Cristina y Eduardo entre las muchas cosas que comparten añaden algo más a su lista, el estudio.

Cuando entras enseguida te sientes atrapado, cuadros por las paredes como una gran tela de araña; al fondo, respirando el mismo aire, sus espacios de trabajo.

Te da la bienvenida una mesa gigantesca que rebosa botes y tubos de pintura, es Eduardo; unos metros al lado casi siempre te sorprenden un par de cuadros tumbados boca abajo, es Cristina.

En su trabajo convive un pulso constante entre expresión y representación traducido en forma de pinceladas. Pinceladas salvajes que trotan y que después galopan, pinceladas de colores que son gotas de lluvia, pinceladas que nunca se ... dieron, pinceladas que te sonríen, pinceladas que son pintura pintura...

Aunque pintadas recientemente estamos ante piezas construidas mucho tiempo atrás, solo que ahora se enriquecen de diferentes soluciones formales a mitad de camino entre la experimentación y la estética.

Por un lado las imágenes de Cristina se dibujan mediante finos perfiles sobre fondos que rozan una plasticidad telúrica, éstas son fruto de la memoria, personas y situaciones que nunca viviste pero recuerdas con claridad; por el otro, en Eduardo, heredero del informalismo, las formas se intuyen mediante enérgicas pinceladas y una enorme fuerza expresiva en medio de una batalla donde luchan por encontrar un hueco incluso fuera de los límites de la superficie.

En cualquiera de los dos casos la diversidad de temas tiene un mensaje común: la propia pintura, pintura tan rica en matices que transmite sensaciones infinitas.