alguna ocasión recurre a un formato exageradamente horizontal -por ejemplo: cincuenta centímetros de alto tan sólo, por dos metros de ancho-, con algo de pantalla cinematográfica. Pintura esencial, como esencial la Sierra misma, la tierra alta: reino de quietud, territorio amado por los poetas, por los filósofos, por algún fotógrafo de mirada moderna -entre los españoles, recordar al aragonés Aurelio Grasa, y al José Suárez del exilio argentino y del libro Nieve en la cordillera-, y por algunos pintores, como este sobre el que ahora escribo, que como lo he indicado al comienzo de estas líneas, ya enseñó cuadros de nieve en aquella colectiva de Ansorena donde lo descubrí, cuadros de nieve, de Interior del bosque, de los que también incluyó algún ejemplo en su individual palmesana.

La luz, una luz distinta de la de Navacerrada, una luz extraña, verdosa, es de nuevo la protagonista de las estupendas vistas de acuarios que me enseña a continuación Eloy Morales. Qué distinto este mundo, del de la Sierra. Interiores con visitantes, tanto adultos como niños, recortándose a contraluz sobre las siluetas de los tiburones. Otras veces, esos tiburones no están, y su ausencia, señalada por una flecha que indica "TIBURONES", nos inquieta. Arquitectura por momentos muy teatral de las peceras vacías, como galerías de espejos. Reflejos de la luz sobre el suelo brillante. Reflejos de los visitantes, en las cristaleras. Confusión de planos. Soledad entre muchos, sí. Sobrecogedora mezcla, en todo ello, de cotidianeidad artificiosa -en un rincón, en lo alto, la clásica señal luminosa indicando la salida de emergencia, y en otro, la representación de los escualos, en unas pantallas asimismo luminosas-, y de naturaleza en estado puro. Pinturas de atmósfera novelesca, a las que encuentro ciertas resonancias metafísicamente hopperianas, y también un lado bastante cinematográfico, y obviamente estoy pensando en Orson Welles y en aquella escena final, inolvidable, de su gran película La dama de Shangai (1947). (En otros cuadros, policromía en movimiento de los peces de colores, la luz jugando entre ellos, el puro gozo matissiano de la vista).

Siempre en la línea de asomarse a extrañas "especies de espacios" (Georges Perec), a espacios donde el espectador urbano se ve confrontado al universo animal, Eloy Morales también se ha ido a fijar en el vecino zoológico, un zoológico en el que representa el habitat de los gorilas, pero no a estos últimos.

Del acuario, mar acotado, figurado, teatralizado, "en miniatura", al esplendor del mar abierto, a este Mar verde y batido, pintado en 2007, y a algunas otras pinturas de atmósfera semejante. Ante el mar, que en su día, como ya lo he indicado, abordó en clave abstracta lírica, Eloy Morales se entrega hoy al puro placer de contemplar y recrear con extrema minuciosidad y morosidad, una superficie acuática siempre igual y siempre diferente, una superficie minimalista, perpetuamente en movimiento, "el mar siempre recomenzado" cantado por Paul Valéry, el mar que a la fuerza constituye un reto para cualquier pintor figurativo -ver por ejemplo, hoy mismo, la costa de su amado Maine tal como la pinta ese octogenario en plena forma que es Alex Katz-, como lo ha sido a lo largo del siglo XX para algunos abstractos, entre los cuales cabe citar, entre otros, al Piet Mondrian de Domburg, al Willem De Kooning de East Hampton, al Richard Diebenkorn de los Ocean Parks californianos, al Juan Uslé del ciclo en torno al Capitán Nemo...

Me encuentro también, por último, en el estudio de Eloy Morales, con visiones urbanas madrileñas, algunas de ellas de este mismo barrio periférico donde tiene su estudio. Contribuciones, siempre con su característico formato panorámico -que también utiliza para algún interior: luz entre visillos-, a lo que podríamos llamar el cancionero de Madrid. Me gusta especialmente el cartón titulado Edificio entre árboles, veinte centímetros de alto por setenta de ancho, una visión fresca y viva, un apunte donde se combinan muy bien lo urbano y lo suburbano, la vegetación y unos edificios anónimos. Me gusta asimismo mucho otra visión, del Parque de Atracciones entre los árboles de un bosque, sus luces de neón lejos en la noche, la felicidad al alcance de la mano y a la vez inalcanzable, tal vez sea verano, casi se oyen canciones a lo lejos, un poco como la fiesta en el castillo encantado y simbolista de Le Grand Meaulnes: de nuevo el extrañísimo Madrid del otro lado del río Manzanares, de nuevo los enigmas que anidan en el corazón de lo más cotidiano, de nuevo la soledad y la melancolía de la gran ciudad.

 

 
Imágenes de la Exposición
Eloy Morales, Bosque con filtraciones solares

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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