Exposición en Madrid, España

España 1808-1814. La nación en armas

Dónde:
Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa / Plaza de Colón, 4 / Madrid, España
Cuándo:
12 feb de 2008 - 11 may de 2008
Descripción de la Exposición
La exposición, que cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid y el patrocinio de BBVA, muestra el desarrollo de la Guerra de la Independencia española en toda su complejidad, como un fenómeno a la vez militar, social y político, reconstruido como un gran relato visual compuesto por doscientas piezas de la más diversa procedencia y significación: armas y uniformes de los ejércitos que participaron en la contienda -como la extraordinaria colección traída del Musée de l Armée de París-, planos de ciudades y de fortificaciones, escenas de batallas, retratos de los principales personajes -generales, jefes guerrilleros, heroínas de la resistencia…- y textos impresos, manuscritos y grabados satíricos que reflejan el día a día del conflicto y esa trascendental guerra de ideas e imágenes que se desarrolló en paralelo a las campañas militares. Comisario: Juan Francisco Fuentes Aragonés.

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'Esa maldita guerra de España fue la primera ... causa de todas las desgracias de Francia'. Así lo creía Napoleón, años después, al meditar en su destierro en la isla de Santa Elena sobre las razones de su derrota. Para los españoles, por el contrario, la Guerra de la Independencia representó el regreso de España al primer plano de la historia universal: venció al ejército más poderoso del mundo, con la inestimable ayuda británica, y puso en marcha una revolución liberal que tuvo una gran proyección más allá de nuestras fronteras. La Constitución aprobada en Cádiz en 1812 fue adoptada como modelo por otros pueblos europeos y americanos y la palabra liberalismo, acuñada en el Cádiz asediado por los franceses, pasó a resumir el conjunto de ideales e instituciones sobre los que se construyó el mundo contemporáneo.

Con motivo del bicentenario de la Guerra de la Independencia, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC), adscrita al Ministerio de Cultura, y la Secretaría General de Política de Defensa del Ministerio de Defensa han organizado, con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid y el patrocinio de BBVA, la exposición España, 1808-1814. La nación en armas, que recrea el desarrollo de la Guerra de la Independencia española en toda su complejidad, como un fenómeno a la vez militar, social y político reconstruido en la muestra como un gran relato visual. Juan Francisco Fuentes Aragonés, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, es el comisario de esta exposición que reúne más de doscientas piezas de la más diversa procedencia y significación: armas y uniformes de los ejércitos que participaron en la contienda -como la extraordinaria colección traída del Musée de l'Armée de París-; planos de ciudades y de fortificaciones; escenas de batallas; retratos de los principales personajes -generales, jefes guerrilleros, heroínas de la resistencia…-; textos impresos, manuscritos y grabados satíricos que reflejan el día a día del conflicto y esa guerra de ideas e imágenes que se desarrolló en paralelo a las campañas militares.

El recorrido por la exposición permite seguir el curso de los acontecimientos militares y políticos entre 1808 y 1814 y, al mismo tiempo, conocer a los grandes protagonistas colectivos de la guerra. En primer lugar, los ejércitos regulares, pero también el pueblo español, movilizado a través de la guerrilla y de los cuerpos de voluntarios. Junto a ellos, la mujer como parte activa de la resistencia y los intelectuales de uno y otro bando, entregados a una lucha propagandística sin cuartel, que pretendía enardecer el ánimo de los combatientes y desmoralizar al adversario. Se concede asimismo una especial importancia a los testimonios de los protagonistas, a veces anónimos, de esta doble lucha por la independencia y por la libertad. De ahí surge una visión de la historia desde dentro que se convirtió muy pronto en memoria -cambiante y a veces caprichosa- de la guerra contra el invasor y cuyo rastro en nuestra memoria colectiva se puede seguir hasta nuestros días.

La muestra se divide en ocho secciones:

1.- DE ALIADOS A INVASORES

En noviembre de 1807, España y Francia firman el Tratado de Fontainebleau, por el que acuerdan atacar a Portugal, aliado de Inglaterra, y repartirse el país. A principios de 1808, Napoleón tenía ya 100.000 soldados en la Península y el control de las principales fortalezas y ciudadelas españolas, a veces obtenido por la fuerza, pese a la alianza entre los dos países.

