Hay dos aspectos de la obra de Carmen Bustamante que me seducen sobre todos los demás. Me refiero a su capacidad recuperadora de ciertos paisajes de la memoria y a la exquisita maestría con que ha sabido dotar a esos paisajes de una reinventada sensibilidad. La notable unidad compositiva de los cuadros que ahora se exponen denota en este sentido una peculiar voluntad de indagación en el espacio físico que circunvala la experiencia de la pintora. Al eficiente poder de reencuentro con la naturaleza, se suma el de una notable pericia interpretativa, acentuando de ese modo la emocionante identificación del observador con la belleza descrita.

Carmen Bustamante conoce muy bien los ilimitados signos que genera esa parte de la realidad tras la que suele encubrirse el enigma. Un enigma que se pone ahora de manifiesto por medio de la más ... minuciosa reelaboración del espacio acotado. En cada una de las trazas de sus cuadros -encajes de agua, dunas, esteros, piedras, matojos- la pintora ha traducido artísticamente la geografía con la que convive a diario, pero también la historia cotidiana que alienta en el fondo de esa geografía. Se trata sin duda de una llamativa, impecable armonización de ideas y procedimientos.

Podría decirse que Carmen Bustamante ha ido descubriendo los secretos de estos paisajes a medida que ha procedido a traspasarlos a su pintura. El oficio vale entonces tanto como la sensibilidad, sobre todo si de lo que se trata es de reconvertir un espacio físico en un territorio imaginario, sin dejar por ello de responder a lo que se entiende por copia del natural. Los resultados no han podido ser más convincentes y sugestivos.