De ser cierto -según afirman algunos desde el gesto iconoclasta de Marcel Duchamp a principios del siglo XX- que el lugar califica el objeto, el cadáver de una persona cuyo féretro es una caja de madera diseñada y fabricada por el número uno mexicano del transporte de obras de arte, ¿no confiere acaso al difunto o, cuando menos, a su cuerpo sin vida, el estatus de obra de arte? Mathieu Briand se ha venido enfrentando y confrontando a aquello que dentro del pretenderse artista atañe al desafío de ser libre. Libre de producir imágenes. Libre de llenar la hoja en blanco o el espacio de exposición con aquello que él, Mathieu Briand, artista autoproclamado, quiere mirar y que nadie ha puesto hasta entonces ante sus ojos.

'Realmente intenté matar al pequeño dios en el que se ha convertido el artista, sobre todo durante ... el último siglo. Se le ha deificado. En tiempos de los reyes de los siglos XVIII, XVII y XVI, se asemejaba más a un artesano. La idea del artista superhombre es relativamente reciente. Y ésa era la idea que yo cuestionaba'.

Marcel Duchamp, 27 de septiembre de 1961

Un siglo después, Mathieu Briand hace suyo el cuestionamiento duchampiano dirigiéndolo esta vez no contra el artista superhombre sino contra el coleccionista omnipotente. Si bien se trata de una apuesta arriesgada desde la óptica de las oportunidades de venta, resulta innegable que el espíritu iconoclasta reivindicado por el padre del ready-made anima a su exégeta. Celebremos de paso el fair play de los galeristas que aceptaron transformar, durante el tiempo que dura la exposición, parte de su local normalmente dedicado a la vida artística en recinto de pompas fúnebres.