Mientras tanto, la grave crisis dinástica que vive España sigue su curso. El enfrentamiento entre Fernando, Príncipe de Asturias, y Manuel Godoy, hombre fuerte de la Monarquía, culmina el 19 de marzo de 1808 con el motín de Aranjuez, que concluye con la detención de Godoy y la abdicación de Carlos IV. Empieza así el reinado de Fernando VII. Pero la incertidumbre y la sensación de vacío de poder no terminan con el cambio de rey. Napoleón llama a la Familia Real española a Bayona (Francia) para zanjar la crisis dinástica de la forma más favorable a sus intereses, mientras Murat, mariscal del Imperio, se instala en Madrid al frente de un ejército de 30.000 hombres acantonados en la capital y sus alrededores. En un clima de creciente crispación, el arrogante comportamiento de Murat hace temer lo peor. En la mañana del lunes 2 de mayo, se anuncia la salida hacia Bayona de los últimos miembros de la Familia Real que permanecen en Madrid. Se dice que el menor de los hijos de Carlos IV, el infante Francisco de Paula, se niega a abandonar el Palacio Real. El grito de ¡traición! recorre los grupos formados a las puertas de Palacio y empieza a extenderse por el resto de la ciudad. Se producen así los primeros enfrentamientos entre las fuerzas de choque francesas -mamelucos y granaderos? y los vecinos armados.

El levantamiento se saldó con varios centenares de muertos entre los sublevados, entre ellos las víctimas de los fusilamientos de la noche del 2 al 3 de mayo. Aquella misma tarde, el alcalde de Móstoles firmaba su célebre bando exhortando a los españoles a morir 'por el rey y por la patria'.

2.- LOS EJÉRCITOS

En la Guerra de la Independencia participaron cuatro ejércitos regulares: el español, el francés, el británico y el portugués. En 1808, el ejército español contaba con 131.019 soldados y suboficiales y 7.222 jefes y oficiales. El arma de Infantería, que con unos 87.000 hombres era la más numerosa, estaba compuesta de regimientos de línea, que combatían en cuadros compactos, y de Infantería ligera, integrada por tiradores expertos y rápidos, que actuaban por sorpresa. La Caballería se dividía en coraceros, húsares y dragones. Estos últimos se desplazaban a caballo, pero combatían a pie. Aunque la victoria española en Bailén al principio de la guerra pudo indicar lo contrario, la capacidad de los Reales Exércitos estaba muy mermada por la crisis que el levantamiento antifrancés provocó en la cadena de mando del ejército español y por la presencia en Dinamarca de una división ?unos 15.000 hombres comandados por los generales Kindelán y marqués de la Romana? que se envió en tiempos de la alianza hispanofrancesa.

En 1808, el ejército napoleónico contaba con más de 600.000 hombres, de los cuales 110.000 se encontraban en España a las órdenes del mariscal Murat. Tras la derrota en Bailén, Napoleón reforzó considerablemente su presencia militar en la Península, que alcanzó muy pronto los 250.000 hombres, divididos en siete cuerpos de ejército. La fuerza militar francesa en España a lo largo de la guerra osciló entre los 350.000 hombres que la componían en 1811 y los 100.000 de julio de 1813, tras la batalla de Vitoria.

Las tropas británicas, aliadas de España y Portugal, desembarcaron en la Península en agosto de 1808 y no la abandonaron hasta la derrota francesa. Inglaterra llegó a tener más de 60.000 hombres en la Guerra de la Independencia española ?aproximadamente, el 10 por ciento de sus efectivos totales? al mando del general Arthur Wellesley, duque de Wellington. El ejército portugués, aliado de españoles y británicos, estaba compuesto de unos 150.000 hombres. En la guerra intervinieron además unidades procedentes de países aliados de uno u otro bando. El caso más notable es el de la caballería polaca integrada en el ejército napoleónico, que tan destacado papel tuvo en la victoria francesa en Somosierra (noviembre de 1808).

3.- 'HACIENDO LA GUERRA A LO MORO'

La participación popular en la guerra se canalizó a través de las milicias voluntarias, creadas en los primeros meses por las juntas locales organizadas contra el invasor, y de las partidas guerrilleras. Si la palabra guerrilla no era del todo nueva, sí lo fue la dimensión que cobró a lo largo de la guerra esta especie de ejército popular, campesino en su mayor parte, encuadrado en partidas al mando de algún improvisado caudillo que al principio de la insurrección contra los franceses destacó por su valor o sus dotes de mando. Los motes que les hicieron famosos delatan en ocasiones su origen popular y algún rasgo de su personalidad o de su aspecto que les distinguía como caudillos: el Cura Merino, el Charro, Jaime el Barbudo, Chaleco, el Empecinado, el Médico, el Pastor, Mina el Mozo… Su momento álgido fueron los años 1811-1812, cuando llegaron a contabilizarse dieciséis grandes partidas, con unos 46.000 hombres. Si a esta cifra se le añade la fuerza correspondiente a las partidas medianas y pequeñas, el total estaría en torno a los 55.000 guerrilleros.

Las relaciones entre la guerrilla y las autoridades civiles y militares fueron siempre difíciles, por la tendencia a la indisciplina inherente a las partidas y por su forma de lucha, que muchos oficiales profesionales, tanto españoles como británicos, consideraban poco eficaz. Es muy posible que los generales franceses apreciaran mejor la importancia de la lucha guerrillera y los estragos que causaba en sus filas, obligando a reforzar el control sobre la retaguardia, hostigando las líneas de comunicación y creando en el enemigo una sensación permanente de inseguridad. “El león de la fábula atormentado hasta la muerte por un mosquito”. Así describe un oficial francés las penalidades del ejército napoleónico ante un enemigo aparentemente insignificante, pero incansable, valiente y a menudo feroz.

4.- LA MARCHA DE LA GUERRA

Los hechos del 2 de mayo en Madrid provocaron una oleada de levantamientos en toda España. En el paso del Bruc, cerca de Manresa (Barcelona), un improvisado ejército popular (el somatén) obtuvo a principios de junio la primera victoria sobre los franceses. Desde el punto de vista político, fueron momentos de gran confusión. Por toda España corrió la noticia de que la Familia Real había renunciado a sus derechos al trono en beneficio de Napoleón, que otorgó la corona de España a su hermano José. La resistencia antifrancesa se generalizó en forma de juntas locales y provinciales y de milicias armadas que se unieron al ejército regular español. El 19 de julio, las tropas españolas al mando del general Castaños obtuvieron en Bailén (Jaén) una resonante victoria frente al ejército francés. José I se vio obligado a abandonar Madrid once días después de su llegada y a replegarse al norte del Ebro. En agosto, se levantó el primer sitio de Zaragoza, dos meses después de su inicio, y tropas británicas desembarcadas en Portugal derrotaron al ejército francés de Junot. Era el primer triunfo del general Wellesley (futuro duque de Wellington) en la Península.

Pero, en noviembre de 1808, la llegada de Napoleón a España al frente de su Grande Armée cambió el curso de la guerra. Madrid capituló el 4 de diciembre y las autoridades patriotas huyeron primero a Sevilla y luego a Cádiz. En 1809, Zaragoza y Gerona cayeron en poder de los franceses tras un largo asedio. La victoria francesa en Ocaña (19 de noviembre) abrió el camino de Andalucía al ejército imperial. 1810 será un año triunfal para los franceses, que ocuparon toda Andalucía menos Cádiz, sede de la Regencia patriota y, desde septiembre, de las nuevas Cortes. A principios de 1812, la actividad política y el drama de la vida cotidiana parecen eclipsar las operaciones militares: en marzo, las Cortes de Cádiz aprobaron la nueva Constitución y a lo largo de aquellos meses la población de la España ocupada sufrió un hambre atroz, sobre todo en Madrid. 1812 pasará a la historia como el año de la Constitución de Cádiz y de la victoria angloespañola en los Arapiles, pero también como el año del hambre.

5.- UNA GUERRA TAMBIÉN ENTRE ESPAÑOLES

El levantamiento del 2 de mayo y el nombramiento de José Bonaparte como rey de España, tras las renuncias de la Familia Real en Bayona, dividieron a los españoles en dos bandos, formados por los partidarios de la lucha a ultranza contra el ejército napoleónico y los que, por distintas razones, hicieron causa común con los franceses. José I, hermano de Napoleón, fue reconocido como rey por los afrancesados o josefinos, mientras que Fernando VII será el único rey legítimo para la mayoría de los españoles.

Pero el apoyo a uno u otro monarca no fue la única línea que dividió a la sociedad española en dos bandos. Entre los patriotas que luchaban contra los franceses y contra el rey intruso, no tardaron en definirse dos sectores enfrentados por sus diferentes ideas políticas. Uno lo forman los defensores de un cambio político basado en el principio revolucionario de la soberanía nacional. Serán llamados liberales, con una palabra que cobra así un nuevo significado político y de la que surgirá hacia 1811 un neologismo muy pronto incorporado a las demás lenguas: liberalismo. Son los artífices de la Constitución de Cádiz, cuyo artículo 2º establece que 'la nación española es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona'. Sus adversarios, los absolutistas o serviles -como despectivamente los llamaban los liberales?, defienden la plenitud de derechos de Fernando VII y el mantenimiento del orden tradicional. El escenario de su enfrentamiento fueron las Cortes de Cádiz y la prensa surgida al calor de la nueva libertad de expresión. Fue una encarnizada guerra de ideas, presagio ?así lo vieron algunos? de las guerras civiles del futuro. El comienzo de la emancipación americana en 1810 añadió un nuevo frente a esta guerra también entre españoles, entendiendo por tales -como dice la Constitución de Cádiz? a los habitantes de la antigua Monarquía en 'ambos hemisferios'.

6.- LA MUJER EN LA GUERRA

'¿Por qué en la insurrección española las mujeres han mostrado tanto interés, y aun excedido a los hombres en el empeño de sostenerla?' Es la pregunta que en 1810 se hacía un afrancesado en un artículo publicado por la Gaceta de Madrid y muestra hasta qué punto los contemporáneos fueron conscientes de asistir a un hecho insólito: la mujer como protagonista de un nuevo tipo de guerra. Su participación en la lucha se inicia el mismo 2 de mayo en Madrid, cuando, según diversos testigos, una mujer bien parecida, de veintitantos años, al saber que los franceses se llevaban al infante don Francisco dio el grito de ¡Armas, armas!, que fue inmediatamente repetido por el pueblo.

La guerra produjo un buen número de heroínas vinculadas sobre todo a alguna gesta local: Manuela Malasaña en Madrid; Casta Álvarez, Agustina Zaragoza –pronto conocida como Agustina de Aragón? y la condesa de Bureta en Zaragoza, María Luisa Bellido en Bailén… Víctimas de una guerra sin cuartel ni retaguardia, de la que todo el mundo era partícipe, las mujeres simbolizaban lo más primario y lo más moderno del conflicto: la intensa emotividad de la guerra, la defensa de la patria, pero también del hogar; una cierta idea de igualdad que todo lo mezcla ?aristocracia y pueblo, hombres y mujeres? y que se impone por pura necesidad, el protagonismo de la población civil y el carácter épico de la resistencia contra el invasor. De ahí un simbolismo histórico de las mujeres en lucha que produjo ya entonces una rica iconografía, como los numerosos grabados en los que Francisco de Goya ?él, un afrancesado? rindió tributo al heroísmo de la mujer en la España patriota.

7.- EL CAMINO A LA VICTORIA

La victoria angloespañola en los Arapiles (Salamanca), el 22 de julio de 1812, marca definitivamente el curso de la guerra. En agosto, ante la inminente llegada de Wellington y su ejército a Madrid, José I abandona la capital, al frente de una parte de su ejército y de varios cientos de funcionarios afrancesados, y se refugia temporalmente en Valencia. Por esas mismas fechas, las tropas francesas levantan el sitio de Cádiz y se retiran de Andalucía. En septiembre, las Cortes nombran a Wellington comandante en jefe del ejército angloespañol. Una contraofensiva francesa en otoño de 1812 le obliga a replegarse con sus tropas a la frontera con Portugal y permite a José I instalarse de nuevo, aunque por poco tiempo, en Madrid. Mientras tanto, la desastrosa marcha de la campaña de Rusia lleva a Napoleón a reforzar sus ejércitos en Europa con tropas procedentes de España.

Debilitado por las urgencias del Imperio en otros escenarios, el ejército francés en la Península se muestra incapaz de contener el avance aliado. El 21 de junio de 1813, José I es derrotado en Vitoria y obligado a cruzar la frontera francesa. La guerra queda sentenciada, aunque la paz definitiva no llegaría hasta abril de 1814, con la abdicación de Napoleón. Unos días antes, el 24 de marzo, Fernando VII pisaba territorio español tras seis años de ausencia. El 4 de mayo de 1814 firmaría en Valencia el decreto disolviendo las Cortes liberales y derogando la Constitución de Cádiz. Con la restauración de la Monarquía absoluta terminaba la primera etapa constitucional de la historia de España.

8.- MEMORIA DE LA GUERRA, MEMORIAS EN GUERRA

La victoria sobre los ejércitos napoleónicos despertó de inmediato un afán conmemorativo. Se construyeron monumentos, se publicaron historias oficiales de la guerra y se bautizaron calles y plazas con los nombres de sus principales protagonistas. Aunque esta “política de memoria” se inició con la Monarquía absoluta restaurada en 1814, el liberalismo español puso un especial empeño en honrar la memoria de los héroes nacionales y de las gestas colectivas de una guerra librada en nombre de la nación, de la patria y del pueblo, conceptos inseparables de la experiencia bélica y revolucionaria vivida entre 1808 y 1814.

No es extraño, pues, que políticos, escritores, artistas e historiadores liberales del siglo XIX tuvieran un papel preponderante en la memoria de la Guerra de la Independencia, que se transmitió de generación en generación a través de los libros de historia, de los manuales escolares, de la frecuente evocación por la prensa de la época, de los monumentos que ornaban las vías públicas y de un rico cancionero popular. Si la propia expresión 'Guerra de la Independencia' empieza a utilizarse bajo el régimen liberal del Trienio (1820-1823), el Sexenio democrático (1868-1874) ha sido considerado 'la edad de oro' del mito patriótico del 2 de mayo. Algo parecido ocurrió durante la II República y la Guerra Civil, en la que los dos bandos ?pero sobre todo el republicano? utilizaron con profusión el recuerdo de la Guerra de la Independencia para legitimar su lucha.

Con el tiempo, el relato de la guerra acabó cobrando vida propia, más allá de las ideologías y de los regímenes políticos y períodos históricos, porque todo el mundo conocía a los grandes protagonistas de la contienda ?Daoíz, Velarde, Manuela Malasaña, Agustina de Aragón, el Empecinado…?, y en cierta forma podía reconocerse en ellos. Zarzuelas, canciones, novelas históricas, un sinfín de películas, series de televisión, incluso anuncios publicitarios…, la evocación de la guerra siempre encontrará un público dispuesto a regresar a un pasado que le resulta familiar y, por una vez, de grato recuerdo.

Audiovisuales:

La exposición se completa con tres producciones audiovisuales realizadas específicamente para la muestra:

-Un mapa interactivo que simula las 23 principales batallas de la Guerra de la Independencia, recreadas en 3 D y explicadas por un narrador con rigor histórico y todo lujo de detalles.

-Un montaje de secuencias extraídas de películas como El 2 de mayo (1927), dirigida por Jose Buchs; El abanderado (1943), dirigida por Eusebio Fernández Ardavín; El tambor del Bruc (1948), dirigida por Ignacio F. Iquino; Aventuras de Juan Lucas (1949), dirigida por Rafael Gil; Agustina de Aragón (1950), dirigida por Juan de Orduña; Lola la piconera (1951), dirigida por Luis Lucía; Venta de Vargas (1958), dirigida por Enrique Cahen Salaberry y La guerrilla (1972), dirigida por Rafael Gil.

-Una selección de canciones de la Guerra de la Independencia (Viva España, Virgen de Atocha, Juana y Manuela, Al atacar Ocaña, Marqués de la Romana, Yo quería un cuarto, Pepe Botellas, La cachucha, Marica y Salve Fernando rey) que se podrá escuchar a través de un sistema de cápsulas sonoras situadas a lo largo del recorrido. Las canciones han sido recopiladas por Federico Olmeda para el cd 'Canciones de la Guerra de la Independencia', producido por Luis Delgado para la Fundación Joaquín Díaz-2003.

 

 
Imágenes de la Exposición

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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